Una carta pública, suscrita por 110 premios Nobel, ha sido objeto de un debate que, con toda seguridad continuará –también en México-.
El tema de la carta: dar apoyo al cultivo de arroz Golden, y al empleo de transgénicos, y una dura crítica a Greenpeace, por sus campañas y acciones en contra de la utilización de organismos genéticamente modificados (OMG). (Ver la carta y la respuesta de Greenpeace, en los enlaces abajo).
En una sociedad verdaderamente democrática, la incertidumbre sobre las implicaciones ecológicas, de salud pública, sociales, económicas, etc., derivadas del uso de transgénicos, debería conducir a mantener -incluso reformular- su prohibición. Pero, está sucediendo lo contrario.
En el caso de los transgénicos, por el saber acumulado sobre este tipo de tecnologías, deberíamos inclinarnos -como colectividad- a optar por el principio de precaución, como bien nos recuerda Silvia Ribeiro (La Jornada; 23/07/2016) estableciendo medidas de autolimitación, (es decir, asumiendo nuestras responsabilidades con las generaciones futuras, el medio ambiente, etc.).
La doxa (formarnos una opinión bien considerada), en democracia, se logra a través de la confrontación de puntos de vista, sopesando -adecuadamente- las opiniones de los expertos (tecnociencia). El problema es que en este tema, (y en muchos otros casos; cambio climático, energía nuclear, etc., etc.), entre los científicos, pueden existir diversas posiciones, incluso contradictorias. De ahí la exigencia de diferenciar doxa (opinión) y episteme (ciencia).
Habría que recordar que la tecnología GM, permite la monopolización de la alimentación por las grandes corporaciones: patentando las semillas, evitando su reproducción, asegurándose que los cultivos no puedan crecer sin sus productos químicos patentados, etc. ¿Capturar y monopolizar las fuentes de riqueza del mercado global de alimentos, o, luchar contra el hambre? ¿Cuál es el verdadero móvil?
Necesitamos una verdadera democracia, con procesos de deliberación y de reflexión donde participe el conjunto de la ciudadanía, de manera informada y consciente. El uso de OMG (organismos genéticamente modificados), es una cuestión política –no solo tecnocientífica-. Su empleo debe definirse democráticamente con pleno conocimiento de causa. Lo contrario de la creencia ciega en la omnisciencia y omnipotencia de la tecnociencia.
Más allá, la defensa -y las críticas- a los OMG (transgénicos), apuntan a lo que Cornelius Castoriadis denominó, siguiendo a Jaques Ellul, la “autonomización de la tecnociencia”. Elemento central de las sociedades contemporáneas, embarcadas en un verdadero “camino sin salida”, mezcla inextricable de descubrimientos deslumbrantes, y de “efectos perversos”, en el caso que nos ocupa, ligados a los OMG.
Lo que se cuestiona, en el ámbito tecno-científico, es, el sentido y la dirección, del desmesurado crecimiento; la ilimitada expansión del dominio (pseudo)racional; la racionalidad artificializada. Se cuestiona –así- el núcleo de significaciones centrales del imaginario capitalista. Ellas ocultan nuestra radical “impotencia” social. En efecto… ¿Quién decide entre un planeta cubierto de bosques y selvas, y un planeta cubierto de cultivos transgénicos? Para no hablar de la investigación militar, las patentes farmacéuticas, etc., etc. La tecnociencia, es ya un autentico “martillo sin dueño, en movimiento acelerado” (Castoriadis), que ya nadie controla efectivamente. La defensa irrestricta de los OMG, es funcional a esa lógica.
Leemos en The Guardian, (7/01/2015)… “Las ganancias de Monsanto caen un 34%, después de un año de protestas globales”. Se trata de una “guerra de posiciones”: de un lado, grandes corporaciones, científicos, gobiernos… pugnando por liberarse de los controles y limitaciones impuestas siguiendo el principio de precaución. Del otro lado, desde la sociedad civil organizada, diversos estratos, donde participan también científicos, (con conocimientos que contradicen a lo que afirma el primer grupo), expresando su fundada preocupación, sobre los riesgos actuales de la manipulación genética. Junto con… comunidades indígenas, campesinas, ecologistas, agrupaciones de consumidores, etc., defienden el medio ambiente y la salud humana, contra posibles consecuencias negativas derivadas de los transgénicos. Constituyéndose en actores que buscan soluciones y alternativas a los “efectos perversos” generados por los OMG.
Vemos multiplicarse las acciones de resistencia, se tienden a formar “frentes” más amplios. Nuevas coaliciones sociales que se oponen a las grandes compañías que monopolizan la producción mundial de transgénicos (OMG). Agrupándose para luchar contra la destrucción de sus ecosistemas, y la apropiación privada de sus bienes comunes, de los cuales depende la reproducción social de las comunidades a las cuales pertenecen.
La ciencia es una de las más brillantes demostraciones de la autonomía humana, mediante el descubrimiento/invención/creación de nuevas verdades, alteramos el pensamiento heredado, y avanzamos en nuevas transformaciones. Pero sus alcances y virtualidades, no deberían de hacernos olvidar el lugar esencial que la “autonomización de la tecnociencia” estaría jugando -efectivamente- en esta catástrofe mal llamada “progreso”.
Debate cada vez más candente, -complejo y profundo-. Mientras tanto, como escribe Castoriadis… “continuamos hurgando con un palo [tecnociencia], un hormiguero, que por supuesto es también un avispero” ■
Ver: ¿Camino sin salida?, Castoriadis,C. Ed. Nordan,1993.
Web-la carta: http://supportprecisionagriculture.org/nobel-laureate-gmo-letter_rjr.html
Ver: http://www.greenpeace.org/espana/es/news/2016/Julio/Respuesta-de-Greenpeace-ante-la-carta-de-los-premios-Nobel-sobre-los-transgenicos/