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jueves, 25 abril, 2024
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El Niño en su día, «habitante del liviano presente»

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Por: Mauro González Luna •

El 26 de agosto de 1933, Borges, el poeta, escribía unas palabras sobre los niños, varones y mujeres. El título de esas palabras: «Habitantes del liviano presente». Todo en Borges, casi todo, es hondo, verdadero y bello porque veía con el alma.

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Hace rato, al escuchar un poema de mi hija Federica María, que alude a la cajita blanca de su compañera de escuela primaria, de la edad feliz, Brenda, fallecida a los 7 u ocho años, y que está en la eternidad jugando, pensé en escribir sobre los niños, tan festejados en este mes de abril que ya se va como todo.

Escribía Borges ese agosto ya lejano: «Todo es juego para los niños: juego y descubrimiento gozoso. Prueban y ensayan todas las variedades del mundo: los desniveles, los colores, los árboles, los objetos fabricados y naturales, los animales, la tierra, el fuego, el aire y el agua. Juegan tanto, que juegan a jugar: juegan a emprender juegos que se van en puros preparativos y que nunca se cumplen, porque una nueva felicidad los distrae.

«De los niños es el reino de Dios, se lee en el Evangelio de San Marcos, en el versículo catorce del capítulo diez. Palabras dichas para siempre y de una veracidad literal, ya que, en el cielo, que es el reino de Dios, el tiempo no existe —como tampoco existe para los niños. Los niños desconocen la sucesión, — habitan el liviano presente, ignoran el deber de la esperanza y la gravedad del recuerdo. Viven en la más pura actualidad, casi en la eternidad».

Ante estas palabras, solo cabría el silencio y la gratitud, pero hay otro poeta, Pablo Neruda, que coincide admirablemente con la idea borgeana sobre el Niño y su amigo el Juego, y que rompe dicho silencio al decir: «El Niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta».

Y también vence tal silencio, el dar con voz potente, las gracias al Altísimo, por darnos la oportunidad de ver jugar a nuestros nietos tan queridos en ese casi eterno «liviano presente», con tortugas milenarias cuidadas con esmero por un patricio mexicano, con piedritas rojas regadas en un jardín, con conejitos de indias lejanas que brincan con gracia, con agua surcada por los brazos pequeños de tres niñas hermosas, con hojas secas y verdes y flores frescas que recuerdan los poemas de mi padre.

Y cabe preguntarnos por los niños que juegan a migrar a un país lejano y rico para vivir felices y en paz; juego ese que frustran con perversidad esos adultos feroces y mezquinos que perdieron para siempre al niño que vivía en ellos y que tanta falta les hace. Si de los niños es el reino de los Cielos, ¿por qué se les niega ese reino aquí en la tierra? Juego valiente el de ellos.

Termino, preguntando con Neruda: «Dónde está el niño que yo fui, sigue adentro de mí o se fue…». Ojalá siga siempre dentro de nosotros para jugar con los niños y niñas del mundo, para protegerlos, para defenderlos de los energúmenos que no saben nada de lo bueno y bello, para quererlos mucho, tanto a los nacidos como a los concebidos por nacer.

Dedico este artículo con inmenso cariño y esperanza a mis nietos, y a los niños y niñas de Zacatecas.

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