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jueves, 25 abril, 2024
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■ “…No creo que Dios quiera exactamente que seamos felices, quiere que seamos capaces de amar y de ser amados, quiere que maduremos, y yo sugiero que precisamente porque Dios nos ama nos concedió el don de sufrir; o por decirlo de otro modo: el dolor es el megáfono que Dios utiliza para despertar a un mundo de sordos; porque somos como bloques de piedra, a partir de los cuales el escultor poco a poco va formando la figura de un hombre, los golpes de su cincel que tanto daño nos hacen también nos hacen más perfectos…”. Clive Staples Lewis

El dolor, el cielo y el infierno

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Por: ÁLVARO GARCÍA HERNÁNDEZ •

No soy creyente de los golpes de pecho, casi no voy a misa y estoy en paz con mi Dios que puede no ser el suyo; hago lo que creo conveniente y me rijo por el corazón. Nuestra imperfección humana nos hace creer que hay algo o alguien superior de quien depende nuestro presente y nuestro futuro, nuestra tristeza y nuestra infelicidad. Este apego que llevamos tatuado siendo muy niños nos ha llevado a una cultura de aceptación que ha sido históricamente utilizada a favor de ciertos grupos e instituciones políticas o religiosas; de tal suerte, se ha difundido la idea de que entre más se sufra o mientras más pobreza y miseria padezca, se abrirán con mayor amplitud las puertas del paraíso. Si Usted cree plenamente en la cultura del dolor, se respeta y ya cada quien será responsable de su idea del cielo o el infierno, aunque por todos está visto que el verdadero averno está aquí frente a nosotros, en cada día, en cada manifestación de violencia, en cada plagio de un ser inocente, en cada vida que se apaga agresivamente sin tener la posibilidad de decir adios a los más allegados, a la madre, al padre o a los hijos. La carga emocional impregnada de dolor, desesperanza, odio e impotencia, se localiza en cada rincon del territorio nacional, en cada casa que ha presenciado la desarticulación familiar a consecuencia de algún evento delictivo; en las lágrimas que se han secado en las almohadas con motivo del desamor o la pérdida de algún ser que se ha ido sin retorno terrenal; los niños lloran en silencio por su padre o por su madre cuando no se ven conciliados sus intereses y renuncian a una vida común rompiendo la armonía que se antoja en extinción. El horario invernal impregna más oscuridad a nuestro desencanto por la vida, no en vano se incrementan los suicidios y se aborrecen las fiestas de fin de año ante tantas ausencias y oleadas de malancolía infinitas. El mundo también sufre, las guerras y anhelos de extinción humana no dan tregua a las esperanzas de Paz; las instituciones internacionales especializadas en simulación y declaraciones enérgicas estériles, sucumben ante el armamento que cobra facturas de vida a generaciones enteras cegando el futuro de niños, mujeres y hombres; los pueblos se alejan de la hostilidad y navegan entre ríos de sangre en busca de territorios amigos, en el intento se ahogan o se enfrentan a los sólidos muros de la indiferencia o los trámites burocráticos que se cierran al humanismo y se abren a la bestialidad. Algunas iglesias y otras instituciones religiosas que predican el amor, el equilibrio y la armonía, lucran con la ignorancia y la fe de muchos; protegen de manera infame a sus demonios que aprovechan las penumbras de sus recintos para quebrantar la inocencia y genuinas vocaciones de divinidad que se extinguen o se fortalecen; pululan sacerdotes que se creen intocables o paridos por Dios, indecentes, corruptos y vulgares, con familias ocultas y ahijados sospechosos; arraigados a las mieles del poder y la lujuria, siervos del mal y adictos a las riquezas materiales, predicando sin el ejemplo y fuera del cauce de la iluminación, el sacrificio y bien común. Las veladoras no se encienden, se guardan y se vuelven a ofertar, algunos milagros se fabrican y no pocos santos están tan cerca del infierno, que es difícil distiguir quién tiene los cuernos más afilados. Sólo algunas monjas reprimidas en su vida sexual, abnegadas e iluminadas bajo los reflectores de la oración, osan educar y trasmitir valores a regañadientes, sin convencimiento propio, profiriéndo agresividad contra los infantes, pero sublimes al interés de los pudientes. Morirse cuesta dinero, vivir aún más, casarse es muy complejo y encontrar afinidades es impensable, divorciarse es un lujo y aguantarse, un heroísmo. Todo está servido, el collage de penurias ha sido expuesto y, su opinión podrá coincidir o no, aun así, la Tierra se sigue moviendo.  

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