Escribió Louis Althusser, en su artículo “Los aparatos ideológicos del Estado”: “El sueño era para ellos la imaginación vacía, “organizado” arbitrariamente, a ciegas, con los residuos de la sola realidad plena y positiva”. Y añade “la ideología, como el inconsciente, es eterna”. Esta es la declaración nítida del “estructuralismo” marxista propuesto por Althusser: la ideología es una estructura inconsciente que se reproduce por hábito a lo largo de la historia, es decir: de la lucha de clases. Es un determinismo. Se constituye una representación imaginaria de las condiciones reales de la clase trabajadora a lo largo del decurso histórico, porque en sí mismas esas condiciones son alienantes. No debemos olvidar que la ideología es material, la reproducción de los hábitos no acontece ni en medio de la nada ni como parte de la voluntad de los individuos: se inserta desde el Estado y sus aparatos. Por “Estado” se debe entender la organización policial, la institucionalidad fiscal, la educación pública, mientras que por “aparato” se remite a todo lo que no está, formalmente, en control administrativo del Estado. Así la institución familiar, los sindicatos, las fábricas, Althusser ofrece una lista mínima incompleta. Resulta esclarecedor escuchar las alocuciones de los principales ex dirigentes de la Unidad Académica Preparatoria, en particular, cuando aducen que, gracias a Althusser, comprendieron que la universidad es un “aparato ideológico del Estado”, cuyo fin es reproducir la ideología dominante. ¿Cuál? La de las clases medias semiilustradas de Zacatecas, la que aquellos que se reflejan en “Mi libro”. A partir de esta “revelación” concluyeron, gracias al “análisis institucional” de Rene Lourau, que el papel que a ellos les tocó jugar fue el de “grupo instituyente”, opositores de facto a quienes sí asumían el rol de reproductores de la ideología: los “instituidos”. Ese grupo, bajo diferentes denominaciones (Grupo Universidad, Grupo Plural) logró ocupar, gracias al fraude, el aparato ideológico del sindicato. Desde ahí tiene un objetivo claro: reproducir una ideología particular para conseguir un impacto a nivel de la sucesión rectoral en mayo de 2025. Ante esto el azoro. ¿No es el fin del sindicato luchar por el bien colectivo de sus agremiados? Es claro que, a menos que se traduzca ipso facto en incremento de prestaciones, la búsqueda de la rectoría no es asunto del gremio. Sin embargo, sí es parte de la lucha de facciones universitarias por el control presupuestal, o en palabras de Touraine: por la historicidad. Y todo esto es, ya se sabe, la materialidad misma, el nivel infraestructural de “última instancia universitaria”, pues desde el control del presupuesto los grupos que arriben a la rectoría pueden reproducir su ideología de manera tersa, consensuada, mediante la creación de opciones educativas para colocar “operarios” de su reproducción material e ideológica. Es decir, nada relativo a las condiciones laborales de las mayorías, pues desde hace mucho, el control de esas condiciones no reside ya en las universidades. Estas tienen un presupuesto fijo y decreciente de acuerdo a los parámetros inalterables de la “contención inflacionaria”, de la “política heterodoxa” de los 1980. Por tanto, si esta es la condición real de la universidad las vindicaciones salariales se reducen a cuestiones de forma, porque el fondo es ya inalcanzable. Por medio de la lucha sindical no habrá una revalorización del trabajo universitario, pues esa acontece mediante los títulos, los programas de estímulos, los programas gubernamentales. A esto se le nombra “modernización educativa”, y con ella fenece el proyecto sindical para las mayorías. Sólo queda el sindicato como aparato ideológico de los grupos políticos. A nivel de la subjetividad, los docentes responden de manera directa a la interpelación del Estado, alzan la mano y dicen “yo”, yo me doctoro, yo me hago SNI, yo compito por estímulos mientras que nadie responde a los llamamientos del SPAUAZ. Ante esto la función del sindicato, como ya se dijo, se reduce a cuestiones de forma: que se cumpla tal o cual procedimiento, que informe la rectoría de lo que hizo o no hizo. Nada de esto redunda en revalorización del trabajo, es, para decirlo con palabras fatales: pura ideología. Con una función clara: justificar los actos unilaterales, antidemocráticos, ilegales del grupo que instrumenta al SPAUAZ en su beneficio. Sin embargo, como ironía del destino, o del determinismo estructural, ese grupo que se quiere instituyente se instituyó en el sindicato y enfrenta no a la rectoría, sino a un grupo que aparece en respuesta a la mala conducción de la Dra. González y sus aliados. Esta agrupación logró impedir una reforma autoritaria de los estatutos, detuvo la utilización de un padrón ilegal en un proceso de plebiscito a huelga y evitó que estallara. La respuesta, a nivel ideológico, fue tratar de asesinarlos mediante epítetos infamantes: “son apatronados”, les dicen. Peor aún, sin tratar de enmendar sus abundantes errores, la dirigencia del SPAUAZ inventa conspiraciones y enemigos imaginarios. Con ese discurso incoherente, desde la ideología, pretende cautivar a los universitarios, hacerles creer que hay motivos de huelga cuando no los hay o mínimo que, por primera vez en la historia, el comité ejecutivo trabaja. Sin embargo, su ideología los ciega, es su sueño organizado desde los humores de la oscuridad. No tendrán nada sino humo y espejos.
El SPAUAZ en su laberinto. Humo y espejos
