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jueves, 28 marzo, 2024
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Tortas japonesas

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Por: HERÓN EDUARDO DOMÍNGUEZ •

Medio milenio de historia nos ha quizá predispuesto, y por ello acaso nos resulta enteramente natural que, por ejemplo, los bancos establecidos en nuestro país, extranjeros su casi en totalidad, españoles varios de los mismos, dupliquen cuando no cuadruplican entre nosotros los réditos obtenidos en sus países de origen, transfiriendo así a las economías de procedencia un flujo muy importante de recursos, que colocados a tasas varias veces menores generan allá el desarrollo que tan obstinadamente se nos niega acá.

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Esta situación, que genera un tropel de preguntas, obtiene de ordinario muy exiguas respuestas, ninguna de las cuales resulta siquiera a medias satisfactoria: aducen los voceros oficiales y oficiosos de la banca la “precariedad” en que deja a esta la legislación vigente, poco ágil para su gusto en la recuperación de créditos impagos, si bien guardan un prudente silencio con respecto a la sustracción, legal o no, de los reclamos de los usuarios a la justicia ordinaria; la bancarización forzosa de los contribuyentes y sobre todo  la tolerancia absoluta, por todas las autoridades, de sus abusos cotidianos.

Menos inexactos resultan quizá quienes atribuyen lo anterior a la corrupción, parte de nuestra cultura, según la opinión de un importante especialista en el ramo, práctica en la cual reguladores y regulados, vigilantes y vigilados, suelen desplegar un virtuosismo consumado.

En ese punto nos encontrábamos al producirse el episodio catalán del reality show intitulado Humberto Moreira, y su no tan impredecible desenlace, gracias al cual según la fórmula paciana los símbolos se hicieron transparentes, y las respuestas se precipitaron al aparecer los implacables jueces y fiscales que luego de hacer añicos el pedestal de personajes colocados en la línea sucesoria de la corona española obviaron las poco veniales acusaciones de malversación de fondos públicos, blanqueo de capitales y delincuencia organizada, ante una constancia de buena conducta por la benemérita PGR, y una certificación de licitud de fantasmales empresas cuyo cliente único es el gobierno del estado de Coahuila, coto de caza hasta muy recientemente del indiciado, encabezado hoy en día por un hermano suyo.

La buena noticia es que aun cuando se trata de un ingrediente endemoniadamente importante, no es la corrupción lo que nos tiene postrados; la mala es que la impunidad tiene ya calidad de exportación.■

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