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viernes, 26 abril, 2024
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El secreto hipogeo

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Por: ROLANDO ALVARADO • Admin •

En algún secreto hipogeo de la biblioteca central de la UAZ moran, plenamente ignoradas por los que en Zacatecas aseguran ser lectores de Foucault, las obras de Buffon y Cuvier. De Georges Louis Leclerc, conde de Buffon, se encuentra la «Histoire Naturelle». No quizás los 44 tomos, sometidos como están a la implacable crítica de los roedores y a los hurtos distraídos, pero sí una parte sustancial con la que se podría obtener algo más que una vaga idea de su contenido. De Georges Cuvier, barón de Cuvier, están los 4 tomos de su “Regne animal distribué d´après son organisation”, su fundamental “Recherches sur les ossemens fósiles de quadrupèdes” y una muy maltratada, casi al borde de la extinción, edición de su “Théorie de la terre”. Hay en Cuvier dos facetas que se complementan: la del estudioso de la geología y los fósiles, y la del naturalista que desarrolla nuevos principios taxonómicos que rompen con lo que Foucault denominó “episteme clásica”. Según Foucault, mientras Buffon es un exponente distinguido de esa episteme, Cuvier se encuentra ya en el punto de su ruptura. Con su metáfora de la historia de la ciencia con una sucesión aleatoria de epistemes Foucault se mueve, quizás conscientemente, quizás no, dentro de la orbita iniciada por Cuvier, quién, como geólogo, postuló la transformación de la Tierra y su relieve orográfico por intermediación de catástrofes aleatorias. Para darnos una idea de la posición de Cuvier podemos leer, en las primeras páginas de los “Principes de Paléontologie” de Claude Babin (Armand Colin, 1991. París), que sin la hipótesis de uniformidad la paleontología pierde todo su poder científico. La hipótesis de uniformidad; expuesta por Charles Lyell en sus influyentes “Principles of Geology”; sostiene que la forma de los continentes y de los paisajes terrestres son el resultado de la acción constante y paulatina, durante millones de años, de miles de fuerzas. Si hubiese catástrofes todo el registro fósil estaría revuelto, y los hipotéticos restos de los seres del mesozoico aparecerían junto de los del neolítico. De la misma manera, si la historia de la ciencia fuera una aleatoria sucesión de epistemes, como quiere Foucault, no habría un desarrollo racional de la ciencia. El uniformitarismo influyó en Darwin, y la primera versión de la teoría de la evolución asienta un uniformitarismo biológico: los seres vivos van, lentamente, adaptándose a un entorno que no cambia abruptamente. Por supuesto las hipótesis del equilibrio puntuado de Jay Gould y Eldredge es apenas una concesión menor a la hipótesis catastrofista, porque el registro fósil se niega a mostrar las formas de transición entre las especies. El uniformitarismo es también la hipótesis dominante en lo que a la formación del sistema solar se refiere, hasta que los hechos, esos endemoniados hechos, se negaron a adaptarse a los esquemas uniformitaristas y las catástrofes encontraron su lugar en el origen del sistema solar. Uno de los últimos nichos del pensamiento uniformitarista, y donde más éxito parece tener, es el páramo de espejos de la política, porque en ella desde hace mucho se niega cualquier revolución violenta, cualquier cambio abrupto, cualquier catástrofe que lleve a la perdición a los regimenes de gobierno. Se postula que todo puede cambiar, pero paso a paso, racionalmente, bajo la severa y firme guía de los procesos electorales, del desarrollo de ciudadanía, de la paulatina conquista de derechos por las minorías, del cada vez mayor acceso de las masas a la educación de calidad. En pocas palabras, se profesa que todo cambio es el resultado de un lento, largo y paciente proceso de microcambios.  ■

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