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miércoles, 24 abril, 2024
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Una casa, un hogar

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Por: CITLALY AGUILAR SÁNCHEZ •

■ Inercia

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Hice una canción del inmortal Cerati: “Quiero una casa, quiero un hangar y una torre de lanzamiento…”  frase que muchos entrecortan en las primeras tres palabras, aquí, en nuestro país, el país de las excentricidades y los enredos telenovelescos.

Comprar una casa en México significa para muchos asalariados vender el alma al diablo, o algo similar conocido en el bajo mundo como “infiernavit”. Más de 30 años para pagar una modesta casa a las afueras de la ciudad, con mensualidades, que a veces no son fijas, de entre 4 y 8 mil pesos.

Si tenemos en cuenta que escasean los trabajos para profesionistas, aún más para los que no acreditan alguna profesión, que los sueldos no son dignos y que el IVA, la gasolina y cualquier otro gasto vital están en aumento día con día ¿quién realmente puede aspirar a tener una casa propia?

 

La casa blanca y la casa negra

Más allá de que el presidente de este país y su primera dama evidencian cada que pueden y a la menor provocación, una amplia gama de actividades corruptas, con las que cada vez dejan saber al pueblo que dinero les sobra por montones, es indignante cuando se compara con la alta cantidad de personas que viven aquí en extrema pobreza.

Baste un recorrido por Bracho o por Tierra y Libertad, para ver casas, si es que se le puede llamar casa a un cuarto hecho con lonas, láminas o cartón, en el que apenas cabe un colchón de segunda mano sobre el que bien pueden dormir más de tres niños y sus padres. Lugares en los que no hay siquiera servicios básicos de luz y agua potable, lugares dejados de la mano del gobierno.

En la avenida San Simón, sólo una breve carretera divide las modestas casas del fraccionamiento de cuadradas casas blancas, modelos que intentan dar la impresión de ser una colonia gringa, pero que al cruce de la vía contrastan con un montón de chozas hechas de lonas negras. Curiosa oposición entre el blanco del dinero invertido en créditos inmobiliarios y el negro de la propiedad sin dinero.

Anthony Bourdain, famoso chef neoyorquino que se dedica a explorar el mundo en busca de sabores y experiencias, en alguno de sus programas de televisión alguna vez expresó que él, en los Estados Unidos, tenía un concepto ya preconcebido de varias cosas, y sin embargo, al salir de su país natal y llegar a Libia o a la India por ejemplo, su concepto de pobreza cambió drásticamente, igual el de la amistad, igual el de amor.

Así, mientras en los fraccionamientos que quedan frente a uno de los territorios más pobres del estado erigen murallas para evadir la brutal realidad, ya no pueden evitar reconocer que la pobreza en México tiene un significado desolador y angustiante.

 

There’s no place like home

No lo hay, no hay lugar como el hogar, aunque éste sea un pequeño espacio en el que varios viven hacinados, ni aunque ante una inundación o un terremoto se deshaga al instante. El hogar es el espacio en el mundo donde siempre se tiene amor y sin embargo, el meollo del asunto va más allá de esto.

El dilema más bien versa sobre una cuestión de derechos humanos, es decir, de que todo ser humano tiene derecho a vivir con dignidad y en eso no sólo hay que tener en cuenta a los más obvios casos de marginación social, sino también a aquellos que para tener un espacio propio tienen a veces que trabajar como esclavos para pagar una deuda de grandes magnitudes.

La dignidad no sólo tiene que ver con el lugar en el que está construida una cosa o el material del que está hecha, sino con el valor que se nos da como humanos para vivir en determinadas condiciones y por desgracia, ese valor está siempre determinado por el valor adquisitivo y por ende, depende del dañino sistema que impera.

Tener dignidad implicaría incluso, comprar una casa que tiene un precio modesto, porque la dignidad no trata sobre si alguien ha trabajado toda su vida y tiene el suficiente dinero para pagar una casa de 7 millones de dólares, eso más bien sería una falsa modestia (por no decir más), sino que se trata ubicarse y no ser grotesco, de tener empatía ante un pueblo golpeado, al que le arrebatan hijos al por mayor, en el que la gente aún muere por no tener comida en la mesa.

Desgraciadamente, los valores sociales cada vez parecen estar más en la basura que en nuestra conciencia. Ahora más que dignidad hay indignación en la sociedad ante concretos ejemplos que no son más que una amplification de quienes somos todos, en conjunto: una sociedad cínica, porque cada que nos es posible despilfarramos sin que nos importe el prójimo.

Dar importancia al otro no tiene que ver con intentar de hacerse el amable, simplemente se trata de ser consciente en todos los niveles posibles de que aún aquellos que viven en la colonia elegante, no poseen nada, en tanto que dan prioridad al lujo ante la humanidad. ■

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