La Gualdra 667 / Libros /Poesía
Por Mario Alberto Medrano
Si como postulaba en varios de sus libros la filósofa Hannah Arendt, la literatura es un artefacto liberador y nos invita (mejor, nos impone) a ejercitar reflexión, la imaginación y la contemplación, entonces la literatura sí nos da respuestas, y no sólo preguntas, como a veces ha querido establecerse. Por supuesto que no nos da todas, pero sí una porción, a cuentagotas (o cuentagatos en este caso), si se quiere.
Parto de lo propuesto por la intelectual alemana para acercarme al género literario más antiguo, la poesía, vista desde la épica. Las batallas y gestas heroicas no sólo nos mostraban el campo de combate, también nos hablaba del amor, la traición, la derrota. El poema ha sido, antes que la crónica misma, quien nos ha contado el transcurrir de la historia, real y ficticia.
Al igual que mítica, mística e histórica como la poesía, la figura del gato nos propone la contemplación, por su simetría y perfección, por su silencio y cautela, por su crueldad y ternura. El poema es como el gato de la literatura: es fondo y forma: nos ofrece una respuesta. De este vínculo es del que se ocupa Alberto Ruy Sánchez en su más reciente libro, El silencio del gato (Ediciones Era/Ediciones La Rana, 2025).
Podría decir (en un aliento de ánimo) que la obra literaria de Alberto Ruy Sánchez persigue un fin: la exploración de la anatomía. Me explico: en Los nombres del aire y Los jardines secretos de Mogador, el autor explora la anatomía del deseo (femenino, sobre todo); El sueño de la serpiente es la anatomía de la memoria y el recuerdo; El expediente Anna Ajmátova, la anatomía de la poesía; El silencio del gato, la anatomía del felino y su acecho. Asimismo, considero que cada una de éstas y demás obras suyas son una búsqueda e invención por la anatomía del lenguaje.
Este gato de más de cien páginas que es su último libro acecha desde los recovecos. De inicio, y como ya lo he dicho, el gato y la poesía de Ruy Sánchez son fondo y forma. Así como el felino, que es breve, contundente y lírico, este libro de poesía se edifica con poemas de arte menor, la mayoría de las veces cuarteas y a veces redondillas, con un rítmica específica, alternando la consonancia con la asonancia.
A diferencia de su narrativa, que considero en algunos momentos barroca, la poesía de El silencio del gato colinda con la oralidad en muchos de sus momentos. El libro está dividido en 5 estaciones y una coda, a saber: Digo gato y se me esconde; Los cuerpos del gato; El mismo gato es otro; Un gato es un gato, es un gato, es un gato; Gatos con misterio y sin misterio; Coda.
Quienes tenemos felinos entendemos cada uno de los poemas que escribe el autor. Por ejemplo: “La lengua de mi gato enseña/que lo áspero es delicioso/cuando me muerde sin fuerza,/cuando me atrapa/sin sacar las uñas,/y su lengua me acaricia/con su piel de puntas bravas”.
Cada poema es una viñeta. El autor logra con mucha solvencia crear en la mente del lector la imagen del felino, con su caminar astuto, con su maullido oportuno y exigente, ese ser que es “aire y fuego/silencio danzante”.
Dentro del universo de El silencio del gato es imposible no incurrir en la intertextualidad. Van y vienen por los rincones de esta casa habitada por “michis” Lope de Vega, Quevedo, Mark Twain, Doris Lessing, Juan Ramón Jiménez, Borges, Shakespeare, Gautier, incluso la autorreferencia a Mogador, aquella ciudad de la mitología ruysanchezca.
Antes de leer el libro de Ediciones Era y Ediciones La Rana, había tenido la oportunidad de conocer la lírica del autor en el libro Soy el camino que tomo (en cuya editorial también he publicado y comparto en la misma colección con Alberto). En ese tomo también compone su propia geometría del paisaje, es un libro que defino como la anatomía del viaje. A ratos lírico, otras contemplativo, y siempre intertextual.
A diferencia de aquél, este último gana por su sencillez y madurez. En éste advierto al autor en un estado de total contemplación, que busca en la cotidianidad la poesía, su esencia y finalidad. “Las cosas pasan de largo/pasan al lado,/pasan enfrente/y si podemos las gozamos;/pasan también para decirnos que pasamos,/que tras cada segundo/nada ni nadie/ es igual”.
El mismo Ruy Sánchez maúlla sus versos, con aliteraciones y cacofonías intencionales, con una estructura bien pensada, con pareados o estrofas largas que, bien vistas, vuelven a ser cuartetas, marcadas por el ritmo y su puntuación.
Un gato es, nos recuerda Ruy Sánchez, un animal dentro de otro animal. El doble, el otro, el escritor que es un animal que se transforma. Con este libro, el narrador y ensayista nos entrega otro rostro más de su faceta como poeta, más sencilla, menos estridente, con muchos momentos de lirismo puro. A su manera, este libro —y aquí evoco de nuevo a Arendt (de donde partí)— nos da una respuesta sobre nosotros mismos y nuestras soledades y cariños.