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jueves, 28 marzo, 2024
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El rapto de Europa: la trampa tendida a Rusia

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Por: ATANACIO CAMPOS MIRAMONTES •

El nombre del continente europeo deriva de la princesa fenicia raptada por Zeus, quien, para seducirla, se transformó en un toro blanco y la llevó en su lomo a través del mar mediterráneo a la isla de Creta, donde tuvo relaciones carnales con la hermosa Europa. Cual eterno retorno, y a sus años, a Europa se le pretende raptar otra vez.

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Con enormes sacrificios y la persistencia que su historia le ha enseñado, Rusia logró en los últimos 20 años avanzar en la modernización de su economía y su ejército, sin poder del todo sanar las heridas sangrantes que dejó el cataclismo geopolítico de la destrucción de la Unión Soviética.  Por su parte, Washington siempre buscó implementar los preceptos geopolíticos de que “el nuevo orden mundial bajo la hegemonía de Estados Unidos se crea en contra de Rusia, a costa de Rusia y sobre los escombros de Rusia (Zbigniew Brzezinski, El Gran Tablero Mundial, 1997).

Siendo Rusia parte de la civilización cristiana, Putin apostó a incorporarla a Europa y sus instituciones, e insistió en crear conjuntamente una arquitectura común en el continente que dejara atrás las secuelas perniciosas de la Guerra Fría, llegando inclusive a plantear a Bill Clinton que Rusia fuera aceptada como miembro de pleno derecho de la OTAN. La respuesta fue continua expansión hasta incorporar a las tres ex repúblicas soviéticas del Báltico.

Como estadista, Vladimir Putin tendrá un lugar en la historia de Rusia por: haber restablecido la verticalidad del poder del Estado Ruso, sin la cual Rusia se encaminaba a una segura desintegración; la modernización económica con base a los preceptos de la economía de mercado y una mayor inserción económica internacional, en especial con Europa Occidental; la modernización de las fuerzas armadas y su capacidad de respuesta disuasiva, devolviendo con ello a Rusia su vocación soberana e independiente. Esto es lo que nunca gustó a las elites occidentales y, como a otros líderes que intentaron ejercer su voluntad soberana, lo demonizaron mediáticamente para justificar sus estratagemas geopolíticas. En el mundo de hoy son pocos los sujetos con auténtica voluntad soberana.

Putin, con su experiencia como residente alemán de la KGB, intentó denodadamente integrar Rusia a Europa acercándose a Alemania mediante ambiciosos proyectos energéticos. Desde su primer mandato Putin pugnó por incorporar a Rusia a todas las instituciones occidentales, y para evitar la confrontación por la ampliación de la OTAN hacia el Este, planteó una y otra vez la construcción de una arquitectura de seguridad compartida e indivisible en Europa. Los meses recientes fueron de negociaciones y esfuerzos diplomáticos colosales para acordar garantías de seguridad mutua entre Rusia y Occidente. El escupitajo de Occidente se resume en una frase: “Entre menos OTAN quiera Rusia, más OTAN tendrá cerca de sus fronteras” (Jens Stoltenberg).

Europa tiene más de una deuda con la Rusia de Putin. En efecto, la intervención militar en Siria logró por fin derrotar al Estado Islámico y otras formaciones terroristas, cuya presencia en el Medio Oriente causó oleadas de migrantes y una serie de atentados terroristas. Europa occidental, con sus atrofiados reflejos de poder, apoyó a los Estados Unidos en la destrucción de Irak, Afganistán, Libia, Siria… causando turbulencias en su propio territorio.

Voces tan autorizadas, como la de H. Kissinger, desde hace años advirtieron que Ucrania constituía la línea roja que Occidente no debería cruzar para no crear un conflicto de impredecibles consecuencias con Rusia.

La guerra en Ucrania, obviamente, es una consecuencia de largo plazo de la destrucción de la URSS. Pero si nos atenemos puntualmente a la cadena de acontecimientos desde el golpe en Ucrania de 2014 y las posiciones que cada una de las partes fue adoptando, definitivamente no fue Rusia la que inició la guerra. En verdad con la operación militar especial Rusia quiere acabar la guerra. Las elites de Estados Unidos y Europa occidental prepararon esta guerra desde que no cumplieron los acuerdos firmados el 22 de febrero de 2014 que buscaban una salida política a la crisis de Maidán, y posteriormente al alentar y armar a los agresivos movimientos nacionalistas de inspiración nazi que, junto con el ejército y la guardia nacional, asolaron durante ocho años a la población del Donbass.

Por si eso fuera poco, EEUU creó varios centros de investigación y desarrollo con agentes biológicos en territorio de Ucrania y, para colmo, la reciente declaración del presidente Zelenski de la disposición a desarrollar armamento atómico. En condiciones de un desafío existencial, ¿cómo debía reaccionar Rusia? Armas nucleares y biológicas en poder de un gobierno apoyado por movimientos nacionalistas de inspiración nazi. La respuesta fue la única posible: lanzar una operación de gran envergadura para proteger a la población rusa del Donbass y otras regiones, desmilitarizar y desnazificar a Ucrania, dejando claro de una vez por todas que Ucrania no podrá ser parte de la OTAN.

Y lo han dicho abiertamente los asesores y estrategas geopolíticos norteamericanos: “la tarea principal es evitar el acercamiento estratégico entre Rusia y Alemania, que representarían un desafío a los intereses vitales de Estados Unidos…” (George Friedman, Geopolitical futures). Con la guerra en Ucrania los países anglosajones consiguen divorciar definitivamente a Europa de Rusia y su dependencia energética. ¿Ahora entendemos porqué EEUU nunca aceptó el nuevo gasoducto Nord Stream 2 ni las vacunas rusas contra el Covid? Con un alto costo Europa habrá de reorientar completamente su economía a una colaboración total con Estados Unidos y Canadá hasta convertirla, quizá, en una zona integrada. Rusia, a su vez, como país euroasiático, habrá de voltear definitivamente para China y Asia. Esta es la escabrosa senda para transitar de un mundo unipolar a uno multipolar.

Estados Unidos y Europa occidental tratarán de hacer pagar a Rusia un precio colosal por su osadía de desafiarles. Estados Unidos y los países anglosajones tendieron una terrible trampa en la que sucumbió no sólo Rusia, sino una Europa de muy menguada vocación soberana. Otto Von Bismarck, que no era ningún diletante en estas cuestiones, decía: “yo conozco cientos de maneras de sacar el oso ruso de su madriguera, pero ninguna para meterlo de regreso”.

Mientras tanto, allá en la línea del horizonte del océano, se aleja la silueta de una vieja princesa aferrándose a los cuernos de un enorme toro que se adentra en las aguas del Atlántico. Las ganas de amancebarse tendrán que esperar, pues la travesía promete ser larga y sinuosa…

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