No todos los días son un festejo para la memoria. De hecho muy pocos lo son, pero no por escasos dejan de ser esenciales para la conciencia colectiva. Esos días nos permiten mirar para atrás para estar seguros de nuestro lugar en el presente, para resguardar la confianza en lo que somos y de lo que hacemos. Uno de estos extraordinarios refrescos cronológicos generales es el 23 de junio. Sin duda, ese día de 1914, aquí en el Cerro de la Bufa, a lo largo de una dura jornada que conocemos como la Batalla de Zacatecas, se dibujó el perfil histórico del México del último siglo.
La batalla de Zacatecas está en el centro de la Revolución Mexicana por sus significados militares y por su trascendencia política. Ese singular y estrecho acto bélico de sólo 9 horas en el contexto de muchos años de lucha, hizo posible que la Revolución como proceso haya sido un acontecimiento histórico mayor. Fue tan determinante que la convirtió en un acto fundacional y no únicamente en una anécdota. Reitero, no fue cualquier suceso: la Batalla de Zacatecas proyectó a la Revolución que le dio apellido al siglo XX y determina el camino del XXI.
La jornada bélica del martes 23 de junio de 1914 en el horizonte del antiguo mineral de Zacatecas, nudo del viejo Camino Real de Tierra Adentro, jugó a favor de la política, y a la larga, también del destino nacional. Su eficacia señaló a la Revolución en su proyección ontológica de largo alcance; fue el momento que hizo posibles las reformas sociales que orientaron a los constructores de la Constitución de 1917.
De ese día en Zacatecas brotaron sangre y palabras, imágenes y memorias. Se le reconoció como el momento final del México viejo. La Revolución encontró en Zacatecas su punto de quiebre. Entonces fue factible fundar al México moderno. Y ese tiempo, aunque violento, se concibió como esperanzador. Nosotros, jóvenes o viejos, somos sus herederos.
Es posible imaginar, desde aquí, en el cerro de La Bufa desdoblado en referencia de la memoria mexicana, a los hombres armados, a las bestias, al sonido de metales y maderas de rifles y cañones, la respiración nerviosa, los rostros inyectados de adrenalina de los varios miles de combatientes que se jugaron la vida a partir de las 10 de la mañana de ese martes. Entre estos cerros y acantilados, bocas de minas y edificios del centro, con miedo o con valentía ante el inminente fuego de los 51 cañones de ambos contrincantes. La Batalla final duró entre 7 y 9 horas. El recuerdo lleva vivo 102 años.
El horizonte después del viento y del fuego no pudo ser más desolador: aproximadamente 6 mil muertos en un feroz encuentro que duró lo que la luz del día. Los tonos de la tragedia permitieron la narración épica; y delante de la épica, el hecho se cargó de futuro. Nutrió a la historia, y hay que pensar en la historia –según escribió un viejo maestro, Edmundo O Gorman– como una parte de eso que llamamos vida.
Señor Gobernador, Señor Secretario:
Tal vez la mejor y más entrañable virtud humana sea el ejercicio de la gratitud. Agradecer a quienes honran con su recuerdo a los que se sacrificaron por mejorar sus condiciones sociales, agradecer a quienes honran con la amistad, agradecer a quienes tienen la investidura para otorgar y ser generosos, agradecer a quienes con grandeza de espíritu se alegran con los buenos actos ajenos, agradecer… El ejercicio de la gratitud es la más elevada forma de celebrar los favores de la vida y de conciliarse con el misterio tremendo del Universo. Celebrar el enlace del pasado con el presente, de la historia con la vida. Hoy es un día extraordinario, día de festejo para la memoria. Nosotros, la doctora Mariana Terán Fuentes y yo, historiadores dedicados a entender y explicar los afanes políticos y sociales del siglo XIX y XX, lo agradecemos. Y les damos las más sentidas gracias. ■
*Director del Museo Nacional de Historia – Castillo de Chapultepec.
Plaza de la Revolución Mexicana, Cerro de La Bufa, Zacatecas, 23 de junio de 2016.
