El viernes se registró un nuevo máximo en el registro diario de contagios confirmados de Covid-19, a nivel estatal con mil 703 en una semana y a nivel con 12 mil 81 casos a escala nacional, que llevaron el total de positivos desde el inicio de la pandemia a un millón 90 mil 675. Además del consecuente aumento en el número de personas fallecidas a causa del virus –que ya rebasó las 105 mil víctimas a nivel nacional – el crecimiento de los contagios viene acompañado por el riesgo de una saturación en el sistema de salud pública: pese a que a escala nacional el promedio de camas con ventilador ocupadas es de 32 por ciento, en Baja California, Nuevo León, Aguascalientes, Zacatecas y la Ciudad de México se acerca o rebasa 50 por ciento de la capacidad instalada.
La situación resulta particularmente preocupante en la capital del país, donde 62 por ciento de las camas con equipo de asistencia a la respiración ya se encuentran ocupadas y en Zacatecas estamos cercanos al 70 por ciento de la capacidad.
Es inevitable señalar que, en buena medida, el regreso o incluso la superación de los contagios experimentados durante la primera ola de la pandemia responde a la relajación de las medidas de prevención por parte de los ciudadanos y la inobservancia de los cuidados prescritos conforme distintas actividades y giros comerciales que fueron reabiertos como parte de la llamada nueva normalidad. Ejemplo de ello es el regreso descontrolado de transeúntes y compradores a las calles, donde los filtros sanitarios instalados registran una movilidad alarmante.
Es cierto que el repunte actual en la propagación del Coronavirus no es exclusivo de México sino, por el contrario, refleja el escenario existente en buena parte del planeta: Europa, la segunda región más afectada por la pandemia después de América Latina, contabilizó esta semana la cifra de muertes más grave desde inicios de año. De la misma manera, resulta innegable que los ciudadanos experimentan hartazgo, fatiga y secuelas sicológicas por el distanciamiento social y el trastocamiento de sus actividades cotidianas; mientras que la actividad económica y, en particular, el sector turístico junto con los comerciantes formales e informales, han sufrido los estragos de las restricciones en forma de severas pérdidas financieras que a no pocos los ha llevado a la quiebra.
Con todo, está claro que la mayor pérdida posible es la de vidas humanas, por lo que es necesario llamar al conjunto de la población a extremar precauciones, restringir sus actividades a las estrictamente necesarias y observar las indicaciones de las autoridades. De persistir las actitudes indolentes y hasta desafiantes frente a la emergencia sanitaria, no sólo se incrementará la cantidad de víctimas, sino que se prolongarán las indeseadas restricciones.