Hoy es el día que muchos pensaron imposible, y otros, indeseable, el día en que termina el gobierno Andrés Manuel López Obrador.
Se va -a pesar de los naturales tropiezos de su trayectoria- como un animal político de altos vuelos a los que simpatizantes y opositores tienen que reconocerle el genio y eficacia.
Parte de esto se debe a su enorme capacidad de habitar su mito frente a quien tenía que hacerlo, y desmentirlo ante quienes le importaron.
Así, aunque desde el primer día dijo que no se reelegiría y que intentaría hacer en un sexenio lo que se haría en dos, sus opositores nunca le creyeron.
No importaban sus dichos, escritos o acciones, porque terminaron por creer su propia narrativa empeñada en construir el mito del “dictador” y el “peligro para México” que el imaginario colectivo, visto está, no hizo propio.
Crearon el monstruo y se escondieron de él; pregonaron la debilidad de su popularidad y luego se sorprendieron de su éxito electoral. Estuvo siempre por delante suyo porque persiguieron un fantasma. Su mito, el que inventaron para los demás, solo lo compraron ellos mismos.
Sostuvieron por años que se relegiría, que sería como Hugo Chávez o Fidel Castro, con quien gustaban compararlo, pero nunca lo equipararon a Ángela Merkel o a Margaret Thatcher, porque esa comparación no encajaba con su versión preconcebida.
Los esfuerzos por sostener esa idea llegaron al absurdo, a la neolengua orwelliana de decir que la revocación de mandato, que abría la posibilidad de interrumpir su gobierno y reducirlo a la mitad era fachada para eternizarse.
¿Cómo esperaban que la gente lo creyera “dictador” si se sometía a ese procedimiento?
Contra toda lógica, y servida la ocasión para apropiarse de la herramienta democrática que terminaría con su pesadilla, le dejaron ondear esa bandera y fueron sus propios simpatizantes quienes promovieron la revocación y luego acudieron a las urnas a ratificarle su confianza con abrumadora mayoría.
Hoy en el último día no termina el mito. Piensan algunos que López Obrador gobernará a través de Claudia, como si ella no hubiera dado muestras de criterio propio y diferenciación desde la Ciudad de México, como en el manejo de la pandemia, y las políticas de seguridad pública.
Tienen coincidencias, indudablemente, ambos han construido el mismo proyecto, y basta la historia para comprobar que Claudia Sheinbaum tenía un activismo de izquierda muy anterior a conocer siquiera a López Obrador personalmente.
Sin embargo, se equivocan si piensan que viene la matización, el “descafeinamiento”. Quizá es buena ocasión para escuchar a López Obrador y su advertencia reiterada de que él es “el fresa”.
Suponen que las últimas reformas: la guardia Nacional dependiente de la SEDENA, o la reforma judicial, son resultado sólo de que el poder de López Obrador persiste hasta el último día.
No reparan aún en los primeros síntomas que confirma la advertencia, como la no invitación a Felipe de Borbón a la toma de protesta de la nueva presidenta.
Víctimas de su propio mito, todavía no conciben que la evaluación de su sexenio sea aún favorable. Enkolll asegura que Andrés Manuel se retira con un 80% de aprobación y 68% lo cree el mejor presidente de los últimos 30 años.
Esto resulta inexplicable a los autores del mito del mesías tropical; a quienes creyeron que la gente esperaba de él un socialismo que evidentemente no llegó para asombro sólo de ellos, de quienes lo creyeron y lo temieron.
Les sorprendió en 2018 que no hubiera temor, y hoy se sorprenden de que no haya decepción, pero no reparan que la gente no tuvo el miedo que intentaron sembrarles, pero tampoco esperaron de él milagros sobrehumanos como imaginaron.
Hoy, en el ocaso de su gobierno, cuarenta años después de vida política, López Obrador sigue generando escepticismo y se duda de su retiro político.
No estamos acostumbrados. Nuestros más recientes expresidentes concluyeron sus mandatos esperando ser figuras internacionales o trabajando en las transnacionales a las que entregaron el patrimonio de la nación.
En ese escenario cuesta creer que López Obrador tenga la madurez humana y política de abandonar los aplausos para vivir entre palmeras, escribir y dar paseos.
Otra vez no escuchan, nada ha sido más constante en su discurso y vida política que el anhelo transparente por hacer historia.
Se va en su mejor momento, pero consciente de ello y de un cuerpo cansado y una fila expectante en la banca.
Andrés Manuel sabe que en el retiro a tiempo está la consumación de su sueño, la de abandonar el mito para dar paso a la leyenda.