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jueves, 18 abril, 2024
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Hay muertos que no hacen ruido

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Por: LUCÍA MEDINA SUÁREZ DEL REAL •

Hay muertos que no hacen ruido, que no conocemos sus nombres, sus familias, sus identidades, la ausencia que dejan y el dolor que esta causa.

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La normatividad reciente y los criterios de protección a víctimas, aunado a los pudores y los silencios, hacen que la mayoría de las víctimas fatales del estado de violencia pasen desapercibidos, o si acaso se escuchen “quedito”.

No les conocemos, no les ponemos rostro, ni nombre, y su recuerdo se desvanece de la memoria social hasta quedarnos sólo como estadística.

El “se matan entre ellos” ha penetrado hondo, y a veces son las propias familias las que permiten, toleran o buscan el silencio.

Que no se piense mal de ellos, que no se especule, que no los culpen a ellos, a sus vidas, sus barrios y decisiones de los crímenes en los que fueron víctimas.

La cosa es peor si el que muere es joven, si vivía en barrio popular, si vestía de determinada manera, o si tenía alguna ocupación estigmatizada.

No todos los muertos son iguales.

No se trata de la misma manera al taxista muerto, que al médico asesinado. Tampoco al que vivía en la colonia Díaz Ordaz, o al que creció en Sierra de Álica.

La gente lo sabe, lo siente y le duele. Por eso no fueron bien recibidas las condolencias del gobernador por la muerte de Edgar Gutiérrez Romo, que el mismo mandatario calificó como crimen, del que prometió que no quedará impune.

Sin duda su muerte, y su previa desaparición una semana antes, duelen y calaron fuerte en la sociedad zacatecana, particularmente en la fresnillense donde naturalmente lo sentían más cercano.

Sin embargo, las inusuales condolencias del mandatario despertaron inquietud por el contraste que significa en comparación con el trato que ha dado a otros, muchos, muchísimos casos más en su mismo gobierno.

Nada se dijo ante el asesinato de los jóvenes provenientes de Nieves, Zacatecas, que conmocionó a la gente en la capital del estado, a pesar de que por ser originarios del norte del estado son pocos los que podrían conocerlos personalmente.

Ni el horror de su homicidio, la violencia de la circunstancia, la juventud de las víctimas, su pertenencia a instituciones educativas conocidas e importantes como la escuela Normal Manuel Ávila Camacho, la Universidad Autónoma de Zacatecas o la Universidad Tecnológica merecieron un mensaje del mandatario estatal.

Ni siquiera la notoriedad nacional que tomó el caso, atrajo su atención. No lo hizo ni cuando sucedió el hallazgo de los cuatro cadáveres encontrados primero, ni en la localización de Valeria en circunstancias que todos imaginamos por demás dramática.

Tampoco hubo un mensaje oficial, con el fallecimiento de Yonathan, el elemento de la Guardia Nacional que murió en combate en Zacatecas hace unas semanas apenas a ocho meses de haber ingresado a esa fuerza de seguridad.

No se han condolido de la casi veintena de policías asesinados, tampoco del delegado municipal de La Zacatecana, en Guadalupe que ostentaba un cargo como autoridad auxiliar.

Hace unas semanas también en Fresnillo, dos jóvenes de 22 y 13 años fueron baleados mientras transitaban por las calles de ese municipio acompañados por sus padres en un automóvil. Para ellos, sólo hubo silencio.

Será intrascendente para muchos, las palabras de consuelo de una persona, aunque esta sea la máxima autoridad de un estado, no cambian la realidad, y ni siquiera significa claridad en las investigaciones de los casos.

Para otros sólo sería una complicación logística, lamentablemente son tantos y tantos los casos que enlutan a Zacatecas, que si la comunicación oficial se encargara de cada uno de ellos, sus redes sociales parecerían obituarios.

Pero el problema está en el clima social. El descontento por la diferencia es clara muestra de la sensación de soledad que parece –lo digo más convencida que nunca- generalizada.

La sensación social de desamparo tarde o temprano puede derivar en desespero.

Imposible para todos huir a los estados vecinos como asegura el secretario de gobierno de Aguascalientes que hacen funcionarios estatales que cambiaron su residencia para aquel estado.

Imposible para todos salir con lo que se lleva puesto, como han hecho tantos jerezanos a quienes no se les ofrece más que acompañarlos en el éxodo.

Hasta ahora y ante esos hechos, de las autoridades no hay más que silencio.

Es en ese contexto que ya surgen los llamados a armarse, a organizarse, a encontrar una manera de enfrentar esta situación más allá del llamado a “encomendarnos a Dios”.

La pradera está seca, y el dolor y el miedo puede ser tan grande que haya todo o nada que perder y para entonces lamentaremos que no se usen los cauces institucionales que hoy, todavía, se piden a gritos, teniendo sólo por respuesta el silencio.

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