Septiembre es un mes especial para Zacatecas; el día 8 del noveno mes de 1546 fueron descubiertas sus minas y ese acontecimiento daría paso a la fundación de la ciudad capital, por lo que en esa fecha solemos celebrar su aniversario, que coincide además con las fiestas relacionadas con el natalicio de la virgen, la santa patrona de la ciudad desde 1559.
Inicia entonces con septiembre una serie de actos festivos civiles y religiosos, como las peregrinaciones al santuario de la Bufa, los conciertos en la Catedral, y, también, la feria; una feria que sigue teniendo, desde hace décadas, la ausencia de los certámenes de artes plásticas que durante décadas se llevaron a cabo; por razones desconocidas dejaron de hacerse hace tiempo y sólo queda en los archivos la constancia de que existieron. Así, como los árboles que solían estar en distintas partes en el centro histórico y que aparecen en fotografías antiguas, han ido desapareciendo muchas cosas en este tan celebrado y querido lugar.
¿Se ha fijado que en esta ciudad los árboles parecen estorbarles a los gobernantes? No me refiero sólo a los actuales, sino a todos quienes, en el pasado, en aras de llevar a cabo proyectos de infraestructura, han decidido que hay que quitarlos para dar paso a estructuras de cemento y piedra gris. Frente a la catedral hubo árboles, en la Plaza de Armas también; hace apenas unos años unas hermosas jacarandas fueron removidas desde la raíz durante los trabajos de la remodelación de esta última sin que a la fecha exista una justificación aceptable.
La ciudad ha experimentado muchas modificaciones a lo largo de los años; sería una necedad afirmar que todos ellos han sido innecesarios porque muchos han respondido a los cambios sociales de la época. Con el aumento de la población y de un consecuente incremento de vehículos, por ejemplo, se hizo necesario que en la década de los años 50 del siglo pasado se realizara el proyecto de la carretera a la Bufa; y más recientemente se hicieron peatonales varios callejones y calles del centro que anteriormente eran para la circulación vehicular, como ejemplo están las plazuelas Goitia y la Miguel Auza, dos de los más bellos espacios que tiene el centro histórico. El problema no es que la ciudad tenga intervenciones, sino que no se prevén las consecuencias a largo plazo, como la gentrificación y la deforestación.
De estos dos últimos problemas tenemos ya signos claros: la gentrificación está ocasionando que el centro de la ciudad sea cada vez menos habitable, la deforestación contribuye al aumento de los efectos por el cambio climático: el aumento en la temperatura, en esta ciudad en la que solíamos decir que sólo teníamos la estación del tren y la del frío, se debe en gran medida a que nos estamos quedando paulatinamente sin árboles en la vía pública.
Decimos amar a nuestra ciudad constantemente, pero no la cuidamos lo suficiente; cuidar y velar por nuestro patrimonio cultural sí es un acto de amor. Cuando veo sus calles en el descuido inusitado en el que se encuentran pienso en la definición de las “ciudades enfermas” de Felipe Leal y puedo identificar ya muchos de los síntomas: casas abandonadas, ventanas con vidrios rotos, desplazamiento de los habitantes hacia lugares alejados del centro, basura, ruido, edificios en ruinas…
Imaginar además que este espacio con tan pocos árboles podría quedarse sin muchos otros más por las modificaciones al espacio que están planeando es otro motivo de preocupación. Decía Octavio Paz, al final de su poema “La arboleda”:
El bote de basura,
la maceta sin planta,
ya no son,
sobre el opaco cemento,
sino sacos de sombras.
Sobre sí mismo
el espacio
se cierra.
Poco a poco se petrifican los nombres.
Pienso ahora en otro tipo de celebración este 8 de septiembre que no tiene que ver con cantar de memoria la Marcha de Zacatecas, ni con caminar hasta el santuario de la virgen -dos cosas que se pueden hacer si a usted le place cantar, caminar o rezar-: limpiemos nuestra ciudad, cuidemos su patrimonio, plantemos más árboles y no permitamos que los que ya existen sean removidos de donde están -los árboles no crecen bajo las losas de “opaco cemento”-.
Que disfrute su lectura.
Jánea Estrada Lazarín
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