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viernes, 19 abril, 2024
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Ella se llama Luna

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Por: ÓSCAR GARDUÑO NÁJERA •

Luna. Ese es su nombre. Al menos el que nos permite saber. Cuando preguntas descubres que su nombre marca también buena parte de su vida. Una Luna. Veámoslo así para empezar. En este cuento no hay hadas. Ni finales felices. Ni siquiera tristes. Es más: no existen los finales. Aún no se pronuncian. O están en los labios de cualquier hombre. Ella aparece en la pista de baile del Closet. Es uno de los table dances ubicado en la zona de la Condesa en la Ciudad de México. Uno de los lugares más concurridos por todo tipo de hombres. Los hay de tipo Godínez. Incluyen cansancio, fastidio, corbata y saco. Tal vez barbita tipo hipster. Los hay de tipo Nerd. Van de allá para acá mientras cargan enormes panzas. Incluyen lentes de aumento con armazón de pasta. Lo mejor y más gracioso: camisas a cuadros y mal fajados. Una pregunta: ¿por qué los Nerds siempre van mal fajados? ¿Es la panza o es su sapiencia?

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También los hay juniors. Sonrisas perfectas. Camisas Polo. Extraños hombres de sonrisas perfectas y perennes que festejan todo lo que tienen que festejar acaso porque la vida que viven ya no les pertenece. O porque es un préstamo inmediato de sus padres. Hijos de puta que lo mismo sonríen hoy que mañana despiden a un obrero de la fábrica que heredan de sus padres: viejitos también hijos de puta que les enseñan que la vida se celebra en los table dances de la Condesa. Y los hay de clase media. Los que con trabajos completan para pagar los 135 pesos de una cerveza mediana. O los 235 pesos de un trago de Jack Daniels junto a una lata de agua mineral. Como yo.

Hay quienes aceptan las reglas del juego. Un baile personal de quince minutos te cuesta 1000 pesos. Se vale de todo, aclara la mujer que seleccionan. Menos penetración. Puedes tocar, besar, meter, por 1000 pesos. Quince minutos y vuelves a tu mesa un poco más miserable pero un poco más caliente.

También los hay quienes se conforman con entrevistar a una de las tantas bailarinas que cada noche se presentan en este lugar, uno de los pocos que todavía quedan en la Ciudad de México, uno de esos de “viejas encueradas” luego de que el gobierno de Miguel Ángel Mancera cerró todos tras extorsionarlos y acusarlos de trata de blancas, cuando en realidad se cerraban porque no habían alcanzado la tarifa que les exigía. Esto me lo dice un mesero pintado de Guasón. Hay que recordar que es primero de noviembre. Lo que hizo Mancera sólo propicio que cientos de mujeres se quedaran sin su fuente de empleo directo. ¿Resultado? La prostitución en las calles de la Ciudad de México aumentó. En pequeños grupos de mujeres. A estos sí se les puede controlar bajo el mando y la cuota policiaca.

Luna llega a la pequeña mesa circular, se sienta y pide al mesero Guasón un vodka con agua mineral. Le pregunto la marca del vodka. Stalinsnaya, me responde. Eres de las mías, agrego. Me presento y le digo que me interesa su historia para escribir acerca de ella. Obvio no me cree. En lugares como éste es una obligación de las mujeres no creer en los hombres. Sin embargo me cuenta. Charlamos.

Su esposo le era infiel con la esposa de un hombre que era ex militar. Esto ocurre en el Estado de Hidalgo. El ex militar comete un secuestro junto con otros hombres, los pescan y, en venganza, procura embarrar al esposo de Luna, sin que éste tenga que ver con el acto delincuencial. Lo meten al reclusorio. La condena es por cinco años. Durante los primeros años Luna se da a la tarea de ir puntual a las visitas conyugal. Ese hombre es el padre de sus dos hijas. Una de ocho; otra de trece. Hasta que Luna se lleva la sorpresa.

Me era infiel con otras mujeres. Es lo que me dice mientras inclina la mirada y me pide un cigarro Marlboro. Le ofrezco fuego, enciendo uno para mí, suelto la primera bocanada y me sorprendo. ¿Cómo te diste cuenta? Es una pregunta obligada. Tarda en contestar. Primero se mesa su cabello negro y lacio hacia atrás, vuelve a fumar, suelta el humo, una cortina grisácea nos acompaña y me dice que por una custodia, por ella es por quien Luna se da cuenta que su esposo le era infiel con otras mujeres. Me lo suelta así, un día de visita: a tu esposo lo vienen a ver otras “viejas”. Fue cuando tomé la decisión de separarme de él. Y se lo hizo saber. Aunque él juró que no era cierto, Luna decidió darle la espalda, no volverlo a ver nunca más. Allá el hombre y el castigo que ya pugna.

¿Entonces? Es otra pregunta obligada. A nuestro lado se escuchan ruidos, hombres borrachos que festejan la caricia a 500 pesos, los hielos de mi trago de Jack Daniels y la música de reggaetón que muchas de las mujeres acostumbran para hacer sus bailes. Ni siquiera traigo grabadora. Sé que todo lo tendré que escribir de memoria, apenas con unos cuantos apuntes que alcanzo a garabatear en una servilleta a escondidas del mesero, quien está al tanto de que no le vaya a dar ningún dato a Luna, nos vigila de lejitos, me pregunta si necesito algo más, le digo que no y le devuelvo la pluma Bic que me ha prestado para garabatear apenas unos datos, rasgos, soy un jodido cronista sin libreta ni bolígrafo ni grabadora ni nada, pero frente a mí está Luna, y ella prosigue.

Cuando me separo tenía encima los gastos. Él siempre se quiso dar vida de rico y entre la renta y las colegiaturas de las escuelas de mis hijas, mis gastos eran superiores a los 16 mil pesos mensuales. Un amigo me contacta y me dice que tiene un table dance. Luego me ofrece trabajo. Así es como llego a este lugar. Mis hijas no saben nada. Punto. Hago un silencio. Penetrante. Reflexivo. Hay historias bajo las cuales no te puedes defender. Pierdes todo. Se lo hago saber.

Un año más. Es lo que le falta a Luna para conseguir lo que requiere: una maquila. Me comenta que quiere poner una, que su familia ya le maquila a una empresa importante. Lo dice con el ánimo en su mirada. Por fin admiro que sus ojos se iluminan. ¿Soltera? Me responde que sí. En este lugar nos cuidan y nos tratan bien. Y ningún cliente puede pasarse de listo. Le pregunto (y me siento idiota) por su primer cliente. Luna me aclara que se trataba de un hombre mayor. Me trato muy bien. Ya cuando estás aquí te acostumbras. Finaliza. Hemos bebido dos tragos de distintos alcoholes y hemos compartido una misma historia, la suya.

Me comenta que está por terminar de escribir un libro donde cuenta toda su historia. Me impacta: cuando lo saque ya verás la de cosas que digo. No lo dudo, Luna, no lo dudo. Suelto la última bocanada de grisáceo humo y apachurro la colilla contra un cenicero de vidrio. El Guasón me pregunta si se me ofrece algo más. Otro Jack Daniels en las rocas. Luna se levanta y se aleja. Jamás pensé que los hielos que hacen de rocas en mi trago terminarían por tragarse a la Luna lo mismo que las olas consumen la tarde.

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