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viernes, 29 marzo, 2024
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■ Alba de papel Identidades en peligro

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Por: ALMA RITA DIAZ CONTRERAS •

Hubo semanas enteras en las que creí volverme loco,
de tantas cosas en fusión que había en mi pobre cabeza.
R.M. Du Gard.

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Frente a las dificultades y peligros que enfrentan los jóvenes en la actualidad, constituye un tema fundamental reflexionar sobre su problemática, que privilegie las causas humanas sobre las económicas para fundamentar en ellos, el cambio social que se espera detone sobre una sociedad profundamente vulnerada por distintos actores que la han llagado sin misericordia.

Las cifras enunciadas por las autoridades de los tres niveles de gobierno, en distintos momentos de la agitada vida política del País, enumeran cifras catastróficas tanto de jóvenes homicidas como desaparecidos y asesinados en los últimos cinco años, en una población estimada de 30 millones de jóvenes de una nación que está envejeciendo, sin una planeación demográfica adecuada.

Datos negros que es mejor no escribir, porque bastaría con un dígito para alarmarse de una situación que no alcanza a visibilizar salidas, tanto de respeto a la vida, como a su participación genuina en la producción y creatividad de un México con una gran capacidad de resiliencia que su pueblo ha demostrado, para vergüenza del sistema político mexicano.

En ello, los jóvenes han impulsado una gran fuerza de adaptación a la adversidad, y los gobiernos en turno no lo ven, no lo reconocen, no lo incorporan con sensibilidad a políticas justas que promuevan su inclusión en la vida cultural, social, política y económica, lo que ha provocado enormes quiebres.

La pobreza y la disfuncionalidad familiar, el consumismo y el mercado capitalista que prevalecen, representan temibles amenazas en su desarrollo holístico de lo que implica su condición de adolescente – entre niño y adulto – , frente a un panorama crítico y desolador, que mancilla la historia y siembra identidades falsas que desgarran su autoestima y la posibilidad de una vida mejor.

Impactados por el poder mediático y el consumismo, rehenes de un mercado global y una serie de demandas que afectan su identidad, los moceríos enfrentan nuevos paradigmas de escenarios caóticos, sumergidos en economías verticales, que les dejan muy poco margen de maniobra participativa.

La famosa Generación X descrita por algunos investigadores, quedó atrás, ante el vertiginoso cambio en la transmisión de los saberes de una educación cerrada al concepto cero, para pasar a la Generación “cangrejo” (Sin cultura del esfuerzo), a la denominación de millenials, una generación que nació con la tecnología y la uniformidad de la cultura popular, que quizá tampoco esclarece su necesidad de inclusión, reconocimiento y desarrollo.

Esta nueva filiación observa como la sociedad se descompone y como los índices de pobreza y crisis mundial se encuentran en una escala imparable de destrucción que la abandona a una atmósfera cultural profundamente débil y peligrosa. En el actual contexto contemporáneo, por tanto, urge una perspectiva de verdadero cambio en el escenario nacional, a su favor.

De alguna manera, la juventud es el tiempo de la afirmación, antes que el de la oposición. Para desvelar al otro, su nueva identidad, el joven necesita diferenciarse, distinguirse; requiere expresar su singularidad. Este tiempo de vida es una puesta en escena de sí mismo, para sí mismo, donde él se presenta al mundo, buscando reconocimiento y pertenencia, pese a su comportamiento excéntrico y rebelde, pero demanda las condiciones para llevar a cabo este proceso de su ciclo vital.

Se requiere de una mayor atención a su desarrollo: incremento de becas, financiamientos a proyectos comunitarios y turísticos a fondo perdido, créditos blandos, escuelas de artes y oficios, áreas especializadas de psicoterapia psicoanalítica, talleres de sensibilización artística, corredores de arte, deporte.

La cultura, en su aspecto expresivo y simbólico de toda práctica social, les permite adquirir nuevos significados sobre la vida individual y colectiva; las tradiciones, creencias y el sistema de valores lo aprenden dentro de la familia, se fortalecen o cambian conforme a los contextos que se van construyendo para ellos, y conviene que sean pertinentes y propositivos.

Trabajar para ellos y con ellos, no requiere de respuestas dogmáticas ni autoritarias, sino de réplicas flexibles y adecuadas a la situación emergente que viven; se puede apostar desde la incertidumbre, que es posible hacerlo.■

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