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viernes, 19 abril, 2024
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Las movilizaciones, ¿alteran la estructura política que causa el mal?

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Por: RAYMUNDO CÁRDENAS VARGAS • Araceli Rodarte •

El aumento de la inconformidad y la manifestación pública de la indignación es contundente. Hace muchos años que no observábamos protestas estudiantiles tan numerosas y coordinadas. La conciencia de agravio es radiante en los jóvenes de todo el país. Sin embargo debemos preguntar, ¿cómo la indignación puede lograr los cambios que se requieren para eliminar el problema que provocó la desaparición de los normalistas? En otras palabras, ¿cómo pasar de las protestas a la solución de los problemas? La pregunta es muy importante porque existe la posibilidad de que una vez que disminuya la agitación, las cosas sigan igual que antes. Si no se logra sacudir la estructura política que propicia la captura del Estado por los poderes fácticos, que hace persistente la corrupción y extrema la impunidad, los casos como los que ahora exaltan la indignación de los mexicanos seguirán repitiéndose. Porque la atención actual está en los 43 jóvenes, pero no olvidemos que son 26 mil los desaparecidos en todo el país, y aquí en Zacatecas tenemos los propios. Así que no debemos dejar de mirar la estructura política que genera los múltiples brotes del mal.

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Es muy probable que mientras esa estructura política no vea afectada su reproducción, no habrá presión real que la obligue a cambiar: mientras continúe manejando los recursos públicos como presupuestos capturados, con los cuales mantienen su red de clientelas electorales que los mantienen en el poder, no van a cambiar nada; mientras sus procesos electorales se realicen sin novedad y el simulacro de legitimidad siga siendo funcional, no habrá protesta ciudadana que los obligue a modificar las cosas; y mientras puedan seguir decidiendo (ejerciendo el poder) sin obstáculo alguno, tanto del Poder Ejecutivo como del Legislativo, no van a gestionar transformación alguna. En suma, si las protestas y la organización ciudadana no hacen algo que logre romper sus mecanismos de reproducción del poder, la clase política continuará igual que lo ha venido haciendo: anunciando “soluciones” a partir de pactos entre partidos, y excluyendo a la sociedad del ejercicio de gobierno. Sin la democratización del Estado no habrá rendición de cuentas que eviten la corrupción, no habrá controles sociales sobre las decisiones que impidan la entrada a los poderes fácticos, ni un sistema de justicia efectivo.

Luego entonces, el movimiento social deberá darse prisa en encontrar dos ingredientes esenciales para mejorar la situación del país: izar las banderas adecuadas que exijan los cambios en el diseño de las instituciones y en los mecanismos del ejercicio del poder; y llevar a cabo las presiones que obliguen a la clase política a meterse en esos procesos de cambio. Hay voces que creen que el boicot electoral puede ser una medida de presión efectiva porque afecta directamente el mecanismo de apropiación del poder público, otras voces plantean la toma permanente de las cámaras legislativas y otros sugieren acciones de desobediencia civil, con el objetivo de obligar a nuevos diseños institucionales que destierren los problemas que causan la actual violación de los derechos humanos y, que al mismo tiempo, reproducen la desigualdad y el saqueo de la riqueza nacional. El debate está en la mesa, pero no hay mucho tiempo para tomar nuevas definiciones que vayan más allá de los paros estudiantiles.

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