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jueves, 18 abril, 2024
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La democracia universitaria

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO FLORES •

En la década de los 1990, los reformadores de la Unidad Académica Preparatoria de la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ) encontraban que: “la mayoría de los contenidos… que se enseñan están desfasados y/o superados por el desarrollo científico”. Además “esta desarticulación se expresa, tanto en los contenidos que se seleccionan, como en la reiteración y/o dogmatismo con los que se transmiten”. También: “los planes y programas conservan su enfoque enciclopedista privilegiando la adquisición de información y no de una metodología de trabajo intelectual e integral”. Relativo a los docentes y su manera de impartir clases se enfatizó que: “continúan existiendo… las técnicas directivas basadas en la lección del profesor y en la repetición memorística por parte del alumno”. Y esto forma un ciclo de realimentación positiva con los contenidos obsoletos: el docente llega al aula, reitera contenidos caducos e induce a los estudiantes a repetirlos de memoria. No era todo, la integralidad de la reforma exigía dictaminar respecto a la situación administrativa y laboral: “se observan rasgos centralizadores, poco participativos y burocráticos del ciclo que tienden a aislarlo de los requerimientos de otros niveles y de las demandas sociales”. La afirmación siguiente es clave: “La articulación por disciplinas separadas, la presencia de un alto número de profesores contratados por horas que asisten, pero no se integran a la escuela, la separación de las tareas de docencia, investigación y servicio, la yuxtaposición de tareas pedagógicas, administrativas, sindicales… genera serias dificultades para asimilar propuestas integradoras”. Más aún, el perfil de los nuevos docentes, de los años 1990 es: “jóvenes recién egresados, y en gran proporción pasantes, no titulados de la licenciatura con una edad promedio de 25 años, ausencia de experiencia frente a la actividad de enseñanza, nula práctica en el ejercicio de la profesión en la que se forman y un manejo conceptual-disciplinario relativamente pobre”. No parece haber en este diagnóstico gran variación respecto a otro, que se expuso en un congreso del grupo político ABCD en abril de 1984: “… el 90% de los planes de estudio son obsoletos sin vinculación con la realidad social de su entorno, investigación incipiente y desarticulada, ausencia de programa de formación y actualización de profesores, repetición de los contenidos programáticos, improvisación de profesores, deformación del funcionamiento de las academias convertidas en espacio de promoción y clientelismo político…”. Esto lo cita Jorge Ernesto Quintero Félix en su artículo “Formación y perfil de los académicos en la UAZ”, incluido en “Tópicos Zacatecanos. Tomo I: la difícil modernidad”. De su investigación, Quintero Félix concluyó que la UAZ era una universidad bien equipada para “reproducir el atraso” en los años 1980. Esto parece seguir igual en los 1990, cuando se lanzó la reforma de la Unidad Preparatoria. Resultado de esa reforma fue un nuevo plan de estudios, del que se extrajeron varias de las citas previas. El carácter de ese plan, frente a la persiste necesidad de reformar la enseñanza en la preparatoria y la UAZ, queda de manifiesto en la siguiente afirmación: “se presenta como una propuesta hipotética a ser probada y reformulada en la práctica concreta”. Se pensó como un sistema autocorrectivo capaz de reformarse por consideración de los resultados arrojados por su funcionamiento, o no funcionamiento. Es decir, en cada ocasión que se detectase su inoperancia se volvería a la reflexión para establecer la naturaleza del fracaso, postular nuevas hipótesis y echarlas a andar. Y repetir ese proceso cuantas veces fuese necesario. Si tal técnica se mantiene, llegará el momento en el que todo el plan de estudios sea diferente al inicial. De otro modo se estaría ante un “estancamiento”, y de nuevo se caería en los contenidos obsoletos, los docentes que reiteran con morosidad conocimientos rebasados mediante estrategias pedagógicas vetustas. Se puede pensar la estructura del plan de estudios en dos niveles. Por un lado, el contenido inicial de carácter técnico pedagógico, en el que se proponen diversas salidas a problemáticas localizadas. Esto es lo variable, lo que deberá cambiar mediante la realimentación obtenida por los datos del funcionamiento en tiempo real del sistema. En otro nivel se ubica el conjunto de “valores” que se pretenden realizar mediante todo el tinglado. Sea democratizar la sociedad, erradicar la ignorancia, promover la cultura, construir la igualdad, estos objetivos no cambian o no se pretende que cambien. Aquello que debería haber acercado la visión pergeñada en el plan de estudios a la realidad era un “sujeto colectivo”: las autoridades, docentes y alumnos en trabajo conjunto, evaluando los resultados de sus acciones. Por supuesto, esto no se logró porque las condiciones no lo permitieron. ¿A qué se le puede imputar ese fracaso?, ¿cuál es la variable que lo explica? Hay una muy simple y engañosa: la lógica política derivada del proceso de elección de autoridades. Para ganar el control del presupuesto por parte de algún grupo universitario organizado se requiere subordinar la voluntad de los docentes y centralizar la toma de decisiones. Debido a esa competencia se condiciona el trabajo cooperativo y se contrata con criterio político. Mentalidades sin visión suponen que la responsabilidad de la derrota de un plan de estudios recae en los cuarteles de la burocracia. No alcanzan a pensar que la democracia universitaria es factor condicionante de ese debacle.

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