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martes, 23 abril, 2024
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Día de las Madres

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Por: Jorge Humberto De Haro Duarte •

Este día (ayer) se celebra el Día de las Madres. Como ha sido tradicionalmente, al menos desde que este aporreador de teclas tiene memoria, esta fecha está destinada a agasajar a las meras meras del hogar, al menos, es un momento en el que el machismo y el sojuzgamiento histórico de la mujer se diluye en manifestaciones que van desde el compromiso familiar hasta el amor sincero y desmedido, el que, cuando la susodicha ha emprendido el viaje hacia otras dimensiones, la melancolía y el romanticismo afloran hasta lo más profundo de los sentimientos y se hace de estos seres especiales el centro del universo objetivo que se refiere a los sentimientos de apego y respeto importantes de la vida.

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El Día de las Madres es en el calendario de festejos el que más mueve en este país el sentimentalismo de los pobladores de todas las edades, de ambos sexos y de todas las clases sociales. Nada es tan importante en la agenda de cualquier mexicano que se precie de serlo, que los arrumacos de todo tipo que se muestran en cualquier circunstancia a las madres de cualquier edad desde las precoces madres adolescentes hasta las cabecitas blancas que marcan buena parte de la autoridad que se ejerce en los hogares de cualquier familia mexicana.

Sin embargo, la influencia capitalista tiende a confundir a la mayoría de los vástagos que tienen a bien demostrar su afecto y la vuelve una celebración de falacias que poco o nada tienen que ver con el amor verdadero. Se da por hecho que solo puede demostrarse el afecto si hay un regalo material de por medio y que poco tiene que ver con el fortalecimiento de los auténticos lazos afectivos. La mercadotecnia le ha dado una condicionante a la relación que prácticamente obliga a los hijos a llegar con un regalo, costoso o no, por delante, si no, en el raciocinio general de festejadas y festejantes, queda la sensación de que, en ausencia de presentes, el amor baja de categoría. Si no se gasta un dinerito en la felicitación de la festejada, es como si el amor nunca hubiera existido.

Las reuniones familiares proliferan y los agasajadores más espléndidos adquieren la categoría de mejores retoños, dejando en segundo plano a aquellos que, por pobreza, tacañería, omisión u otra circunstancia llegan a los festejos familiares con las manos vacías o casi, creando sensaciones de desigualdad en las demostraciones de cariño para las agasajadas.

En la mayoría de los casos llega toda la prole a invadir el hogar materno y la reunión se transforma en un desfile de vanidades en las que todos los festejantes quieren el protagonismo de manifestarse como los mejores hijos, olvidando que, en la mayoría de los casos, las susodichas viven en un olvido funcional en el terreno de los afectos, que se ven manifestados, en contraste, en el concurso de amor hacia las madrecitas y, por desgracia, casi nadie hace alusión a que, salvo otros días especiales como la navidad y el año nuevo, las madres son procuradas solamente para resolver algunos de los problemas particulares de las crías de cualquier edad. Ejemplos sobran, como la invasión al hogar materno sin aportar medios para que este siga funcionando, los hijos con problemas financieros que ven en los ahorros de la madre la tablita de la salvación, las madres solteras o casadas que ven en las progenitoras y su hogar, la oportunidad de conseguir una guardería gratuita y una nana o niñera a la que no hay obligación de pagar ningún tipo de compensación, ni siquiera la afectiva, y otras barbaridades que es mejor no seguir enumerando para no herir susceptibilidades.

Además, estas reuniones familiares están sobradas de casos en los que los miembros del clan, transforman el hogar materno en una gran cantina familiar y en algunos casos en una arena en la que se exponen algunas causas y azares que terminan transformándose en una arena donde tratan de dirimirse las diferencias y aspiraciones individuales de cada uno de los miembros de la familia. Otra circunstancia nefasta es la que expone el egoísmo y abstracción individualista de los hijos que se pierden en el mundo de las pantallas, principales depredadores de los afanes afectivos: la televisión, las computadoras y el terrible invento e los teléfonos “inteligentes” que hacen parecer a las personas como auténticos desadaptados y disfuncionales. Todos están presentes en cuerpo, pero muy pocos lo hacen en el ánimo afectivo y en el espíritu de familia. ¿No sería bueno reinventar este día y hacer que el sentimiento amoroso se muestre en dimensiones que verdaderamente agasajen a la festejada? O mejor aún, cancelarlo en el calendario festivo y diseñar nuevas formas que permitan demostrar a las sufridas y abnegadas madrecitas que se les ama con todas las fuerzas cada momento de su vida.

Lo más hermoso de la existencia, que es el amor de la familia, es gratis. Se debería aprender a amar constante e incondicionalmente. Pero como siempre, parece que esta columna está destinada a promover sueños guajiros.

A pesar de lo anterior, me sumo al sentimiento popular y envío mis felicitaciones a las madres que tienen la fortuna de serlo por convencimiento propio y recordar con todo el amor del mundo a la que me dio la vida y formó junto a mi padre una hermosa familia. Hasta donde esté mi querida Jesusita, van todo mi amor y mis mejores sentimientos. ■

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