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sábado, 14 diciembre, 2024
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Se buscan médicos con sentido social

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Por: LUCÍA MEDINA SUÁREZ DEL REAL •

A algunos suena a lugar común, a otros más les parece absurdo, pero estudiando el tema con seriedad, es innegable que el sistema económico y político neoliberal de los últimos cuarenta años, y su normalización cultural, han jugado un papel fundamental para que la salud de los mexicanos esté como está. 

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El asunto empieza desde la alimentación y la prevención porque nuestra cultura alimenticia se modificó, de forma gradual, y sostenida en las últimas décadas, sustituyendo, en los hogares, los alimentos naturales y nutritivos, pero perecederos, por las prácticas latas y cajas que facilitan la vida, a costo de la economía y la salud. 

Esto alcanza también al sistema de salud general, que no se preocupó nunca por abrir espacios de cuidado de la salud al ritmo del crecimiento poblacional y le cedió esa tarea a un particular que supo poner un médico y una farmacia prácticamente en cada colonia, siempre y cuando ésta fuera suficientemente rentable. 

Permitió, además, el diseño de un sistema que casi equipara a los médicos en agentes de ventas de las farmacias que pagan sus sueldos, con el único límite que imponga la ética de los profesionales y el cuidado de sus cédulas profesionales. 

Tendría que admitirse que, en buena medida, estos médicos de farmacias que abundaron como tiendas de conveniencia, desfogan los sistemas de seguridad social y de salud. No son pocos quienes prefieren pagar cincuenta pesos a formarse, por horas, para recibir una consulta equiparable a la que tienen a la vuelta de la esquina. 

Quizá en parte por esto, pero también, admitámoslo, por mérito propio, la medicina familiar es quizá la parte más organizada (o menos desorganizada, según se prefiera) del Instituto Mexicano del Seguro Social, y quizá incluso del ISSSTE. 

Es en la atención de especialistas donde está, en lo que atención médica se refiere, el mayor de los problemas de estas instituciones, y ello se debe, en buena medida, a la falta de profesionales en la materia y también, habrá que admitirlo, a desórdenes administrativos de ese sector. 

Empecemos por lo segundo: para nadie es un secreto que muchos médicos especialistas parecieran tener el don de la ubicuidad, pues logran asumir contratos de tiempo completo entre el IMSS, el ISSSTE, la Universidad Autónoma de Zacatecas y su consulta privada. 

Es conocido también que, con frecuencia, sus pacientes en las instituciones sociales quedan en espera por largas horas sin que se les cumplan las citas programadas porque los médicos priorizaron a sus pacientes privados y salieron a consultarlos.

En la práctica privada no es mucho mejor, pues no suele haber –con honrosas excepciones- miramiento alguno en las tarifas que se cobran tanto por consultas, como por cirugías o procedimientos médicos, en particular si hay pocos especialistas en la materia. 

Nada de esto sería posible si no existiera una notable carencia de médicos especialistas que, gracias a la oferta y la demanda, han convertido a los pocos que hay en objeto de excepciones y privilegios en las instituciones públicas, que todo toleran, porque de por sí hay cientos de vacantes sin cubrir. 

Como solución a largo plazo a este fenómeno, se amplió el número de espacios para estudiar especialidades que continuamente se había estado disminuyendo. Esto permitirá, en algunos años, que se recupere el déficit que hoy hace imposible cubrir vacantes, a pesar de los aumentos salariales que buscaban hacer tentadoras estas ofertas. 

No obstante, el problema subsiste en el presente, pues ni siquiera la contratación de médicos cubanos ha sido suficiente para remediar este problema. 

Por ello, el gobierno federal plantea una estrategia: recontratar a los médicos jubilados para que, sin menoscabo de su pensión, vuelvan a los consultorios con un salario competitivo. 

Se antoja difícil la posibilidad porque muchos de ellos optarán por permanecer en la práctica privada, donde sus ingresos son determinados por sus propios límites y, con mucha frecuencia, ni siquiera son reportados (al menos en su totalidad) a Hacienda. 

¿Cómo solucionar entonces? La cuestión parece imposible mientras domine el individualismo, la ambición desmedida, el lucro avorazado, y la idea de que el profesional de la medicina merece todo como nimia recompensa al esfuerzo que le llevó obtener su título universitario en esa carrera, sin el mínimo pudor social que dimensione la necesidad de que se comprometa socialmente, y que pueda entender que él, o ella, es además de sí mismo “sus circunstancias”. 

¿Pero qué hacer? Ya no los hacen como antes…

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