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viernes, 19 abril, 2024
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Un mural para Tultepec. Reflexión sobre el trabajo colaborativo en el México pandémico

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Por: ÁNGEL SOLANO •

La Gualdra 464 / Artes Plásticas

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En 2018 fui invitado a participar en un proyecto monumental que integraría 4 visiones sobre una comunidad: Tultepec, en el Estado de México. Idea de la cronista municipal Juana Antonieta Zúñiga y el entonces presidente Armando Cervantes Punzo. Difícil tarea, conociendo la historia del muralismo en nuestro país y sus enlaces sociales y culturales; además de las lecturas simbólico-revolucionarias que, en los años del llamado “Renacimiento mexicano”, ya se adjudicaban a las imágenes públicas y que sus autores alimentaron con textos críticos y reflexiones sobre el devenir de las manifestaciones artísticas en México.

El maestro Siqueiros, por ejemplo, nos dejó notas sobre las implicaciones del arte público en la vida colectiva y sobre los entes sociales y políticos que lo rodean.

Ahora, al escribir esta memoria, releo el libro Fundación del muralismo mexicano. Textos inéditos de David Alfaro Siqueiros[ii] como paradigma para comprender y asimilar la responsabilidad implícita que recae en el creador, en aquel que habla de una comunidad y que lo hace en un contexto mundial tan complejo. También tengo, en mente, las reflexiones de la teórica Julia Kristeva, quien se pronuncia crítica ante las manifestaciones culturales afectadas por conceptos como el espectáculo, la diversión o el show. Contrapartes de la revuelta, idea que define como la acción de volver sobre el sentido, mirarnos nuevamente y cuestionarnos.[iii]

Me pregunto si los artistas seguimos proponiendo nuevas posibilidades para comprender la existencia o nos hemos estancado en la visión conformista que nos regala una colectividad enajenada y complaciente.

2020, un año de pérdidas irreparables y aprendizajes profundos para todos, nos mostró la debilidad y vulnerabilidad de los rituales en el México contemporáneo, la fragilidad de las sociedades, la invención de nuevas prácticas y la relectura del concepto de comunidad a través de la revuelta. Trabajar de forma colaborativa es, sin equivocarme, el paradigma de los nuevos tiempos. Ante la particularidad extenuada y la transformación de los sistemas y dogmas, los creadores nos planteamos el aporte real de nuestras visiones al conjunto social. ¿Qué podemos ofrecer realmente a quienes tenemos cerca?

Es notorio que el trabajo en grupo alimenta la espontaneidad, la creatividad y la responsabilidad (entendida como la capacidad de respuesta), también renueva la competencia por la cooperación. Un planteamiento derivado de teorías vinculadas con la pedagogía o la sicología, y que desde mi óptica alimenta el motor de la creación, es la percepción de la individualidad puesta al servicio de la humanidad.[iv] Acción que, indiscutiblemente, está ligada a la creación de elementos relacionados con el arte público.

El enfoque sobre lo comunitario adquiere, ahora, un posicionamiento de epifanía. Saberte el otro deja de ser utópico. Bajo estos planteamientos y reflexiones, la actividad artística y, sobre todo, la creación de un mural colectivo conquista paradigmas reales. Lejos de las adjudicaciones románticas derivadas del México moderno, ahora, la actividad creadora, que plasma localismos, es una metáfora de la empatía por lo diferente. Como lo dijo el poeta francés Arthur Rimbaud: Je est un autre.[v]

Cuatro formas, un mismo caos

Realizado sobre doce páneles desmontables, en técnica de acrílico sobre tela y con un formato total de 3.5 metros de alto y 24 metros de largo, el mural colectivo, autoría de los artistas Albino Luna (1953), Agustín Cervantes (1976), Roque Solano (1966) y quien suscribe. Fue pintado con el apoyo de cuatro jóvenes creadores: Anel Díaz, Abraham Luna, Axa de la Hoz y Luis Jesús Solano y presentado públicamente el pasado 13 de enero.

Con motivo del 200 aniversario de la fundación del municipio de Tultepec, población conocida por su historia trágico-festiva vinculada con la actividad pirotécnica, esta obra monumental recoge las visiones diversas y contrastantes de sus creadores. Como un ejercicio colectivo, por mostrar, representar, rescatar, documentar y cuestionar el cotidiano del pueblo de la pólvora. Después de dos años de labor, el mural se proclama como un decálogo y manifiesto de las identidades comunitarias, mismas que se recrean y multiplican a lo largo del país.

Con un predominio de violetas y azules, contrastados por acentos lumínicos de amarillo, la pintura mural se eleva en fragmentadas anatomías que danzan en un espacio idealizado. Las representaciones adquieren un carácter rígido, que evoca la cartonería, gracias a los detallados perfiles que delimitan su estructura y a la volumetría generada por el uso de colores planos. De inicio se nos muestra como una totalidad astral, como si de una representación medieval del cosmos se tratase o como una acuarela o poema de William Blake.

Formas que parecen constelaciones, círculos y elipses que remiten a galaxias o planetas. “La danza del universo”, ritual de creación y destrucción que da a luz la cosmovisión de un pueblo. Todo gira, se contrae y se expande nuevamente, como los ciclos naturales de la vida. Al centro de la composición, tímidamente, aparece la cúpula de la iglesia del pueblo, monumento del siglo XVI y elemento característico de la intervención europea, de las evangelizaciones y fundaciones coloniales. Vestigio simbólico que da cuenta de la lectura popular-religiosa y no, de la hegemonía clerical.

El mural enlaza afinidades y divergencias. Cromatismos que evocan la algarabía y los ritmos de nuestras celebraciones, de nuestras tragedias, de nuestra vida cotidiana. Incorpora simbolismos de gremios y grupos que dan vida a los rituales colectivos, músicos y artesanos adquieren el lugar privilegiado que les corresponde. Formas que exaltan la rigurosa anatomía de las artesanías y que se mueven en un escenario casi fantástico, entrelazado por geometrías que parecen artefactos de origami o papel de china brillante, acompañan las procesiones que convergen en el ritual del fuego, el que sana y libera.

Todo surge como un caos, tal como lo son las manifestaciones festivas en México: ruido, gritos, risas, zumbidos, truenos, llanto, violencia. Casi podemos sentir el olor a cerveza y pólvora. Es una radiografía de las capas históricas y emotivas que nos componen social y culturalmente, atisbos de nuestro pasado prehispánico y de las modificaciones que lo global ha sembrado en nuestro contexto actual.

Cuatro visiones que confluyen en un mismo centro, que compiten pero también se complementan. Lecturas diversas de las posibilidades pictóricas, coquetéos con la tradición plástica que engloba rasgos de costumbrismo, expresionismo y abstracciones que permiten generar un discurso emplazado en la dicotomía: la idealización y lo visionario.

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_464

 

 

[i] Ángel Solano, miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte (2018).

[ii] Texto con introducción, compilación y notas del filósofo Héctor Jaimes, publicado por Siglo XXI en 2012.

[iii] Si el lector desea profundizar sobre estas reflexiones puede consultar el texto “El porvenir de la revuelta” publicado en español por el Fondo de Cultura Económica en 1999.

[iv] El lector puede indagar más sobre estos conceptos al revisar los trabajos del francés Roger Cousinet o de los teóricos Kurt Lewin y Célestin Freinet.

[v] Yo es otro, como se ha traducido al español, es una frase del poeta. Incluida en una de las llamadas cartas del vidente. Véase Arthur Rimbaud, Prometo ser bueno: cartas completas, Barril & Barril, Barcelona, 2009.

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