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viernes, 29 marzo, 2024
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Escuelas

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO FLORES •

La cuestión de abrir o no las escuelas se encuentra ya en el debate público. Dice Viridiana Ríos: “Es momento de repensar la política de cierre total de escuelas con base en evidencia científica y comenzar a generar evidencia propia y experimental para el caso mexicano”, porque “La pandemia está destrozando avances educativos logrados a lo largo de varias décadas en México” (El País, 11/03/2021). Guillermo Hurtado escribió: “Se ha cumplido un año sin clases presenciales. Entre todos los daños ocasionados por la pandemia, éste es uno de los más graves” y añade “hay un clamor generalizado para que se reabran las escuelas” (La Razón, 23/03/21). En el blog de educación de Nexos Rafael de Hoyos sostiene, en la entrada de fecha 17/03/2021, que: “No parece haber el más mínimo sentido de urgencia para abordar el enorme reto educativo que crece cada día que las escuelas permanecen cerradas” y continúa: “Quizá nuestro nivel de complacencia o autoengaño nos permite creer que en materia educativa todo está bien y no hay razón para apresurarse a reabrir escuelas”. Por su parte, la Unicef sostiene que: “México es el país de Latinoamérica donde las escuelas han estado cerradas por más tiempo debido a la pandemia de Covid-19. Ese cierre de los centros educativos recrudecerá la crisis de aprendizaje que ya sufría ese país antes de la contingencia sanitaria”. No faltan los datos escalofriantes: “Los resultados de 2018 de la prueba estandarizada Planea muestra que el 80 % de estudiantes de primaria no alcanzaban los conocimientos esperados en matemáticas, lectura escritura” (El País, 03/03/2021). No está de más decir que el planteamiento de abrir las escuelas, porque se pierde algo muy valioso de permanecer así, conlleva un error de fondo. Las escuelas no están cerradas. Si se consulta el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, en la entrada “escuela” se lee: “Establecimiento público donde se da a los niños la instrucción primaria” como primera acepción. Una segunda acepción dice: “Establecimiento o institución donde se dan o se reciben ciertos tipos de instrucción”. No dice en ninguna parte, ni se deduce de las acepciones ofrecidas, que las escuelas son un conjunto de edificios en los que se concentran personas en espacios muy limitados para educarlas. Se debe entender que una escuela es una institución, y que estas se definen como: “principios reguladores que organizan la mayoría de las actividades de los individuos de una sociedad en pautas organizacionales definidas, desde el punto de vista de algunos de los problemas básicos perennes de cualquier sociedad o vida social ordenada” (Shmuel N. Eisenstadt, entrada “Instituciones” en el volumen 6 de la “Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales” Aguilar, 1975). Por tanto, las escuelas están abiertas, lo que está en suspenso, o “cerrado”, es un esquema organizativo y de control de la educación que consiste en concentrar personas en espacios limitados. Debido a la pandemia el esquema debió variar a uno en el que las personas se mantienen dispersas. Así que la discusión no es si las escuelas se abren o no, sino si el esquema “concentracionario” es superior al esquema “dispersionario”. Sin embargo, en las condiciones actuales, tal comparación resultaría injusta porque el esquema concentracionario tiene 100 años en funciones, mientras que el otro apenas uno. Entonces se debe considerar que el esquema dispersional carece de una infraestructura adecuada, en particular falta dotar a la población de los aparatos necesarios para acceder a la red de comunicaciones y universalizar el acceso al wi-fi. Así que el foco de la discusión es si se quiere dotar al nuevo esquema, a la “nueva escuela”, de los medios para que pueda crecer y multiplicarse. Sólo de ese modo se podría hacer un comparativo racional en 10 o 15 años, lo demás es la irracional práctica de destruir hombres de paja para beneplácito de los prejuicios más reaccionarios. De hecho, como insiste la Unicef, en México el esquema concentracionario es un fracaso porque no enseña ni matemáticas ni lectura y redacción a las grandes masas de población. Fuera de los muchos males que trajo la pandemia, permitió el paso de un esquema organizativo de la educación a otro que debería continuar. Tal experiencia nunca hubiera tenido lugar en condiciones normales debido al arraigado conservadurismo de los sindicatos de la educación, de las autoridades y de los muy reaccionarios padres de familia y estudiantes. Si es correcta la especulación de más pandemias por venir, la necesidad de fortalecer el esquema disperionario debería ser prioridad de las autoridades del sistema educativo, ya que se encara el reto de largos periodos de aislamiento social. Por tanto, la generación de conocimiento científico respecto a las diferentes poblaciones del país se torna una necesidad. ¿Están las universidades en capacidad de afrontar estos problemas? Pues si no lo están deberán reconvertirse para estarlo, porque desde ninguna otra parte, o casi ninguna, se podrá generar ese tipo de conocimiento científico. La Universidad Autónoma de Zacatecas tiene por fin coadyuvar a la solución de los problemas sociales y las pandemias lo son. No está de más, pues, que comience a investigar en esta área para que no nos coja desprevenidos la siguiente pandemia. ■

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