Los docentes llegan a ejercer su práctica profesional ya sea circunstancial o providencialmente, de cualquier manera, estos deben verse en la necesidad de fortalecerse en la misma, el común denominador es la autogestión del conocimiento, mismo que les será de utilidad para cumplir con su cometido. Bajo circunstancias normales esto sería lo ideal, sin embargo, nuestro sistema educativo se encuentra en situaciones no muy halagadoras, los factores que intervienen son múltiples y de lamentables consecuencias. La Consejera Presidenta del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación asevera que el problema educativo inicia en las escuelas normales con la mala formación de sus docentes, esta declaración es desafortunada pero real, vemos reflejadas las consecuencias en los indicadores básicos; particularmente en educación media superior los índices de reprobación son muy elevados, por ende se ve alterada la deserción y eficiencia terminal.
Los modelos curriculares actuales tienen una justificación teórica aceptable, sin embargo no son del todo aplicables a los diferentes contextos educativos, es por ello que el docente requiere realizar adaptaciones que le permitan interactuar de la mejor manera con quienes tienen relación directa e indirecta con los centros educativos. Lamentablemente los resultados que se obtienen como consecuencia de las reformas curriculares que se implementan, no son los esperados, esto obedece tal vez a dos factores 1) solamente se han concretado a capacitar a los docentes para que conozcan el modelo en turno, no existe un proceso de formación y actualización para que el docente se apropie no sólo del modelo curricular sino del conocimiento que sea necesario para intervenirlo; esto trae como consecuencia que pierda interés el docente y actúe solamente como operador de contenidos, algo así como un obrero de la educación, y 2) no existe un sistema de evaluación integral que considere a los modelos, a los procesos y al propio docente, situación que hace que las decisiones que se tomen carezcan de sustento particularmente metodológico y contextual.
Para que el docente se fortalezca en su práctica profesional, aún con las situaciones problemáticas a las que se enfrenta, requiere que desarrolle una competencia reflexiva, misma que le ayudará a profesionalizarse; el término competencia tiene muchas connotaciones y acepciones, para el caso particular lo referiré a que el docente realice lo que le competa, derivado esto de la normatividad tanto curricular como institucional, pero, particular y prioritariamente de la lectura que haga del contexto donde profesionalmente ejerce su función y de las decisiones que tome para que incursione en su contexto desde una perspectiva de intervención didáctica, pedagógica y educativa. Lo más importante en esto de la competencia reflexiva es que aprenda en y a través de la práctica, que en un primer momento teorice partiendo de su práctica problematizada, luego recurra a los postulados teóricos que considere pertinentes, medie con ellos y regrese a una nueva práctica; transformada y promisoria para quienes se beneficien de ella.
La competencia reflexiva requiere que el docente cavile sobre los procesos que vive, que diagnostique situaciones problemáticas para que las aborde vía generación de alternativas particularmente didáctico-pedagógicas y pueda de esta manera fortalecer al proceso, a los sujetos y al contexto; esta, en mi percepción es una de las mejores opciones para profesionalizarse en la docencia. El conocimiento que se construye en todo este proceso, es más significativo dado que convierte al docente en un profesional reflexivo, lo induce de manera permanente hacia un pensamiento práctico, haciéndolo más autónomo y responsable de su praxis –una práctica que se opone a la imposición de postulados teóricos; esto hace reflexionar al docente consigo mismo, con los demás y con la teoría. Reitero, para ello es necesario que el docente considere sus propias experiencias, mismas que deben verse reflejadas en conocimientos previos y representaciones que le ayuden a configurar escenarios promisorios.
Con lo antes expuesto se puede deducir que el pensamiento reflexivo va ligado a la competencia reflexiva dado que de esta manera relaciona teoría y práctica con la realidad del aula y del centro educativo, profesionalizando así la acción docente mediante la construcción de un conocimiento práctico, lo cual supone aprender a saber hacer, actuando y reflexionando desde la práctica para que el docente sea capaz de diseñar proyectos de innovación educativa. En sí, la competencia reflexiva se hace presente en el docente cuando tiene dominio de componentes conceptuales, procedimentales y actitudinales e interviene de manera eficaz los diferentes ámbitos de su profesión y, cundo reflexiona de manera profunda su quehacer docente de manera tal que afloren sus motivaciones e intereses.
Para que el docente de manera autónoma desarrolle competencias reflexivas, requiere de incursionar en acciones colectivas y colegiadas, acciones donde precisamente la reflexión, el análisis la crítica y la propuesta sean el común denominador; las instituciones educativas jugarían un papel de suma importancia si promovieran actividades como las siguientes:
Una formación continua fundamentada en la reflexión y el análisis sobre la práctica educativa, a través del conocimiento construido en el aula.
La conformación de cuerpos académicos colegiados con la intención de empoderar a los docentes que son sujetos de conocimiento, evitando así acciones meramente instrumentales y utilitaristas.
Evaluar los procesos que se generen en el seno de los centros educativos, consecuencia estos de la implementación de proyectos que sean construidos por consenso ya sea de colectivos de centro educativo o de cuerpos colegiados. ■
