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jueves, 25 abril, 2024
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Los anacrónicos [La movilización en Colombia]

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Por: JORGE ARMANDO SARÁ MARRUGO •

La Gualdra 481 / Colombia / Arte y sociedad

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A la materialidad de las necesidades sociales, el inconformismo político o algún hecho coyuntural de indignación que justifican, por lo regular, las protestas sociales, pareciera que existiera desde hace un tiempo un deseo por redefinir o por lo menos cuestionar ciertos aspectos representativos de lo nacional.

Algunos monumentos históricos han sido tomados por manifestantes para dejar un mensaje o reclamo. Figuras de conquistadores, próceres de la independencia, efigies de científicos, entre otros, han sido resignificados o simplemente derribados en distintos puntos de la geografía mundial. Por ejemplo, la escenificación centenaria en nuestros países latinoamericanos que sirvió en su momento para construir una idea colectiva de pertenencia con un pasado heroico, y así fortalecer los lazos nacionales entre ciudadanos heterogéneos recién reconocidos, parece estar perdiendo vigencia cultural.

Y es que a través de esa iconografía pública de las ciudades muchos reconocen los sesgos e identifican los vacíos de la memoria que dejaron aquellos consensos ideológicos y políticos. Los otros actores con colores, géneros y regiones diversas quedaron en la periferia de los escenarios y discursos públicos, sobreviviendo en ocasiones a través de fragmentos de documentos, la oralidad y prácticas locales que han trascendido.

Hoy la historia oficial es discutida en la efervescencia del espacio público motivada por una nueva voluntad de poder. Tal vez esto sea una forma de expresar los inconformismos de siempre, pero constituye igualmente un mecanismo de los manifestantes para dejar sus propias huellas y contra monumentos del conflicto social contemporáneo. Las disputas postergadas en el pasado regresan en formas insospechadas y en momentos inesperados; y no hay ocasión más propicia para su emergencia que una coyuntura de hartazgo generalizado contra los anacrónicos.

Las protestas sociales son una movilización de símbolos que intentan comunicar en un lenguaje emocional, racional e instintivo las distintas motivaciones de la indignación. Y eso es así debido a que el espacio público está cargado de escenarios y relatos que dan cuenta de un orden del cual muchos dicen pertenecer. Romper esa tranquilidad social que generan las representaciones de la memoria a través de la protesta, aunque sean justas sus motivaciones, no es una tarea sencilla. Por ello, el lenguaje de la misma tiende a recurrir a formas reconocidas por los demás para que el acto de comunicación sea efectivo.

En ese sentido, las tomas callejeras están llenas de música, colores, danzas actos teatrales, expresiones artísticas y prácticas culturales en lugares representativos o de significación social para que la convocatoria provoque y genere cambios. Es en este punto que la movilización adquiere su carácter de consenso que cobija los deseos y críticas de una parte representativa de la ciudadanía.

La movilización en Colombia ha sido una oportunidad para cuestionar una diversidad de aspectos de la sociedad y la institucionalidad. Más allá de la reforma tributaria o el desconocimiento del precio de una docena de huevos por parte del exministro de hacienda, lo que hay en las calles es un conjunto de voces que al unísono piden un cambio de rumbo.

Después de veinte años de hegemonía directa o indirecta de Álvaro Uribe Vélez en el escenario político, una nueva generación levanta su voz reclamando un presente digno. Aunque no hay claridad sobre cuál será el desenvolvimiento de este descontento todo parece indicar que se aproxima un cambio. Sin embargo, no es menos cierto que este tipo de procesos ha sido utilizado en el pasado para reproducir las típicas oscilaciones entre los partidos o las élites familiares. Lo particular de esta coyuntura es que el partidismo ya no es representativo y la ciudadanía tiene un poco más de consciencia de los linajes políticos que han ocupado los poderes del estado en forma aristocrática y clientelar.

El uribismo recurrió en las elecciones pasadas a un novato desconocido para vender una imagen agradable de su proyecto, pero no hay indicio más sospechoso de anacronismo en el ámbito político que la presentación de una figura “joven” para representar ideas nuevas.

Hoy las calles están llenas de juventud reclamando los aspectos más elementales de una ciudadanía digna, y el gobierno no ha encontrado un modo distinto al de la represión para resolver el inconformismo. En ese sentido, lo que está en cuestión son las viejas formas de lo político, el militarismo en las relaciones del estado con la sociedad civil y la permanencia de los viejos dinosaurios del establecimiento uribista. La protesta social de la ciudadanía nos demuestra que aún quedan raíces democráticas a pesar de los 20 años del uribato.

 

 

* Colombiano. Doctor en Historia por la UAZ. Profesor universitario, actualmente vive en Cartagena de Indias y labora en la Institución Tecnológica Colegio Mayor de Bolívar.

 

 

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