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jueves, 25 abril, 2024
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Las cineastas mexicanas: comunidad, imaginarios y miradas 

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Por: MÁRGARA MILLÁN Y ANA NAHMAD* •

La Gualdra 517 / Cine /  #8M

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No es nuevo afirmar que aún es marginal la presencia de mujeres en el cine mexicano. Si revisamos las cifras presentadas en el Anuario estadístico de cine mexicano 2020, presentado el año pasado, podremos corroborar que la participación es de un 33% en la realización de documental, 16% en la dirección de cine de ficción y solo un 5% en la animación. Las cifras son contundentes y revelan la sistemática exclusión de las mujeres de los ámbitos de producción cinematográfica. El cine y la producción audiovisual contemporánea siguen siendo un territorio dominado por la mirada masculina y eso nos priva como sociedad de la posibilidad de mirar y entender el mundo desde la mirada femenina. Aún más, podríamos decir que muchos de los estereotipos e imaginarios sobre las mujeres, sus roles en la sociedad y la violencia de las representaciones contemporáneas se deben a esta ausencia. 

Sin embargo, frente a las exclusiones sistemáticas, las mujeres siempre han estado presentes en el cine de nuestro país desde los orígenes. Tenemos el ejemplo de las hermanas Ehlers, de Cándida Beltrán Rendón, Elena Sánchez Valenzuela, Adela Sequeyro, Matilde Landeta, Marcela Fernández Violante entre otras muchas mujeres que forjaron diversas miradas del cine nacional. Sus nombres aún están en el olvido, al igual que la mayoría de sus producciones.

La profesionalización de la enseñanza y capacitación cinematográfica fue un proceso fundamental para el ingreso extendido de mujeres a los diversos ámbitos de realización de cine. La creación de las primeras escuelas de cine en México permitió que las mujeres accedieran de forma amplia a diversos espacios de creación, dentro de los que también se fundó y cultivó la crítica feminista a las formas hegemónicas de producción y de representación cinemática sobre las mujeres. Tal es el caso del Colectivo Cine Mujer, espacio pionero en la crítica al machismo y la disputa por el manejo de la técnica cinematográfica por parte de las mujeres. 

En este momento estamos frente a una nueva generación; hay muchas mujeres haciendo cine en México y eso representa un salto cualitativo. Las cineastas contemporáneas se nutren de la generación de cineastas de los años ochenta y noventa, entre las que se encuentran Busi Cortés, Maryse Sistach, María Novaro, Dana Rotberg, Guita Schyfter, Bertha Navarro, Alejandra Islas, Maricarmen de Lara, Maru Tamés, Sarah Minter, Ángeles Necoechea, Lourdes Portillo, Jimena Cuevas, Teófila Palafox, Sonia Fritz, entre muchas otras. 

Es sumamente importante y novedosa la producción cinematográfica en femenino realizada en el presente. Entre los elementos cualitativos destaca la irrupción del cine documental, donde se puede ver el interés de las mujeres por narrar historias de la vida cotidiana, en un contexto herido que no se puede seguir aceptando, donde la violencia generalizada -específicamente contra las mujeres- ha predominado en las narraciones de muchas cineastas mexicanas. El caso emblemático es el de Tatiana Huezo con obras como El lugar más pequeño (2011) o Tempestad (2016), también están las producciones de Lucía Gajá (Batallas íntimas, 2016), Daniela Rea (No sucumbió la eternidad, 2017), Luciana Kaplan (La vocera, 2020), entre muchas otras. 

Contemporáneamente a la irrupción del cine documental de las mujeres mexicanas está la intervención nueva y refrescante del cine, la imagen y la narrativa realizada por mujeres comunitarias. Mujeres que provienen de pueblos y colectividades, que hablan una lengua distinta al español y que preservan y cuestionan al mismo tiempo su cultura. Se trata de una generación de mujeres que no han perdido su lengua de origen y que se preguntan sobre las cuestiones comunitarias y al tiempo sobre problemas generales de esta nación llamada México. Estas trayectorias se despliegan en la obra de Ángeles Cruz (Arcángel, 2017 o Nudo mixteco, 2022), Itandehui Jansen (Kii Nche Ndutsa, El caracol y el tiempo, 2020), María Sojob (Tote, Abuelo, 2010) o Luna Marán (Tío Yim, 2019), por mencionar algunas. 

Estas mujeres están marcando la irrupción de la heteroglosia, ¡al fin!, en un país donde la diversidad lingüística es tan importante como invisibilizada y desmaterializada. Desde la ficción o el documental, entendidos como territorios complementarios del cine, las cineastas contemporáneas relatan, retratan, corporeizar y muchas veces intentan sanar las violencias -no solo la violencia patriarcal. Es una búsqueda que mueve la mirada. Pensemos en documentales como Negra (Medhin Tewolde, 2020) o Tiempo suspendido (Natalia Bruschtein, 2015) y en ficciones como Noche de fuego (Tatiana Huezo, 2021), Sin señas particulares (Fernanda Valadez, 2020) o Nudo mixteco (Ángeles Cruz, 2022). Los esfuerzos mayúsculos de generaciones anteriores para poder hacer cine dentro del aparato industrial, a pesar de la verticalidad y masculinización, la lucha por establecer las escuelas de cine, y la impronta que tuvieron estas en la incorporación de más y más mujeres en la producción cinematográfica, florece hoy con la proliferación de proyectos, colectivas y cooperativas de producción, de apoyo sororal entre mujeres, que van favoreciendo diálogos, puentes, y tensiones, así como una poderosa crítica al machismo instalado dentro del ámbito cinematográfico, al mismo tiempo que al racismo y la violencia que atraviesa hoy a la sociedad mexicana. ¡Enhorabuena!

 *Profesoras de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM.

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la-gualdra-517

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