¡Explicación no pedida, culpabilidad aceptada!
Justamente eso hizo Zelensky en su discurso en el Parlamento Europeo la semana pasada. Señaló “que la razón por la cual no tienen pruebas definitivas de las tropas norcoreanas en Kursk se debía, a que los rusos quemaban los rostros de los soldados norcoreanos muertos para que no se reconociera su identidad y seguir ocultando su presencia”; como si solo el rostro y no su fisonomía, ni el color de piel, fuera lo que podía identificarles como norcoreanos.
La intención de Zelensky era, sin duda, exhibir a los salvajes soldados rusos desfigurando el rostro de quienes combatían en su lugar. Nadie había puesto en duda la presencia en mercenarios norcoreanos en Kursk y nadie había pedido una evidencia. Pero en efecto, no hay ninguna evidencia de ello. El portavoz de Comunicación de Seguridad Nacional de la Casa Blanca (NSC) John Kirby informó que alrededor de 1000 soldados norcoreanos habían muerto en la región de Kursk, y nadie lo puso en duda. Pero, controversialmente, en este tiempo en que todo mundo porta celular y de todo se hacen videos y se toman fotos, no hay en los medios controlados por los poderes mediáticos ni una foto de algún prisionero norcoreano, ni de un muerto, mucho menos de los 1000 señalados. Tan fácil que hubiera sido demostrarlo y tan difícil que resulta el justificar una mentira de ese calibre.
Justamente en eso se sustenta la propaganda de guerra, primero en crear un enemigo y hacer que la psicología social lo asimile. Después, todo lo que se diga para desacreditar a ese enemigo o para justificar acciones en su contra será creíble. Tal como lo dice el Profesor y politólogo noruego Glenn Diesen, la psicología de grupo anula la racionalidad; y para ello basta con construir una retórica, donde haya un bueno -la democracia liberal- y un malo –el autoritarismo-. Todo lo que se haga o se diga del lado del bueno, no necesitará justificación y nadie dudará de ello, y todo intento de explicación del malo será rechazado.
Comenzando con los jefes de estado y los partidos políticos, de todos los colores, el 70% de los europeos mordieron la propaganda de guerra occidental. Ni los social-demócratas, ni los socialistas, ni los partidos de centro derecha, ni de izquierda, ni de derecha -con excepción de la ultra-derecha alemana (UDF) y la France Insoumise de Jean Luc Melechon- se han atrevido a cuestionar la guerra, sino todo lo contrario, todos la han fomentado; léase: todos son responsables de la destrucción de Ucrania.
El Parlamento Europeo relegó las banderas del 2019 y en particular la preocupación por los cambios climáticos y el equilibrio económico de la Unión Europea, y se apegó a los designios de la OTAN. Ursula Von der Leyen presidenta de la Comisión Europea, promovió como prioridad el financiamiento y apoyo militar a Ucrania, y en abril del 2024 llamó a la Unión Europea a preparar una guerra a 10 años contra Rusia, aduciendo, absurdamente, que el objetivo de Rusia es apoderarse de toda Europa. Si en 3 años Rusia solo ha conseguido ocupar un quinto del territorio de Ucrania ¿Será posible que ocupe toda Europa?
Pero el poder de la propaganda de guerra es infalible y la pauta se sigue repitiendo. La primera ministra danesa social-demócrata Mette Frederiksen para justificar a Israel tuvo la osadía de decir que “si no detenemos a Hamas en el Medio Oriente, también vendrán a Dinamarca”. Y altos mandos militares suecos dicen que hay que prepararnos porque Putin va a invadir Suecia. Y los estudios de seguridad en Escandinavia han suplantado los estudios por la paz.
Y todos somos propensos a perder la racionalidad en un mundo saturado por la propaganda.
Pero, ante la derrapada de Zelensky podemos recapitular que, en efecto, durante los dos primeros años de guerra, se difundieron en los medios occidentales cosas como que la derrota de Rusia era inminente, y que Ucrania iba ganando siempre; y se crearon historias como la del piloto francotirador que había derribado él solo 300 aviones rusos…
Y después de 1000 días de guerra y un millón de victimas (1000 por día), de la ocupación de más de la quinta parte del territorio de Ucrania, de cientos de miles de millones de euros desperdiciados en bombas, misiles, tanques, aviones, destrucción urbana y de infraestructura, y de las potencias económicas europeas sumidas en crisis económica y social consecuencia de la guerra, parecía que se comenzaba a aceptar que esa guerra está perdida, y que lo que se buscaba era una salida decorosa.
Pero el jueves 12 de diciembre 2024 en Bruselas apareció Mark Rutte actual secretario general de la OTAN –quien fue primer ministro de los Países Bajos desde 2010 hasta 2024 – con un discurso en el que llama a los 32 miembros de la Unión Europea a “adoptar una mentalidad de guerra y turbo-cargar la producción en defensa y el gasto en defensa para preservar la forma de vida europea”. Porque, dice él “lo que pasa en Ucrania está por llegar pronto”. Para ello, urgió a los gobiernos a aumentar los contratos de armamento, abrazar el riesgo y redirigir el gasto público en defensa; a la industria de defensa le pide innovar, producir nuevas tecnologías y más y mejores armas, incentivándolos con que “hay dinero en juego y no hay más que aumentar la producción”; y a los ciudadanos les pide “asumir sacrificios y destinar los fondos de pensiones y ahorros a invertirlos en defensa, aduciendo que “invertir en defensa es invertir en nuestra seguridad y es una obligación”. Y coronó su discurso diciendo “permítanme ser muy franco, si solo quieren gastar más y no gastar mejor, tienen que destinar cuando menos el 4% del PIB” -lo que implica el duplicar el gasto en defensa-. Y para dar opciones de donde sacar ese dinero, les recuerda que “actualmente se gasta del orden de 25% del presupuesto en seguridad social, así que “destinen una pequeña fracción de él para nuestra seguridad…”
Y Zelensky sigue mintiendo, y seguirá hipotecando lo que quede de Ucrania, y el Parlamento Europeo y las elites políticas le seguirá aplaudiendo, seguramente, como desde el principio, para que el financiamiento y las armas no dejen de fluir. En el fondo, el etablissment requiere hoy más que nunca de la economía de guerra y del complejo industrial militar para mantener a flote la hegemonía mundial.
Excelente contenido. En efecto las incongruencias propagandísticas relacionadas con el conflicto Ucrania-Rusia son cada vez más burdas.