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martes, 10 diciembre, 2024
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Vivir es increíble [siete]

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Por: EDGAR KHONDE •

La Gualdra 600 / Río de palabras

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Había fantasmas, fantasmas feroces que trataban de cogerte por la mano y despedazarte, eso recuerdo, no me explico todavía cómo no sucumbí al horror, cómo es que salí vivo de ahí, pero tengo que contarlo tal como fue. Siempre se nos dijo que no entráramos en aquella casa. Nadie recordaba cuánto tenía de abandono, así como nadie la recordaba habitada. Nosotros, niños que rondaban los 10 años, decidimos jugarnos la suerte en aquella aventura. En mi casa no teníamos televisor, pocas veces entré al cine. Las imágenes en una pantalla no captaban mi atención; explico esto porque no conocía las películas de terror. El terror lo conocía vía Allan Poe, Maupassant, Quiroga. En mi casa lo que sobraba eran libros, ¿por qué razón?, la ignoro, pero agradezco que los haya habido. Mis amigos tampoco solían acudir a perderse en el televisor. El terror que ellos conocían era por las historias que se contaban en aquel pueblo. Conocí el verdadero terror cuando me apresaron los soldados y me golpearon con sus fusiles, mientras me interrogaban por causas que yo ignoraba; yo no tenía la información que ellos me solicitaron. Me desnudaron en alguna parte de un camino de terracería y me dijeron que me enterrarían vivo. Entramos en esa casa, recorrimos las habitaciones, el sótano, la cocina, las salas. Muebles polvorosos. Decidimos quedarnos a jugar a las escondidas. Era de día, las doce tal vez. Escogí mi escondite, una habitación con una cama. Entonces levanté mi cara hacia el techo y leí: “VIVIR ES INCREÍBLE”. Lo dije en voz alta, no grité, sólo lo dije como para mí. Supongo que eso fue un encantamiento, unas palabras mágicas. La luz de afuera se oscureció. Se comenzaron a escuchar ruidos, golpes, alaridos. No lo sé. Salí del cuarto, les gritaba a mis amigos. Veía cosas como sombras indeterminadas. Sentía que me tocaban, me llamaban, pero su voz no era tanto como una voz. Sentía alientos fríos. Nadie contestaba mis llamados. Buscaba la puerta de la casa, pero no encontraba la salida. Caí, me levanté, y algo me golpeó. Salía disparado hacia la calle trasera. Corrí y fui a la casa de Pável. Pável me miró y me preguntó que dónde me había metido; que ellos se cansaron de buscarme y se salieron. Sabía que no creería mi historia, ésta es la primera vez que la cuento. Los soldados cavaron una zanja, me echaron un poco de tierra y se orinaron. Luego rieron, me aventaron la ropa y me dijeron que como a media hora caminando por la vereda había un pueblo. Uno de ello aclaró que me habían confundido. Pável insistió, dónde me había escondido, dije que debajo de una cama, que me quedé dormido. Vivir es increíble, no te parece, me dijo. Yo guardé silencio, congelado. Porque lo es, hay millones de planetas sin vida, quizá en ninguna de las estrellas haya vida. Luego se paró y trajo del refrigerador una soda, me la compartió.

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/lagualdra600

 

 

 

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