El resultado electoral del 2 de junio está permitiendo al presidente López Obrador hacer lo que parecía imposible, tocar lo que parecía intocable, reformar lo que parecía inmutable.
Con mayoría calificada en la cámara de diputados, y muy cerca de conseguirla en el senado, se apresta a reformarse el Poder Judicial, a prohibirse la minería a cielo abierto, y a desaparecer órganos autónomos.
Nada de esto sorprende porque en todo ello López Obrador ha sido transparente. Hace años que introdujo al debate público lo que ahora llegó a discusión legislativa, y el apoyo popular y los números en el Congreso que hacen esto posible son resultado de la llamada “la revolución de las conciencias”.
No es fácil comprenderlo y menos imitarlo para quienes reducen el respaldo en las urnas a resultado directo de apoyos sociales, o descalifican a los votantes como acríticos pejezombies. Pero la contundente victoria de López Obrador en 2018 no es atribuible a apoyo social alguno, y es más explicable con los cambios en el terreno comunicacional de los últimos años.
Por ejemplo, no volvimos a oír la campaña negra del “peligro para México” del 2006, porque se prohibió la contratación de tiempos de radio y televisión para difundir mensajes a favor o en contra de candidaturas. Esto incluye a los partidos políticos que ahora usan los tiempos oficiales y sus spots no dependen ya del tamaño de las prerrogativas.
La dinámica misma de los medios de comunicación es distinta. Lejos están los tiempos en los que los anunciantes boicoteaban una televisora por hablar de la pederastia en los Legionarios de Cristo. También estamos lejos de las portadas uniformes en todo el país o la creación de telecandidaturas contra las que se revelaba el movimiento #YoSoy132. Tampoco es fácil ya acallar a una periodista como ocurrió con Aristegui cuando habló del posible alcoholismo de Calderón, porque hoy un comunicador en esa circunstancia pronto encuentra otro medio, o mínimamente sus redes sociales para hacerse escuchar.
El avance tecnológico y la democratización de los medios abrieron también la posibilidad de hacer una transmisión cuasi televisiva en prácticamente cualquier lugar. Ya basta un teléfono de gama media y acceso a internet para que nazcan públicamente voces plurales, algunas de las cuales desde sus modestos esfuerzos han logrado ser contrapeso de los poderes fácticos tradicionales.
A ellos se suman periodistas de experiencia y trayectoria que amplían o rompen los límites de los medios de comunicación donde han hecho carrera, como es el caso de Julio Hernández López (Astillero), o Álvaro Delgado y Alejandro Páez Varela por citar sólo unos ejemplos.
Se rompen también cercos inopinados como el que podría limitar la difusión de la revista Contralínea de gran calidad periodística, o hasta ejercicios extranjeros como el programa español La Base que tiene entre sus conductores a Pablo Iglesias y a Irina Afinogenova.
Hay otros esfuerzos mediáticos en todo el país que con una línea editorial comprometida han logrado posicionarse entre un público ideológicamente definido como es el caso de Manuel Pedrero, Campechaneando, y si me permite el nepotismo en ánimo de dar un ejemplo local: En Vivo y en directo de Luis Medina Lizalde.
Todos estos ejemplos han puesto los medios, pero han tenido como insumo fundamental la conferencia mañanera, que ha hecho del presidente López Obrador uno de los streamer más importante de habla hispana, con más de cuatro millones de suscriptores y un promedio de medio millón de reproducciones diarias.
Es en ese espacio, pero sobre todo en la política gubernamental (con diversas vertientes) de explicar a detalle cada proyecto o acción controversial, en donde se han ganado las batallas políticas más importantes, logrando el apoyo popular lo mismo frente a los embates fantoches de Donald Trump en su momento, o la comprensión social en el Culiacanazo, así como la colaboración activa durante el Covid.
Las mañaneras han permitido retroalimentación, porque a través de ellas el presidente se ha enterado de situaciones sociales del interior del país poco visibles por el centralismo mediático habitual, y también ha escuchado críticas y reclamos.
Con esos resultados no sorprende que la mañanera vaya a continuar en el sexenio de Claudia Sheinbaum. El reto no es sencillo, AMLO se puso día con día frente a las balas mediáticas y sobrevivió a todas ellas con creces. Cierto es que esas habilidades comunicacionales no se dan en los árboles, pero tampoco le son ajenas a la presidenta electa.
No queda de otra, ante la falta de posiciones legislativas o siquiera atención mediática, durante décadas la única herramienta de la izquierda electoral fue la palabra. Con la llegada al gobierno, pudo caerse en el error de asumirse que ya no se le requería, pero no se hizo.
Hoy esa herramienta está potenciada por los nuevos canales de difusión, y aunque se cuente con supermayoría legislativa, la presidencia de la República, y la muy probable reconfiguración del poder judicial, sigue siendo la palabra la mejor herramienta para la “revolución de las conciencias” y para que el gobierno realmente signifique poder.