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jueves, 28 marzo, 2024
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Donde termina el miedo

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Por: Jorge Humberto De Haro Duarte •

Siempre que se evalúa la existencia, se tiende a mirar a lo largo y ancho de la vida como si fueran líneas paralelas de un tendedero de ropa en el que cada hilo expone lo que en esa línea ha sido el referente de la existencia. La de la familia, la de los estudios, la de la profesión, la del amor, de las amistades, viajes, actividades extracurriculares y tantos senderos como imaginativa haya sido el ejercicio de estar vigente en cualquiera de los ámbitos de desempeño. En todos ellos se juntan tantos o pocos elementos temáticos como imaginación se tenga y la experiencia y eventos que han contribuido a enriquecerla.

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Y así puede observarse la correlación entre la búsqueda de esa sensación de gozo permanente que ha dado en llamarse felicidad y la capacidad constructiva que se tenga para alcanzarla. A muy pocos les alcanza con la suerte, pero la gran mayoría debe luchar a brazo partido por alcanzarla. Desde la educación temprana, al futuro ciudadano se le anima a incorporarse a formas de vida aparentemente adaptativas para ir escalando en el interminable laberinto ascendente de los logros sociales que van desde la cultura del esfuerzo, de la brega incansable por lograr superar algunos obstáculos en la pirámide de la movilidad social y tantas otras zanahorias que se colocan frente a la mirada fija y obstinada del proyecto de vida de cualquier emprendedor en las diferentes eras, sobre todo a partir de la aparición de la Revolución Industrial y cuando comenzó a aparecer entre otros fenómenos, la acumulación originaria del capital.

Pero esos no son asuntos que competan a este tecleador, mejor habrá que explorar los terrenos de lo que se ha dado en llamar lo psicológico. Es decir, habrá que mencionar los interminables movimientos ya sea innovadores o reiterativos que las personas ejecutan en el día a día para llevar a sus vidas un poco o mucho de felicidad. Se emprenden proyectos, se abren negocios, se trabaja para algún patrón, se buscan tesoros, se emprenden aventuras de conquista, se le vende el alma al chamuco, se empeña el futuro en aras de actividades artístico culturales, se trabaja la tierra, se inician proyectos educativos, se lanza la gente más limitada en aras de la acción política y tantas otras empresas que se llevarían todo este espacio en nombrarse tan solo.

Pero no todo es miel sobre hojuelas, y lo que parecieran ser las fuentes de motivación para las legiones de emprendedores, se ven alteradas por algunos elementos extraños que arrojan nebulosas sobre todo lo que se emprende con el ánimo de crear y de obtener logros a lo largo del camino. Desde el inicio del razonamiento humano, o lo que se narra en los fundamentos de la historia, a cada ser en lo individual y a la humanidad en lo general, se les ha enseñado a vivir con miedo. Así como hay infinidad de factores motivacionales para aprender y ejecutar a la buenita, también hay elementos disposicionales que valga la rebuznancia, predisponen a la gente a actuar bajo presión, buscando escapar de situaciones desagradables, riesgosas o peligrosas; de evitar la aparición de factores o eventos negativos sobre la integridad individual, o de plano buscando la manera de contraatacar y contrarrestar los orígenes de las diversas amenazas que cada día se multiplican para mantener bajo zozobra a personas, grupos, etnias y hasta sociedades enteras y las nuevas modalidades para infundir miedo global, haga usted el favor. Así que el primitivo temor a los dioses, a los depredadores, a los fenómenos de la naturaleza y a los seres alfa se ha visto abatido por los nuevos miedos que ha adoptado la humanidad con restricciones que van desde las reglas de convivencia familiar hasta el nuevo orden mundial.

El catálogo de miedos se ha enriquecido, ahora se le teme a lo que se come, los líquidos que se beben y hasta el aire que se respira. Pero la cosa no queda ahí, se teme a la convivencia en el hogar, en el barrio, en la escuela y en el trabajo, por mencionar los espacios principales de convivencia y desempeño. Se les tiene miedo a los animales domésticos y silvestres, a las plagas, a los insectos, los reptiles y otras criaturas de la naturaleza. Se vive con el miedo a las bandas del barrio, del rancho, de los grupos poderosos que han hecho de la mal vivencia y la mala entraña su modus vivendi; a los políticos tiránicos, transas e ignorantes, y ahora, entre tantos otros miedos, a la contaminación, a la radioactividad, hasta al conocimiento se le tiene miedo, y el azote actual es un bicho invisible que hasta parece que tiene tintes de divinidad, porque todo mundo sabe que está ahí, pero nadie lo ve. En fin, que se cuenta con todos los miedos del mundo y la imaginación de los más avezados no se cansa de pintar cocos en la penumbra de las mentes vulnerables.

Mejor sería abrir centros de educación y preparación para el futuro donde se enseñe a la gente a vivir con alegría, paz y permanencia; es decir, en donde aprenda la humanidad, de una vez por todas, el camino de la honestidad, la concordia y la felicidad. El proyecto sería más fácil de alcanzar de lo que parece, pero dese luego que no le parecería nada lucrativo a quienes medran y viven del imperio del mal y del terror.

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