La Gualdra 634 / 110 Años / Dossier Cortázar
No hay otro texto de Julio Cortázar (salvo el capítulo siete de Rayuela, El perseguidor, Casa tomada, Continuidad de los parques, La noche boca arriba y La autopista del sur) que haya tenido tanto impacto en mí como Los autonautas de la Cosmopista.
Una verdadera nostalgia acompaña mi lectura y el mirar de las fotografías presentes en el volumen, un país, un mundo, un tiempo perdido, una memoria de quien fui o una semilla de quien podría ser, el recuerdo de mi abuelito y de mi padre, y el pasado que permanece en el corazón, pero que nos forja y nos da identidad.
Además, hay en Cortázar una inspiración de cómo un escritor debe vivir su vida y de cómo debe escribir sus novelas y cuentos y ser congruente con sus ideales, o quizá tan solo algunas fechas que nos hermanan y que entonces me hacen regresar a su obra una y otra vez.
En aquel momento estudiaba a Henry y a Marion con desenfreno, cuando descubrí en la biblioteca pública de la rue Mouffetard el maravilloso libro. Pertenecía a la colección Du monde entier de la editorial Gallimard y tenía como autores tanto a Cortázar como a Carol Dunlop, su segunda esposa.

Al hojearlo, me sorprendieron algunas cosas de inmediato: las fotografías en blanco y negro (tomadas por Carol) de ambos en una VW Kombi (que al leer el texto supe que era roja y llamada Fafner, como el dragón de El anillo del Nibelungo de Richard Wagner), los esquemas dibujados por Cortázar para detallar los paraderos de la Ruta del Sol (que separa por 800 kilómetros París de Marsella) y el cambio tipográfico del texto, intercalando los pasajes narrativos de otros en forma de bitácora o reporte científico.
Desde el inicio, uno entiende que no se trata ni de una novela ni de una colección de cuentos, sino de un proyecto artístico-científico emprendido por la pareja que, para ese momento, desgraciadamente, se sabían ya con los días contados (ella moriría un año después del viaje y él dos años después tras la publicación en español y francés).
El proyecto es un recorrido de París a Marsella, exclusivamente por la autopista, y deteniéndose en los 75 paraderos de la misma, explorando cada uno, documentando su condición, fauna, flora, emprendiendo a su vez una sociología de los viajeros encontrados e investigando incluso sus afecto e idiosincrasias de ellos mismos.

A lo largo del recorrido, que usualmente tomaría unas nueve horas de manera directa, pero que se extendió por 33 días, el lobo (Julio) y la osita (Carol) deben enfrentar el viaje que a ratos toma la forma de una novela de misterio, con camioneros espías que los siguen de paradero en paradero, escenas extrañas donde un cono de ruta es un vestigio de un antiguo aquelarre de brujas o revelaciones casi místicas sobre el sentido de vivir.
Así, la aventura permite descubrir el mundo desde un lugar y tiempo fugaz, una impermanencia idéntica a la del ser nuestro que es siempre tránsito, una observación casi lejana desde un no-lugar, como diría Augé. Desde esa distancia casi fenomenológica, el ek-stase heideggeriano, el afuera-de-uno-mismo, los viajeros redescubren que el camino es una metáfora de la vida, que las metas no son aquello que nos motiva o impulsa sino cada paso del camino andado es motivación y triunfo por igual, que el proceso (como en la escritura es cada palabra y cada frase y cada verso) vale más que el resultado o que el detalle oculto de la realidad se manifiesta sólo para aquéllos que se dan la oportunidad de percibirla tal cual, sin prejuicios ni juicios posteriores, abriendo los sentidos y el alma.
Por lo tanto, en el viaje que realizan los autores, viaje cortazariano por excelencia propia, leemos también una ética y una epistemología: disfrutar del momento dado, buscar lo insólito detrás de lo banal, relacionarse sin juzgar tanto, abrirse a las posibilidades de lo que el futuro nos deparare sin perder nuestro andar, el quiénes somos y cuál ha sido la historia que nos ha conducido hasta aquí.
Y quizá por esto mismo el libro me ha acompañado desde entonces, casi una cuerda que enlaza dos lugares y tiempos, el allá de mi infancia y de mi juventud con el aquí de mi presente y futuro, la raíz con el fruto.
Porque quizá existan otros libros de viaje que cuenten aventuras extraordinarias, desde la Odisea y su mitología fantástica, los viajes de Marco Polo o las cartas de relación de Colón y Cortés, las hazañas beatnik de Kerouac o el escape hacia la Alaska salvaje de McCandless, pero ninguno otro que parodia el viaje y lo narra tan en serio como éste. Un último viaje antes de fenecer.
Quizá esto sea también el significado de la vida, una transitoriedad donde nuestro paso acaso deja una traza que, aunque minuta, cuente nuestra historia, nosotros los escritores de nuestro relato, lectores del gran libro universal, viajeros de incontables historias del yo y de la otredad en un camino tan grande como el cosmos en su totalidad, hasta ese final digno de un brindis de pastis dulce en el viejo puerto de Marsella.
Cortázar concluye el libro, tras la muerte de Carol, con estas líneas:
A ella le debo, como le debo lo mejor de mis últimos años, terminar solo este relato. Bien sé, Osita, que habrías hecho lo mismo si me hubiera tocado precederte en la partida, y que tu mano escribe, junto con la mía, estas últimas palabras en las que el dolor no es, no será nunca más fuerte que la vida que me enseñaste a vivir como acaso hemos llegado a mostrarlo en esta aventura que toca aquí a su término pero que sigue, sigue en nuestro dragón, sigue para siempre en nuestra autopista.

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Daniel SanMateo. Filósofo por Paris IV Sorbonne, autor de Luciérnagas en el desierto, 20201; Nunca más serás tan joven como ahora, 2015, entre otros. En 2023 ganó el Premio LIJ-UAEMex por Zo piloto.
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