La Gualdra 657 / Educación
En el camino que conduce del contrato a la duda sobre la renovación del mismo, están presupuestas costumbres, creencias y convicciones múltiples: atavismos culturales […], ideológicos y de grupos que convocan a una manera de ser y de vivir; posiciones asumidas como verdades relativas y absolutas (sujetas a morales palaciegas, arribistas, sobrias o modestas); dispuestas a obrar, a afirmar y a reproducir lo que en el discurso oficial se sostenga. En fin, están presupuestos deseos, razones y argumentos semejantes o hasta opuestos, en cualquier caso, llamados al servicio y cumplimiento del “deber ser” y el “buen comportamiento”. Esto no es en absoluto insignificante. Todo lo contrario.
A pesar de la precarización de la labor docente, de la inseguridad y la incertidumbre que se pueda experimentar, de las problemáticas presentes y evidentes en las instituciones escolares y el país, el profesor contratado debe ser ejemplar y hacer de cuenta que se va por buen camino y todo es normal. Esta ejemplaridad y aparente normalidad, ha de extenderse a todos por igual (estudiantes, padres de familia y comunidad), sobreponiéndose a toda problemática o posible desazón, mostrándose en la conducta de todas y todos los involucrados en la educación. Y, por supuesto, debe servir de guía y orientación para conducir la voluntad y la acción al “buen comportamiento” y la “correcta dirección”.
Las inseguridades de los profesores contratados, el modo como viven y asumen su experiencia; los estados emocionales y mentales determinados por el influjo de esta condición; deben de adaptarse y ponerse al servicio de la institución.
Los contratados no sólo deben cumplir con el contrato, deben cumplir con todo lo que les precede y se les impone, pide y exige: con la cultura escolar y la concepción histórica predominante; con las ceremonias y los rituales habituales; y deben de hacerlo aún a sabiendas de todos los motivos que los hagan dudar y sentirse incómodo, y de que deban asumir las cosas apegados a un punto de vista indispuesto a escucharlos o a ponerse en su lugar. Sin importar el punto de vista de los contratados, unos y otros deben sentirse satisfechos por “tener al menos trabajo”. Tal es la “verdad” a la que cada docente se ha de apegar, que cada docente debe “ser ejemplar”, siendo “profes estoicos agradecidos” y, como decía casi proféticamente el venerado profesor normalista José Santos y Valdés, siendo “héroes silenciosos y callados en el cumplimiento de las tareas”.
La disposición a las costumbres y las normas, a los ritos y las formas; la fidelidad y entrega a determinadas concepciones culturales e históricas; la calma y el carácter sosegado o estridente, dócil o irreverente; el interés, el desinterés y la indiferencia o la a menudo incómoda y manifiesta urgencia de tener certezas; etcétera; prestan por igual su servicio al orden del discurso y de las cosas (Foucault) que impera en el sistema de la educación “pública”. Las y los profesores deben de ser y de hacer lo que de ellos se espera: cumplimentando los designios asignados y siendo fieles en la emulación; ajustando el carácter y el espíritu a los preceptos del sistema educativo y sus representantes; en fin, siendo individuos cabalmente alienados y a la disposición de reproducir el sistema.
A la condición en la que uno experimenta de la incertidumbre a la normalización de ésta, pues, se suma el compromiso que cada docente debe tener frente a sus obligaciones: culto a las formas y al cumplimiento de las mismas; entrega al orden dado, pasión aparente o histrionismo descarado frente a las glorias del pasado (que ningún mal incubaron sino todo lo contrario); no resistencia o concienzuda reflexión, sino asentimiento y repliegue sin cortapisa a las “verdades” promovidas por la institución. Y todo ello, a pesar de los innumerables y evidentes problemas del país y sus regiones, de la puesta en predicamento del sentido salvífico del Estado Mexicano posrevolucionario y las herencias de su concepción histórica. Se trata, ante todo, no de dar lugar a la duda o al cuestionamiento, sino de plegarse solícitos al mundo preconcebido, pues, verdad consabida es que, si uno no tiene nada seguro, lo mejor y lo más conveniente es ser un ser servicial y subordinado.
Si ser libre implica, entre otras muchas cosas, posibilidad de elección, en la vida laboral de los profesores contratados supone ante todo alienación. El docente precarizado y que cuenta con los derechos que dicta el contrato, debe de ser un individuo “bien portado”. Lo recomendable es andar siempre dispuestos, abrazando la cultura escolar del lugar en el que se trabaje, haciendo de cuenta que todo está bien, que va por buen camino y marcha espléndidamente. También, de hecho, saber acercarse a las autoridades escolares siendo tan gratos como sea posible y mostrando siempre disposición; preparando el ánimo y la sonrisa al humor del jefe superior y, de ser necesario, disponiéndose a adular o lisonjear convenientemente al que quizá también se asuma como el preceptor de toda la institución. Unos y otros deben estar siempre dispuestos, prestos para obrar y hacer “lo correcto”, para ir por la adecuada dirección, que no puede ser otra sino la misma que todas y todos deben repetir al unísono con el “jefe superior” (frecuentemente, suerte de heredero del linaje de los caudillos de la posrevolución).
Las consecuencias de no ser un profesor silente, servicial y subordinado pueden ser múltiples: pérdida del trabajo, aislamiento y ostracismo provocado; por ser distinto, por no ser del agrado, por no asentir como lo hace la mayoría acostumbrada al orden del discurso y de las cosas.
Sin duda, las relaciones de poder al interior de las instituciones escolares influyen en las relaciones laborales y en el modo en que nos sentimos, y el auge de lo social (Arendt) determina el horizonte y el mundo en el cual asumimos nuestra condición de empleados.
Sin que importe la experiencia de la vida y el mundo interno del profesor contratado, el concepto “categórico” –y a la sombra de los hechos aquí planteados casi ridículo– denominado “humanismo mexicano”, la “Nueva Escuela Mexicana” y sus deseos de poner en el centro la “dignidad humana” comprendida como “valor intrínseco que tiene todo ser humano, que es irrenunciable, no intercambiable, irrevocable e inviolable” (SEP, 2022, p. 12), o los “ejes articuladores” presupuestos en la NEM (pensamiento crítico, interculturalidad crítica, inclusión, vida saludable, etcétera), este “tipo” de docente debe de adaptarse, saberse prescindible y del todo mensurable.
* La primera parte puede leerse aquí:
https://ljz.mx/11/02/2025/sobre-el-docente-contratado-y-su-experiencia/
Referencias
Arendt, H. (1996). La condición humana. España. Editorial Paidós.
Foucault, M. (2022). El orden del discurso. España. Tusquets editores.
Santos Valdés, J. “Florecimiento de la alcahuetería”. Capítulo quinto, Tomo XI. Obras completas.
SEP. (2022). Plan de Estudios de la educación básica. México.