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viernes, 29 marzo, 2024
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¿Es la comprensión de la impermanencia la llave de la felicidad?

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Por: ZOELIA DEL CARMEN FRÓMETA MACHADO •

Son las dos de la mañana. Una palabra ronda, esculca en mi mente. Aparece y desaparece. ¡Vaya manera de ser impertinente! No puedo decirle adiós, o tal vez no quiero decirle. Entonces la miro, la tomo en la palma de mi mano. La acaricio. La acepto. Y la escribo: Impermanencia.  Siempre, me he preguntado por qué no es de esas palabras que todos van diciendo como un estribillo, que de pronto la vez en todas partes, como un anuncio publicitario, o te haces una selfie con ella. ¿Será que tal vez nos asusta su rostro,  la manera tan larga y hasta nupcial de recordarnos nuestro paso por la vida?

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Y es que impermanencia es lo que somos. Es la verdad más íntima y última de cada creatura sobre el planeta. Todo cambia, tú cambias, tus sentimientos, tus pensamientos. Si tú ahora, la observas y piensas un poquito en ella; te dará cuenta que todo, absolutamente todo es impermanente. Todo está  llegando para irse, más tarde o más temprano. Todo pasa y todo queda, como dice la canción. La memoria de cada uno está llena de recuerdos, y hay quienes los repasan una y otra vez, sin darse cuenta que la vida se les va; porque a cada instante, la vida, la única que tenemos, está aconteciendo. No se detiene para vernos manosear nuestros recuerdos,  por muy lindos que sean, ella sigue.

La vida es para vivirse momento a momento, dando gracias, por la fortuna de estar vivos, de ser parte de la jornada de muchas gentes que amamos o  no nos permitimos amar. De muchas historias que compartimos. Todo se va entrelazando, las gentes llegan y parten. Muchos, se quedan allí, echados a mitad del sendero, abrazados a su dolor, a su tristeza, a un viejo amor, a una palabra, a su odio, a su resentimiento, a sus pérdidas. No olvides que la muerte es la única certeza que posees. Creer que controlamos algo o podemos controlarlo, es una ilusión.

Impermanencia, tal es la palaba que deberíamos  recordar con más frecuencia para encontrar sentido a la vida, y hallar respuesta al ¿para qué estamos aquí? Para no aferrarnos a nada.  Aprender a disfrutar mientras es posible y soltar cuando haya que hacerlo con elegancia, con talante de hijo de Dios, que sabe, que nada es para siempre. Que estamos ahora, aquí, mirando ese paisaje, que nos deslumbra la mirada y sofoca el corazón, y en unos minutos, abra pasado para siempre. Aunque, sí hay algo que queda, y es el gozo de haberlo contemplado, la alegría de haber sido por un instante su brillo, su belleza, eso es eterno.

Por eso es tan importante aprender a mantenernos en la serenidad, frente a los acontecimientos, que muchas veces vemos con mirada catastrófica. Aprender a ser desapegados y agradecidos. Porque todo está en constante mutación, ya lo dijo Heráclito de Efeso  “Nadie se baña en el río dos veces porque todo cambia en el río y en el que se baña”. Todo es un constante fluir, fluir, fluir. Tú que ahora lees estas palabras, recuerda cuando eras niño, y mira lo que eres ahora, todo lo que te has permitido ser y no ser, lo que has tenido que dejar en esta travesía. Y ahí estás, sigues vivo. Entonces ¿Por qué aferrarse a las cosas, las personas,  los lugares,  los sucesos? ¿Por qué aferrarse al dolor, al sufrimiento,  a la angustia? ¿Por qué negarse la posibilidad de ser feliz o al menos vivir en Paz, en armonía? ¿Por qué mejor no valorar lo que poseemos, ahora,  dejar atrás el pasado y mirar con ojos de amor y gratitud el presente? Todo siempre sucede en el ahora.

Hacer las paces con la vida y dejar a un lado la necesidad de controlarlo todo,  es un magnifico propósito. Detenerte y observar quien está en ese cuerpo, preguntarte: esto qué hago es lo qué siempre quise, quienes son las personas que me acompañan en esta jornada, cuáles son esas debilidades, esos miedos que no me permito mirar y rechazo una y otra vez. ¿Tengo la humildad suficiente para verme tal cual soy, y a pesar de todo eso, con lo que puedo o no sentirme a gusto, aceptarme y amarme, sin juzgar?

Al final de estas palabras, sólo me queda la certeza de que si aprendiéramos a aceptar la impermanencia, no como una idea o un concepto, sino como una experiencia que está sucediendo constante; diferente, muy diferente sería nuestro viaje por la vida. ■

 

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