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viernes, 19 abril, 2024
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Editorial Gualdreño 559

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Por: JÁNEA ESTRADA LAZARÍN •

Goitia y Villa

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Cuando Francisco Goitia regresó a México había estallado ya la Revolución Mexicana, su estancia en el viejo continente fue interrumpida precisamente por eso, porque en su país había problemas y era imposible que siguiera recibiendo el apoyo económico que había propiciado su manutención los últimos 8 años. De regreso a México volvió a Fresnillo y allá se refugió en un primer momento, en la comunidad en donde había vivido los primeros años durante su infancia. Dos años más tarde, en 1914, decidió sumarse a las filas villistas; se entrevistó con el general para solicitarle fuera aceptado como dibujante, Antonio Luna Arroyo -autor del libro Francisco Goitia, editado en 1958- narra cómo fue ese acercamiento y aquí lo transcribimos:

 

“En audiencia con el Centauro del Norte entablan la siguiente conversación:

-¿Qué deseas, joven? ¿Cuál es tu asunto? – inquiere el guerrillero.

-Mi general -responde Goitia-, soy pintor y pienso perpetuar en lienzo alguna de sus grandes hazañas. Quiero hacer pintura revolucionaria- agregó.

A lo cual aquél replicó en tono socarrón, con los ojos fijos en uno de sus ayudantes, como si le ordenara a este último:

-¡Qué pintar, ni qué pinturitas! La revolución no está ahora para ‘monitos’. Denle a ese muchacho un rifle y mándenlo a la línea de fuego. Allí verá cómo se pintan los uniformes de los soldados en el avance.

 

Y el ayudante del general de división Francisco Villa, tomó del brazo al maestro Goitia y fue a presentarlo, llevando las instrucciones recibidas, al general de artillería, jefe de Estado Mayor, que disponía lo que se hacía con la tropa”.

Se trataba del general Felipe Ángeles, quien, como ya sabemos, aceptó que Francisco Goitia se incorporara a las filas revolucionarias como pintor, como artista, con la responsabilidad de registrar lo que más le impactara de todos los acontecimientos que habría de ver a lo largo de casi un año, pues fue hasta 1915 que el fresnillense los acompañó. Hay otras versiones, como la de José Farías Galindo, quien asegura que en realidad Goitia no habló con Villa en primera instancia, sino que lo hizo directamente con Ángeles y este, además de aceptarlo como pintor le encomendó que redactara los “partes de guerra”; el caso es que el artista tuvo la oportunidad de viajar con los Dorados -con escopeta al hombro, por “si se ofrecía”- y en esas andanzas encontró escenas dantescas que posteriormente llevaría al lienzo y al papel.

Retomamos este tema por dos razones, la primera porque este 2023 se ha nombrado, mediante decreto presidencial, como el Año de Francisco Villa “El revolucionario del pueblo”; y segundo, porque en Zacatecas se encuentran en su museo algunas de las obras de Goitia inspiradas en ese periodo, como El Ahorcado (1915-1919), Paisaje de Zacatecas con ahorcados II (1938-1942), y Cabeza de ahorcado (1955-1957).

Valdría la pena una nueva visita a este museo inaugurado en 1978, que alberga otra de las obras más impresionantes de Goitia, relacionadas con el periodo revolucionario, se trata de El Maderista (el desesperado), un óleo sobre tela de 155 x 115 cm., realizado entre 1913 y 1915. No se sabe con precisión si lo hizo justo el año en que Francisco I. Madero fue asesinado junto con José María Pino Suárez o al terminar sus andanzas con los villistas; el caso es que esta obra representa magistralmente la desesperación y la desolación en la que quedaron los maderistas tras la muerte de su líder.

En alguna ocasión me hicieron un comentario con respecto a la temática de estas obras y sobre la pertinencia de recomendar constantemente que visitemos el Museo Francisco Goitia para verlas, el argumento era que en tiempos tan violentos como los que vivimos ahora podría resultar “contraproducente” recomendar ver estas piezas en donde la realidad de la época en que se hicieron está representada; a lo que yo respondí algo en lo que sigo creyendo: debemos de indagar los detalles del pasado para poder explicarnos nuestro presente. Algo seguimos haciendo igual de mal a lo que hacíamos hace 100 años, que continúa dando como resultado que esos escenarios sigan repitiéndose, incluso cada vez más cruentos. Ir al museo es también reflexionar sobre eso, de algo tiene que servirnos constatar que no hemos aprendido lo fundamental para vivir de una manera diferente, y comenzar a hacer las cosas de otra manera. Vaya al Museo Goitia y compártanos sus reflexiones.

Que disfrute su lectura.

 

Jánea Estrada Lazarín

[email protected]

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/gualdra_559

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