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lunes, 21 abril, 2025
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Cruciforme. El hombre crucigrama de Roberto Abad

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Por: David Castañeda Álvarez •

La Gualdra 587 / Narrativa / Libros

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Cruciforme. El hombre crucigrama de Roberto Abad

Imaginemos que estamos aquí y que ustedes, que están de aquel lado en el público, empiezan a presentar el libro El hombre crucigrama de Roberto Abad, y nosotros, que estamos de este lado, escuchamos con atención, formulamos preguntas y comentarios. En ese hipotético caso, Roberto Abad sería una suerte de personaje colectivo e imaginado por personas sin nombre ni apellido y nosotros, estaríamos en la completa ignorancia sobre la singularidad aquel autor. En ese cruce de caminos, esta presentación de libro no sería vertical, sino horizontal. No serían los mismos significados, ni los mismos actores, ni el mismo tiempo.

Ésas son las principales obsesiones de un hombre desahuciado. Sabe que va a morir y su enfermedad lo motiva a escribir historias que se cifran a diferentes enigmas. Arriba de sus textos coloca cuadros en blanco para que el lector complete su misterio. El hombre crucigrama piensa en el tiempo, el lenguaje (desde sus mínimas partículas significantes, como una simple y transparente coma), el sueño, los animales, los espejos y los laberintos. Ineludible entonces pensar en las idénticas obsesiones que llevaron a que, por ejemplo, Borges escribiera sobre el tiempo y las bibliotecas; o a Torri con su Ulises dispuesto a morir entre las sirenas; o a Kafka, con sus hombres bicho y la fábula que heredan a la posteridad.

Roberto Abad.

La primera imagen que tuve cuando leí el título, por lo demás sugerente, fue la del manuscrito medieval de Rábano Mauro, un dibujo de Cristo superpuesto sobre un laberinto de palabras que se asemeja a las actuales sopas de letras o crucigramas. En aquella obra, Mauro buscaba legitimar el poder simbólico de la cruz a través de artificios poéticos. Es quizás el abuelo más lejano del Hombre crucigrama de Roberto Abad, pues en la obra de nuestro autor aquí presente, ese hombre que va a morir (un Cristo posmoderno, tal vez, crucificado por el tiempo y la palabra), valida la posibilidad de redención a través del otro y con su otredad desmesurada. 

El lenguaje del Hombre crucigrama, por ejemplo, es consciente de sí mismo y de su capacidad creadora. Una palabra es una medida de tiempo y, a la vez, un segmento de realidad. La palabra crea espacialidad en tanto la proyecta sobre los minutos:

Un día escribió un verso verdadero. Estuvo a punto de borrarlo, pero se percató de que las palabras tenían fuerza y vértigo; le quitó una coma, se la volvió a poner y, tras unos segundos, dedujo que era bueno tal como había salido. Tenía razón: era una línea singular, de consistencia transparente y etérea como una medusa. Tiempo después, cuando al fin la comprendió, dejó de escribir. Fue reconocido, pese a todo, como un buen poeta.

Las microficciones de Abad juegan con crear y descrear el mundo con ironía, como en el juego de un dios caprichoso e infantil, guardando siempre el justo (y no tan justo) respeto por el lenguaje, y por quienes ejercitan su trampa: “He soñado con el fin del mundo y he visto salir de entre los escombros a las dos especies sobrevivientes: las cucarachas y los poetas”. De igual modo, en voz del Hombre crucigrama, refleja la brillosa superficialidad del mundo que atravesamos:

Un hombre creía que frente al espejo su dinero se duplicaba. Por eso jamás despegaba la mirada del cristal. Permanecía siempre alerta pensando que del otro lado había alguien doblemente avaro, en espera de que se descuidara para robarlo todo.

Este hombre encrucijado es una suerte de Sherezada que cuenta historias del otro lado de la realidad para retardar su muerte. O acaso para aceptarla con resignación. Resolver crucigramas lleva tiempo. Mucho tiempo. Por eso los enigmas que plantea Abad no tienen solución. O si la hay, cada uno de los presentes tendría que echarse a dormir para saberla. 

Este libro legitima entonces la realidad del sueño, aquélla que casi siempre es más real que la de la vigilia, pero no somos hábiles leyéndola. Un lío del diablo, quizás diría Abad, pues tenemos un ojo de gallo y uno de cabra. Uno apunta al día y el otro a la noche. Para leer la escritura de este mundo, laberinto que se lee por todos lados, deberíamos saber qué significa “casa” en horizontal, “casa” en vertical, y “casa” cuando ambas palabras se cruzan en un mismo crucigrama. Ejercitemos pues nuestra “escritura en cruz” para renovar nuestra mirada. Tal vez eso nos alivie un poco de estar desahuciados en medio de una plaza. 

* Feria Nacional de Libro Zacatecas, 26 de agosto de 2023.

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_587

 

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