Estas olimpiadas han tenido una historia que pocas veces reconocemos: aquella que nos pide hablar sobre la salud mental, y las expectativas que tenemos sobre ella. Me atrevería a decir que 2021 es el año en que nos reencontramos con el tema de la Salud Mental. Pocas veces reconocida como un elemento clave de la salud, nos enfocamos en atender la salud física descuidando la mental. La razón de esto responde a muchos prejuicios históricos y desconocimiento moderno. Pensamos que las enfermedades mentales reflejan la calidad moral de las personas: la gente deprimida es llamada “débil”, “dramática” o “que sólo quiere atención”. La ansiedad, esa vieja conocida que se visibilizo con la pandemia, se creía un mero “estado de ánimo”. Así, la salud mental se vuelve un tema “pasajero”, algo que simplemente puede superarse “echándole ganas”. O peor, como algo que sólo le puede pasar a las personas “en las peores circunstancias”, sin definir claramente que son estas peores circunstancias.
No obstante, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha determinado que la salud mental individual está determinada por múltiples factores sociales, psicológicos y biológicos, no simplemente por “sucesos traumáticos”. Existen factores de riesgo que ligan a una mala salud mental con cambios sociales rápidos, a las condiciones de trabajo estresantes, a la discriminación de género, a la exclusión social, a los modos de vida poco saludables, a los riesgos de violencia y mala salud física y a las violaciones de los derechos humanos. De hecho, la OMS ha intentado por años sonar la alarma en algo que llama “la pandemia oculta”. Los datos lo dicen todo: 450 millones de personas sufren de un trastorno mental o de la conducta, y alrededor de 1 millón de personas se suicidan cada año. Las y los jóvenes son una parte importante de este sector, y uno que se comprende poco. Este fenómeno es tristemente global. En España se ha sonado la alarma desde que inicio la pandemia, se ha visto un incremento en trastornos de angustia, y en tentativas de suicidio. Pasaron de 3 a 4 intentos de suicidios semanales a 35 a la semana, mientras que las urgencias psiquiátricas también crecen.
En México, de acuerdo con datos del Instituto Nacional de Salud Pública (INSP), el suicidio fluctúa entre la segunda y la tercera causa de muerte en jóvenes de 15 a 19 años de edad. Entre 1970 y 2007 el porcentaje de suicidios juveniles se incrementó en 275%, y se estima que por cada persona que se suicida, existen 20 que lo intentan. Estamos perdiendo la batalla contra el suicidio, viendo que este se incrementa año con año. Entre las causas que especialistas señalan como detonantes han sido que, en particular con la pandemia, el encierro, el estrés y la crisis económica han aumentaran en al menos 20% esta tasa. Mientras tanto, sabemos que el Instituto Nacional de Psiquiatría ya reporta un aumento de 30% en sus consultas. Existe también una tendencia de género, ya que se reporta que las conductas suicidas son más comunes en hombres que en mujeres. Existen diversas explicaciones al respecto, pero una de las más aceptadas tiene que ver con precisamente los estereotipos de género: el hombre no puede expresar sus emociones y vulnerabilidad, y esto termina afectándolo de manera negativa en su salud mental. Tienen a su vez menos redes sociales que puedan disminuir la carga emocional y psicológica. Por otra parte, existen factores externos que también incrementan el riesgo de suicidio, como el abuso de drogas. Estamos pues ante un evidente problema público que debe ser atendido de forma pronta. Es preocupante saber que la vida de muchos y muchas jóvenes termina por su propia mano, y como sociedad dejemos pasarlo. El suicidio pues está profundamente ligado a la salud mental, pero también a la capacidad que como individuos y sociedad tenemos de crear resiliencia, la capacidad de afrontar la adversidad, en las personas.
Es por esto que aplaudo el ejemplo que han dado diversas atletas en estas olimpiadas. La capacidad de Simone Biles de poder tomar un paso atrás y retirarse para mantener su salud mental, y de hablar de forma tan abierta de ello, nos permiten retomar esta discusión. Más que una muestra de debilidad Simone ha demostrado una increíble inteligencia emocional al reconocer su salud mental como prioridad. Quizás por esto, hemos podido ver estas olimpiadas con ojos más críticos sobre las expectativas y presiones que las y los deportistas enfrentan en este nivel. Esta nueva visión, con más simpatía y compasión es algo que podemos extender a las clavadistas Pamela Ware, de Canadá y Arantxa Chávez de México quienes debido a un traspié tuvieron calificaciones de cero. La presión y estrés que enfrentan, así como los pocos mecanismos para sobrellevarla, hacen más común los errores y las lesiones. Estar en la mira pública siempre es un ejercicio de resiliencia, pero estar en la mira pública como mujer es doblemente difícil. Así lo supo Alexa Moreno, quien supero una terrible situación de bullying en redes por su apariencia, y no por su desempeño. Hoy Alexa ha dado un cuarto lugar histórico, y nos enseña precisamente la necesidad de trabajar también la fortaleza emocional con la física.
No podemos continuar con esta situación, por lo que es necesario replantear los servicios que damos como sociedad para contribuir a crear resiliencia en las y los jóvenes. Gobiernos, Escuelas, Sociedad Civil, todas y todos tenemos mucho que hacer en esta lucha. ■