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jueves, 25 abril, 2024
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Mundos ficticios, realidades simuladas (segunda parte)

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Por: JORGE HUMBERTO ARELLANO • admin-zenda • Admin •

En los mundos pervertidos, donde se han alterado las costumbres hasta considerarlas normales, los defraudadores del erario público se pueden dar el lujo de presumir sus inexplicables fortunas impunemente. Hace unos años, a principios del año 2013, uno de los más insignes representantes del “sindicalismo” nacional, Carlos Romero Deschamps, regaló a su hijo Carlitos Jr. un automóvil Ferrari, valuado en 2 millones de dólares, mientras su hija exhibía su estilo de vida en los más altos escaparates de la conducta de los multimillonarios. Sin explicación aparente desde el punto de vista salarial, las magnificencias y el estilo de vida de los vástagos de un simple líder sindical, con un salario aproximado de 27 mil pesos mensuales, puede que sean consideradas como un insulto a la moralidad de las mayorías desprotegidas, pero seguramente resulta ser un aliciente para quienes se dedican a la malformación de los futuros ciudadanos del país. Más allá de los efectos retrógrados de la aplicación equivocada de una serie de reformas ajenas a la realidad nacional, posiblemente se albergue la esperanza de llegar a poseer los privilegios de las más nefastas muestras de la corrupción en el orden político, aunque sea inversamente proporcional, o al menos garantizar el espacio laboral para sus propios sucesores, como sucede con la familia del afamado exponente del “sindicalismo” petrolero.

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El hecho es que mientras no se alcanzaran niveles aceptables del logro en la adquisición de conocimientos, tradicionalmente la reprobación era considerada como una consecuencia hasta cierto punto deseable en el desarrollo estudiantil de algún alumno. Son muchos los factores que intervienen en las condiciones de reprobación del proceso educativo del individuo. Aunque normalmente se toma al docente como la principal causa de este fenómeno, las nuevas reglamentaciones se han atrevido a involucrar de manera más protagónica al padre de familia, como otro de los factores de peso en el desempeño escolar de sus hijos. Parece que van bien, pero después de todas estas décadas de debate estéril y dirigido, se espera que los gobiernos en turno generen las condiciones adecuadas para un mejor resultado educativo. La responsabilidad sigue recayendo en las seguras víctimas de un estado de desinterés gubernamental que ha privilegiado históricamente su idea de “democracia”, resultando el concepto más preciado ante los ojos del mundo, y simulando en cada momento los avances de este valor en el pueblo, en su conjunto. Pareciera que los alcances de los visionarios diseñadores de la “democracia” en México se empecinan en considerar la simple participación “masiva”, sin conocimiento de causa, y por ende fáciles presas de la oferta y la demanda de un “voto” como simple simulador de una serie de garantías que hacen del ciudadano un simple espectador en espera de la justicia social, que se esconde y se simula con simples actos de fantasías coyunturales, para lo cual es necesario un individuo que medianamente muestre cierto avance educativo, previamente aprobado con ideas subdesarrolladas de la filosofía constitucional.

Pero, ¿a qué se refiere el concepto de justicia social? Posiblemente se refiera a la satisfacción de todas las garantías necesarias para desarrollar de manera adecuada la vida en sociedad… las económicas, pero las de conciencia, principalmente, ya que la economía sigue fungiendo como el motor principal del desarrollo, generador de oportunidades reales, mientras que la conciencia debe generar mejores relaciones interpersonales en el conjunto de los habitantes de una comunidad, fundamentada en una serie de principios éticos y morales que sólo la educación puede ofrecer. Desde este punto de vista, el comprador de votos en un proceso electoral, aunque sea de la oposición (existen casos documentados), está contribuyendo al deterioro social, difícilmente reversible desde los espacios dedicados a la formación efectiva de ciudadanos, y el individuo que no ha recibido una adecuada incrustación hacia el tejido social por medio del proceso educativo, resulta presa fácil de la simulación y se convierte en cómplice del mal desempeño gubernamental.

Si se atiende a la autoestima como un conjunto de respuestas a las condiciones externas al yo, a la construcción de la persona en función de los triunfos y fracasos que generan experiencias aplicables a la justa valoración de la posición del individuo ante el mundo, pareciera que es un crimen imperdonable equivocar a cierto grupo de adolescentes mediante el bombardeo de ideas sobre un mundo feliz en el que no hay por qué preocuparse, en el que prevalece una visión egocentrista de la realidad tergiversada por los poderes fácticos que dominan al orbe. En contra del autoengaño deben ser dirigidas las estrategias educativas que pretenden obtener un ciudadano de calidad como producto. Pero son décadas las que llevan atacando sistemáticamente los medios oscurantistas a la conciencia individual y por ende social; desde que el cine funge como un poder alienante proclive a la indefensión social, hasta las más nefastas telenovelas de la actualidad, el individuo ha encontrado cierto confort en los mundos ficticios. Las realidades simuladas llegan a fortalecer la idea que tienen los católicos sobre la mansedumbre… bienvenido el personaje acrítico y pasivo, adiós a los postulados fundamentales del tercero constitucional. ■

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