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lunes, 1 julio, 2024
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■ “En mi tiempo estoy luchando por una vida mejor, no habrá quien me diga que fui un vendido y que yo sea causante de enfermedades y devastación”, sentencia el activista de Salaverna

Dispersos, pero somos muchos los que defendemos el medio ambiente: Roberto de la Rosa

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Por: ALEJANDRA CABRAL •

“Estoy aquí solo y somos muy poquitos los que defendemos, pero en eso que he andado caminando, caminando por todos lados… me di cuenta que somos muchos, nomás estamos dispersos”, así describe Roberto de la Rosa su encuentro con defensores del medio ambiente, en el transcurrir de la lucha que lo ha llevado a enfrentar los poderes corporativos, económicos y judiciales que dan cuenta de que “en Zacatecas, el dinero todo lo vence”.

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Nacido en Providencia, Mazapil, Roberto de la Rosa Dávila fue obligado a desplazarse a Salaverna a los 11 años, cuando se descubrieron yacimientos de sulfuros, y empezó la construcción del túnel para comunicar al Mineral de Providencia con Salaverna. 

Después de pasar tres décadas en Monterrey y Saltillo, pasando de vender leña y sembrar en Salaverna, a desempeñar diversos oficios como el de lavar carros, ser cargador en fábricas de galletas, y después de acumular experiencia como soldador, Roberto de la Rosa regresó a su tierra, al monte y a la milpa donde se crío.

“Es como una conexión ya desde niño con la tierra”, expresa el activista al preguntarle el motivo de su retorno a Mazapil, “a muchos les da lo mismo estar aquí en otro lado, porque no hay una conexión el lugar de origen, con sus raíces, historia, identidad”, agrega.

Por más de cuatro años, Roberto de la Rosa tuvo una relación laboral con Luis Gutiérrez quien administraba la mina de Tayahua, y daba “un trato muy amable y amigable” a la gente; situación que cambió al ingreso de constructoras y supervisores del Grupo Minero Frisco, los cuales se negaban a pagar horas extras y “eran muy déspotas”.

En 1998 y 2001 comienza el empeño de convertir al pueblo de Salaverna en una mina al cielo abierto, esas que ahora se plantea prohibir, al reconocerse que dicha explotación atenta contra derechos humanos y ambientales, al contaminar o agotar las fuentes locales de agua, el suelo y el aire, dejando a cambio empleos precarios y daños a la salud para los locales, empleos que cada vez son menos numerosos; tal como Roberto de la Rosa ha atestiguado a lo largo de su vida.

“Mi abuela decía: cuando la minera llegó, lo primero que hizo fue apoderarse de yacimientos de agua y cundo la minera se fue, cuando acabó Providencia, no quedó nada, se secaron siete grandes manantiales”, recuerda el ambientalista quien, con estudios de primaria, enfrentó durante varios años el poder de la minera de Carlos Slim, como delegado municipal de Salaverna.

“Una minera a la que nadie llama a cuenta” por disponer del agua, de la tierra, y de las vidas de personas: como las de los tres trabajadores que en abril de 2010 murieron al hundirse una rampa al interior de la mina, recuerda el activista.

Múltiples engaños y amenazas se orquestaron con la participación de abogados, políticos, curas, maestras, sociólogos, autoridades de Protección Civil, policías estatales y municipales, entre otros actores a la disposición de Grupo Frisco, recuerda De la Rosa, registrando en sus anotaciones uno de los momentos de máxima violencia que sufrió su asediada comunidad:

«(Derrumbaron) viviendas con bulldozer, sacaron a personas de sus casas a rastras, las golpeaban para poder tumbar sus casas, así tumbaron cuatro viviendas, con todo y muebles adentro. No lograron derribar más por la presión social que se hizo en Zacatecas, pero tumbaron la delegación municipal, la escuela y la iglesia. Más de 150 efectivos de la policía estatal y municipal, contra seis mujeres y tres hombres que había en el pueblo”, consignó el activista en 2016.

La criminalización y el despojo que
por más de dos décadas ha enfrentado,
no han hecho más que fortalecer su convicción
de que los zacatecanos que hoy vivimos;
somos responsables del mundo en el que
vivirán las próximas generaciones.

El terror de las detonaciones diarias debajo de su propiedad, la criminalización y el despojo que por más de dos décadas ha enfrentado el mazapileño de 72 años, no han hecho más que fortalecer su convicción de que los zacatecanos que hoy vivimos, somos responsables del mundo en el que vivirán las próximas generaciones.

Una sola mina en un mes, consume el agua que toda la ciudad de Zacatecas consumiría en un año, comenta el activista, agregando que las enfermedades que se producen a causa de las actividades mineras -de las que tiene noticias por sus conocidos que viven a lo largo del Río Sonora, en Carrizalillo, Guerrero y otros lugares-, no se curan con el dinero que dan las minas a las personas que defienden sus intereses.

“En mi tiempo estoy luchando por una vida mejor, no habrá quien me diga que fui un vendido y que yo sea causante de enfermedades y devastación”, sentencia Roberto de la Rosa Dávila, para quien sigue habiendo esperanza de remediar, o al menos “influir en que no se acelera la destrucción de la naturaleza”. 

“Todos tenemos derecho de a vivir en el ecosistema que habitamos, si de algo servimos, debemos defenderlo… y no nada más es obligación de uno, sino de todos”, concluye el activista que el año pasado representó a México en el encuentro de resistencias organizado por la Sociedad de Aprendizaje Alternativo y Transformación, en Kenya.

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