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martes, 19 marzo, 2024
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Juan José Saer o la ficción como apertura del mundo real

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Por: SIGIFREDO ESQUIVEL MARÍN •

La Gualdra 559 / Literatura

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Ahora mismo no recuerdo cómo fue que me encontré con Juan José Saer, quizá uno de los escritores argentinos más potentes después de Borges, un gran novelista, poeta elocuente y agudo ensayista que nos permite pensar el margen como espacio de creación de sentido. Lo he ido leyendo como casi todos los autores que verdaderamente me apasionan, de forma lenta, asistemática, recurrente e intermitente.

Su pensamiento contemplativo se fue fraguando durante un exilio voluntario después de haberse ido de su natal Argentina a Francia 1968 para estudiar francés sin retornar jamás. Su narrativa, lograda con un cuidado artesanal esmerado, configura una poderosa radiografía latinoamericana desde el observador crítico distante.

Para el argentino literatura y exilio se co-pertenecen, se escribe voluntaria o involuntariamente siempre desde una condición existencial exiliada. En sus novelas hay una exploración antropológica de los confines humanos. De ahí su concepción de la literatura como antropología especulativa.

La literatura es concebida –y ejercida– por Saer como espejo humano polivalente y ambiguo. Con un lenguaje poético concentrado, El limonero real (Buenos Aires, Seix Barral, 2002) es una obra maestra que muestra los sabores y sinsabores de la convivencia, sus miedos, hastíos, rituales y fobias y nos hace ver que los seres humanos nunca dejamos de ser unos completos desconocidos para los demás; pese al conocimiento ocasional, la cercanía íntima cotidiana y las cópulas también ocasionales.

Pero al escritor argentino le interesa el hombre de carne y hueso, y aún de forma más específica, el rioplatense común y corriente, según confiesa en una entrevista realizada en marzo del 2002 en París y publicada en Orbis Tertius en el 2004: “Pero el estilo es el hombre mismo, es el hombre, es decir, que el trabajo sobre el estilo para mí estuvo guiado siempre por la lengua oral del Río de la Plata”.

Al igual que en Juan Rulfo, hay en Saer una poética de la narración como quintaesencia de la oralidad cotidiana. Narración, poesía y ensayo son tres aristas irreductibles y complementarias entre sí que despliegan la creación literaria como exploración radical de la humanidad y sus bordes inhumanos. Su profundo y profuso conocimiento literario-artístico posibilita una aguda elucidación del mundo desde los márgenes de la literatura, no en balde, para sobrevivir, dio clases de cine en alguna universidad de la provincia francesa.

Antes de la deconstrucción y los estudios culturales, en su obra ensayística opera un descentramiento radical en el tratamiento de temas literarios e intelectuales. Alejado de los reflectores parisinos y los grandes circuitos literarios, su trabajo en solitario fue fundamental para la renovación de la literatura hispanoamericana. La notable ensayista y crítica cultural, Beatriz Sarlo, ha señalado que se trata del autor más grande después de Borges que forma parte ya de la posteridad latinoamericana.

Descendiente de inmigrantes árabes, su vida y obra literaria estuvieron signadas por la paciencia, de la cual hizo una forma de arte. Al respecto, el gran crítico Noé Jitrik en el Coloquio Internacional Juan José Saer en el 2017 –donde también participó Sarlo– rememoró que, de viaje en auto por Europa, quiso hacerle una broma a su amigo y rebasó varios vehículos, y Saer, en un tono tranquilo pero firme señaló: “No tenemos apuro”. Dicha anécdota da cuenta de un autor que nunca tuvo apremio por escribir o la fama. Como los buenos vinos, su obra se fue madurando lenta y sabiamente henchida de tiempo depurado.

En un tiempo de hiper-aceleración, hacer de la lentitud un arte maestro es un trabajo fundamental, sobre todo en una época de obsolescencia programada que todo lo reduce a mercancía rentable y desechable. La obra de Saer cobra una vigencia que bien lo entroniza en los clásicos modernos contemporáneos. En su libro El concepto de ficción (México, Planeta, 1997), por cierto, dedicado a Sarlo, desarrolla su ideario estético y vital de forma precisa.

Siguiendo a Joyce, Proust, Borges y Truman Capote, sus reflexiones puntuales sobre la retroalimentación entre verdad y ficción se acercan al posmodernismo, pero desde la tradición de los clásicos de la literatura: “Podemos por tanto afirmar que la verdad no es necesariamente lo contrario de la ficción, y que cuando optamos por la práctica de la ficción no lo hacemos con el propósito turbio de tergiversar la verdad. En cuanto a la dependencia jerárquica entre verdad y ficción, según la cual la primera poseería una positividad mayor que la segunda es una mera fantasía moral” (11).

En el reino de la ficción, el despliegue de lo real encuentra toda su hondura laberíntica. Al respecto, en su difícil obra póstuma e inconclusa, Teoría estética (Madrid, Akal, 2004), Theodor Adorno había dicho, palabras más o menos, que la ficción y mentira en el arte expresan tanto la realidad social e ideología dominante como la aspiración pura de su transformación emancipatoria. En este sentido, en los márgenes de la literatura y vida europea, sin aspavientos, un ser solitario hizo de la literatura una utopía portátil absolutamente liberadora: Juan José Saer.

A propósito de Gombrowicz en Argentina, lo cual vale para el mismísimo Saer, claro está, consideraba que el escritor no es nada ni nadie, escribir no es sino un simple detalle biográfico capaz de cambiar la vida entera del hombre singular. El Diario del judío polaco avecindado en Argentina permite un ejercicio de crítica cultural impecable e implacable, una vez más el argentino cuando habla del europeo está pensando en su propio exilio en el viejo continente: “La aventura witoldiana, su lección principal, consiste en la hipérbole de su destino que lo llevó, de una marginalidad teórica y relativa, a una real y absoluta. De esa marginalidad hizo su vida, su material y su fortaleza” (31).

Asimismo, Saer lee a América Latina desde los intersticios europeos y viceversa, realmente se trata de un ejercicio existencial, estético e intelectual de alcances inusitados, al respecto su obra nos queda como legado imperturbable. Desconocido e ignorado durante toda su vida –exceptuando por unos cuantos– fue escribiendo una obra intensa forjada con rigor, lucidez y maestría. Antes de morir de cáncer de pulmón, en el 2005, le llegó el reconocimiento del público y obtuvo algunos premios relevantes. Para un autor sin prisa alguna, el reconocimiento póstumo le causaría una sonrisa sardónica apenas sugerida en sus pocos retratos que circulan hoy en la red.

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/gualdra_559

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