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viernes, 29 marzo, 2024
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De las deformidades de los informes

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Por: LUCÍA MEDINA SUÁREZ DEL REAL •

Septiembre, más que mes patrio o del testamento, pudiéramos resumirlo como el mes del trámite, porque además de ser la época en que las notarías hacen descuentos, son 30 días repletos de informes.

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En esencia, estos actos deberían ser ejercicios democráticos que permitieran a la opinión pública evaluar a sus gobiernos, y recordarles a quienes lo encabezan, que aunque parezcan mandar, su labor es hacerlo obedeciendo, que son servidores públicos obligados a rendir cuentas a quienes los eligieron y pagan sus salarios.

El primer informe en México se dio con el primer presidente, Guadalupe Victoria. De entonces a la fecha ha tenido sus variaciones y variedades. Por ejemplo, cuando Lázaro Cárdenas lo masificó transmitiéndolo por radio, o cuando López Portillo fue interrumpido 40 veces para ser ovacionado. En uno de ellos incluso, se propuso cambiar el festejo del día de reyes por el de Quetzalcóatl.

Pero a partir de la constitución del Partido Revolucionario Institucional como tal, se estableció un formato acartonado que perduró décadas, y que la mayoría recordamos como por los largos monólogos del gobernante que se interrumpían solamente por aplausos. En los que la oposición ni se veía ni se oía.

Era conocido entonces como el día del presidente, porque no había siquiera actividades laborales ni escolares, y las televisoras no hablaban de otro tema que no fuera el informe y lo que lo rodeaba. Mencionaban qué había desayunado el presidente y transmitían en vivo la salida del mandatario de Los Pinos rumbo al Congreso de la Unión.

El ritual tuvo momentos interesantes, por ejemplo en 1988 cuando Miguel de la Madrid fue interpelado por Porfirio Muñoz Ledo, quien, acompañado por unos cuántos diputados opositores gritaban a coro “repudio total, al fraude electoral”. Posteriormente, en 1997, año de creación del Instituto Federal Electoral, del triunfo del Partido de la Revolución Democrática en el Distrito Federal, y otros hechos que nos hacían pensar que estábamos conociendo la democracia, el mismo Muñoz Ledo, que años atrás gritaba desde la curul ahora respondía el informe de Ernesto Zedillo desde la tribuna.

Apenas empezaban a ponerse interesantes con Vicente Fox en la presidencia, cuando, abrumado por los abucheos que recibió el año anterior, y por las dificultades para rendir informe en aquella fecha, Fox dio por cumplida la exigencia del artículo 69 de la Constitución con sólo haber entregado por escrito un legajo que seguramente pocos leyeron.

El gobierno de Felipe Calderón era de una debilidad tal, que nunca pudo presentar un informe, por lo cual terminó renovándose el formato con el supuesto pretexto de hacer que ése dejara de ser el día del presidente, y se convirtiera en el ejercicio democrático para lo cual, se supone, estaban pensados.

Bien dicen que todo cambia para no cambiar, porque seguimos teniendo los recuentos cursis sobre aquel día, y seguimos presenciando el besamanos anual en el que invitados especiales sirven de escenario para escuchar el mensaje de autoelogio; y, en caso de gobernantes tan repudiados unas cuantas promesas de enmendaduras para el tiempo que resta.

A ello se suma que, como ya no es siquiera un día de suspensión de labores, y que poco tiempo se le dedica en radio y televisión, esta fecha pasa de noche para la gran mayoría de los mexicanos, algunos de los cuales se enorgullecen de su apatía ignorando, muy ingenuamente, que gran favor hacen con esa actitud a los políticos que piensan que están perjudicando.

Tratando de evitar que los informes fueran el día de la vanagloria de los mandatarios, se perdió también toda posibilidad de hacer de éstos, espacios de debate con el Poder Legislativo. Terminaron por ser simplemente un trámite, un acto protocolar al que no están invitados los ciudadanos, en el que no hay preguntas (ni de legisladores, ni de periodistas, menos de gente de civiles cualquieras), en el que los que exigen cuentas y hacen reclamaciones tienen que hacerlo afuera, lejos, y luchando contra los cuerpos represores que buscan evitar que los gobernantes no sean molestados ni con una consigna, ni con una pancarta.

El colmo es que estos trámites que llamamos informes, son la razón por la que se apresuran a hacer obras poco planeadas y en ocasiones poco necesarias, pero que ayudan a generar la apariencia de haber hecho algo. Qué importa que gran parte de ellas terminen mal hechas y carrereadas, o a veces hasta inconclusas.

Pero ni hablar, aquí nos tocó vivir, y habrá que recetarse todos los informes de la semana. Por tedioso e inútil que parezca, no podríamos darles el gusto de obtener nuestra indiferencia. ■

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