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jueves, 18 abril, 2024
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Héctor Monsalve: la escritura que no deja de temblar

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Por: RICARDO SOLÍS* •

La Gualdra 564 / Libros

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Yo no conozco a Héctor Monsalve (Santiago de Chile, 1970), autor de Morir en vano (Typotaller, 2022), pero su libro cumple con la difícil tarea de comunicar y, a un tiempo, lo hace con la consigna de que se canta el silencio, de que esa forma de enmudecimiento nos vence y reclama con cada segundo que pasa, con cada recuerdo que el miedo busca apaciguar. En estos versos la muerte campea porque la hemos sentido, no mirado.

Como ya lo menciona Jorge Arzate Salgado en su introducción a la obra, este libro “funciona como un shock de realidad”, porque lo que gana la palabra es poder evocativo en estas páginas, esta sucesión de poemas donde hay un flujo que no se detendrá hasta el último de sus textos (ese sí, con título), por ello el sentido no es aquí una dirección concreta sino la intuición de una música, un tono más que un discurso, una disposición que puede contravenirse y brindar la impresión (poderosa) de que no hemos dejado de comprender –lato sensu, por supuesto– para, lo mismo que Arzate Salgado, reconocer que Morir en vano es “un ejemplo de que es posible una reflexión lúcida del presente a través de la poesía”.

Así, como en la música, el tiempo es clave porque lo mismo que la sucesión de los poemas, semeja un largo lapso que corre, compuesto de piezas intercambiables, móviles, teselas muy pequeñas que apenas en conjunto revelan el poder de una imagen compleja e inesperada pero, con todo, se mantienen en movimiento. ¿Por qué es importante este movimiento? Porque no permite que nada se estanque, porque el registro operativo de la lengua es violentado –dice el poeta: “Sí, lo sabemos bien./ La única vía es la violencia”.– y, sin embargo, la estructura persiste, estamos ante un lenguaje que se asume como una simulación por vía de la cual se accede a la verdad, la única posible, que “lo enterrado” permanece vivo y “hace un ruido insoportable”. Como el silencio de los muertos, los desaparecidos, los traicionados que, como la carne oscura de muchos poemas, han entrado en la muerte, cada uno, “a su manera”.

En estos términos, a pesar de que Morir en vano sea un libro admirable, lo que no debe pasarse por alto es –tal vez– que su mejor cualidad es la de incomodar, nos incomoda el verso “porque sabe […] porque dice […] porque quema”, porque en esa forma de ardor damos con una respuesta, una especie de certeza difícil de nombrar: que el poema es un espejo de la muerte, un emblema imposible sin la fuerza concreta de eros cuando combate la “cobardía” que nos mantiene en silencio, callado como quien persigue crear “un poema enfermo/ de amor por los demás”, la única forma admisible de valentía (y es que Morir en vano es un libro valiente, no deja de asumir y hacer notar que ha tomado un riesgo enorme en sus textos: “llenar paredes, calles, palabras,/ con coraje”; antes de enloquecer u olvidarlo todo).

A semejanza de la sustancia intermitente del tiempo, estos poemas conforman una imagen “que retorna y molesta”, que en cada página ofrece una oportunidad para hacer propias las palabras como si fueran cicatrices de una larga serie de evidencias: que la muerte es parte de nosotros, que hubo una época salvaje donde los desaparecidos fueron enterrados, lanzados al mar, disueltos “en la crueldad,/ en el dolor, en el vacío”.

Después de todo ¿qué sería este libro sin su contraparte negativa dentro de sí? A eso también se refiere la valentía del poeta que no sólo se aferra al amor como vía válida para “Nunca más cantar la ausencia./ Solo escribir cosas concretas./ Decir arma, hombre, ira./ Y ocupar metáforas vacías/ de luz, de humanidad”. Y de ese modo porque será prudente, también, no cesar de preguntarnos si “sentir” sirve o no ante el vacío de las palabras, sin importar su cuño o denominación, todas se han vaciado, los verbos que antes indicaron la acción ahora no llegan a dar valor a nuestras expresiones en tanto el silencio sea lo único evidente, aquello que nos recuerda que “Somos nosotros los terribles” y no otros.

No en balde dedica Monsalve este libro a su generación, porque si bien el tono distingue este cantar segmentado que se despliega cual obertura, es cierto también que no hay una voz única, y tampoco se dispone en los versos de forma coral, antes una da paso a la otra y así de forma sucesiva, casi para no ser notadas y, sin embargo, crear una cubierta léxica hecha de múltiples capas, un “despedazado lenguaje” que insiste, que no niega la naturaleza política de sus expresiones pero tampoco les concede primacía en el vasto muro de los significados.

Finalmente, hay una violencia patente en la escritura de Monsalve, pero el tono hace posible que la tragedia, el fondo de muerte que se nombra y evoca, se exprese sin exasperación, sin sombra de aullido; es en las palabras que hacen de Morir en vano un libro de poemas donde se manifiesta “el peso del miedo de tus muertos”, lo que convierte al silencio en una “muda invocación” en la que, lo mismo que quien nos habla desde el verso, continuamos “transformando para siempre el territorio,/ las ciudades, el lenguaje”. Ese es, sospecho, el mejor rostro de este libro: una escritura que no deja de temblar.

 

Héctor Monsalve Viveros. Santiago, Chile. Ha publicado los libros Poemas reclinables (1997), Elena (2010), Yo Héctor (2015), el libro ilustrado para niños Elisa ríe en silencio (2022) y Morir en vano (Typotaller, 2022). En el año 2017 publica la segunda edición de su libro Elena, que incluye testimonios-poemas sobre la muerte de Elena, escritos por once poetas de diversos países de Latinoamérica. Y en el año 2021 publica la segunda edición de su libro Yo Héctor.

Fue becario de la Fundación Pablo Neruda en el año 1993 y obtuvo por concurso público el Fondo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura en la Línea de Creación, entregado por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, en los años 1997 y 2020. Parte de su obra se ha publicado en importantes antologías internacionales. Ha participado en diversos encuentros, realizando lecturas en su país, y en Perú, Bolivia, Colombia, México, España, Austria y Rumanía.

 

 

*Ricardo Solís (Navojoa, Sonora, 1970). Escritor, traductor y periodista. Radica en Guadalajara desde 1999.

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/lagualdra564

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