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sábado, 27 abril, 2024
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Tortas japonesas

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Por: HERÓN EDUARDO DOMÍNGUEZ • Araceli Rodarte •

En un momento dado las circunstancias  nos conducen a preguntarnos si el poeta Jorge  Manrique tendría  razón o no al  afirmar que todo tiempo pasado fue mejor.

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Antaño, por sólo  poner un ejemplo,  la madrugada del 10 de mayo amén del pomo de presidente sacaba Pancho  la guitarra; Memo, junto con tres cocas tamaño familiar salía con la guitarra;  Chava, además de  vasos desechables llevaba una guitarra;  Nacho, que era el único que sí sabía tocar sacaba sólo la guitarra; Fernando era el único que no sacaba nada, porque siendo el pianista del grupo ni modo que saliera  a chupar con el Stainway de concierto.

Hogaño antes del amanecer del 10 de mayo el Llonatán saca las caguamas, el  Cristofer saca las caguamas, el Milton saca las caguamas, y para no ser menos el Kevin saca las caguamas.

Antaño la circunstancia de que  prácticamente todas las madres se llamaban María, ya del Consuelo (Chelito), del Socorro (Coco) o de la Concepción (Conchita) simplificaba convenientemente el programa, ya que  era de cajón  comenzar o terminar  la ronda con Adiós Marquita linda.

Hogaño  el programa  es lo de menos, pues llamándose las genitoras  Yenifer, Charon, Alison o Carla Ivet, y no disponiendo por tanto de apelativo canoro alguno, o no por lo menos propio para una serenata filial, con  una memoria USB y un minicomponente pueden sus tlaconetes con la mano en la cintura ensordecer no sólo a la  madre venerada sino a todo el vecindario, esto así con las discografías completas de los Tigres del Norte, Espinoza Paz, Pepe Aguilar y (para la “agüe”)  la Sonora Montonera.

Antaño la cabecita blanca homenajeada encargaba, llorando de emoción, a la sobrina venida de la provincia interior a estudiar enfermería salir al zaguán a entregar a “los muchachos” un billete de cincuenta pesos para que  almorzaran éstos  menudo donde Pachita, que comercializaba esa fecha una edición especial.

Hogaño cuando se escucha Rata de dos patas durante más de tres reproducciones continuas,  a progresivamente ochenta, cien, ciento veinte y así ad infinitum decibeles es porque  la sublime mujer que amó a sus  tlaconetes antes de conocerlos (después bastante menos)  agarró ya por su cuenta la rondalla, y luego de la chela  décimo quinta, amén de un desempance  que se prolonga ya por media docena de cubetas de cacardí, evoca los días aquellos en que le era permitido soñar. ■

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