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jueves, 28 marzo, 2024
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Causas naturales. Cómo nos matamos por vivir más

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Por: ÓSCAR GARDUÑO NÁJERA •

Lo hacía al subir los escalones. En el gimnasio puedes controlar la velocidad con la que los subes. Aprendes pronto una regla: a mayor velocidad, mayor número de calorías quemadas. A mayor número de calorías quemadas, mayor satisfacción personal. A mayor satisfacción personal, más te ves en el espejo, más te gustas, más te proyectas felicidad en tu sano estilo de vida.
De eso se trata. Cuando por fin crees que vas a superar tu número de un día anterior llega otra persona y te hace sentir miserable. El número que aparece en la pantalla cuando tú subes los escalones es inferior al de la pantalla de la otra persona. Es una competencia. Al principio lo es contigo mismo. Luego con los demás.
Es una de las tantas maneras de entender “Causas naturales. Cómo nos matamos por vivir más” (Turner 2019) de una Barbara Ehrenreich soez, paradójica, humorística. Agradeces, como lector, cuando en los ejemplos respecto a cierto tema el autor recurre a sus propias experiencias. Te familiarizas. Es un diálogo con mucha mayor proximidad que la lejanía, por ejemplo, del ensayo académico.
¿Quiénes son los que deberían leer “Causas naturales. Cómo nos matamos por vivir más”? Los que han hecho del cuidado de su imagen una terrorífica obsesión. Los que se esmeran en pasar hambre en un supuesto cuidado que los habrá de conducir a una sana vejez. Los que se miran en los espejos del gimnasio antes de aceptar los graves problemas psicológicos y psiquiátricos que desarrollan al cargar pesas, al aumentar el peso (no de ellos, se entiende), al desarrollar la masa muscular, al competir, insisto, porque si algo demuestra Barbara es que estamos en una sociedad donde la competición es una norma, algo que determina nuestra vida, nuestras emociones. Aquí se origina el caos.
La gente lista siempre piensa en hacer negocios a costa de los demás. Por eso son listillos. Así, por ejemplo, hay quien vende cursos emocionales para afrontar el cáncer (si sonríes a la enfermedad puede que no te sean tan difíciles sus procesos). Así, por ejemplo, hay quien vende cursos de desintoxicación de redes sociales. ¿No lo creen? En Estados Unidos la gente acude y paga una muy buena cantidad de dólares porque se le encierre en una granja y no se le permita tener ningún contacto con algún dispositivo electrónico.
Hemos llegado al final de los días: lo que parecía iba a comunicarnos más y mejor nos está deformando, transforma nuestros cerebros en el de unos monos sumisos que acatan las órdenes farmacéuticas de qué medicamentos son o no aprobados para vivir más, de qué dispositivos debemos comprar (el consumo es el espíritu de nuestros tiempos) para que nos diga cómo nos funciona el corazón, cuántos pasos damos al día (y así romper nuestros propios records), cómo se encuentra nuestra presión arterial, si somos sujetos viables para vivir unos cuantos años más o si, por el contrario, debemos obedecer a las indicaciones de los chicos malos de Silicon Valley y morirnos a la de ya.
Los chicos malos han comprendido el gran negocio que se puede hacer de la vida y de la muerte. De la juventud y de la vejez. ¿Necesita relajarse o meditar para que su vida sea armónica y estable? Ya hay aplicaciones para su Smartphone que le enseñan cómo hacerlo, que le susurran frases motivacionales al oído, que le indican si lo hace bien o mal, y que, en caso de que así sea necesario, lo aleccionen y le digan que usted es un idiota sin las capacidades elementales para aprender a meditar, porque además, eso, lo de meditar, lo del budismo, lo del veganismo, lo de hacer yoga pertenece actualmente a una clase privilegiada que compró el precio de vivir mejor, o lo que sea que eso signifique conforme a las lecciones impartidas desde las cúpulas empresariales.
¿Cuánto es lo que usted gasta al mes para vivir más? ¿Por qué cuesta tanto asumir los procesos que trae consigo la vejez? Son preguntas cuyas respuestas las podemos encontrar en este entretenido e inteligente ensayo de una autora que yo encuentro muy cercana al humor de Chesterton. ■

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