La Gualdra 641 / Río de palabras
Quizá el Kraken no era él, sino yo; la mancha de tinta que había sido derramada, la extensión de los tentáculos enredándose en los barcos, el extraño canto de los animales marítimos; los testimonios de los exploradores y de los piratas; sí, todo aquello que se hunda en el abismo; eso es lo que hacemos; estamos escribiendo un libro, estamos navegando.
En estos días he estado leyendo El ego es el enemigo (Paidós, 2017), de Ryan Holiday, en medio de mis clases, en donde solemos hacer actividades de mindfulness y en los que recito algunos libros de poesía, tal vez, alguno que otro de Wisława Szymborska; o El cementerio marino, de Paul Valéry; sobre aquellas campanas de algodón; o sobre la música que no expresa nada, solamente eso: la música. En esa misma línea, respirar se parece a una dulce visita a la playa antes de un huracán imprevisto sobre la Emérita.
Hemos buscado por años el problema de nuestra personalidad en algún consejo amigable o el reconocimiento de un amor no correspondido, en la interminable consulta terapéutica, o en un cuento de fantasía. Quiero expresar, sí, hoy quiero expresar, Muy señora Vida mía, me complace suponer que no todos logramos salvarnos de las profundidades del mar. Como yo he tenido que aceptar el resultado de mis alumnos, la muerte de un familiar amado, o a través de las decisiones ajenas, esa falta de interés por el otro. ¿Por qué nos importa aquello? Con mucha vergüenza, la verdad del otro sobre nuestras equivocaciones es agridulce, como el té verde lleno de algas.
Hoy en este pequeño texto quiero decirte que: Obligaré a mi amor a que se calle. Para cederle a alguien más que solucione sus problemas. Mi cara amiga; ceda a mi viva inquietud, el carajo, las conchas de mar que recolecté ese abril de 2021, cuando decidí separarme de mi familia y bucear en lo más oscuro de las aguas: la independencia, la madurez, o, mejor dicho, la estupidez humana en todos sus sentidos. He de confesar que soy poco fan de Lovecraft y que he soñado en las últimas semanas con mi último kind of Grand Odyssey en una cancha de basquetbol, o en las emociones que se tragan mis alumnos cuando me hablan de su soledad, ese lado más sombrío del tamaño de cualquier Cthulhu. Somos todo lo que no decimos, eso duele aceptarlo: What a slut time is… ¿Cuántos tentáculos tiene su pulpo? En otro significado, ¿cuántos problemas se carga sobre la espalda? Acaso es usted, si las palabras me lo permiten, ¿sólo el reflejo inocente de cualquier Atlas?
Así traté de permanecer en septiembre: como en media hora, había matado al Kraken a unas cuantas distancias del barco. ¿Qué es la soberbia sino el capricho de las fotografías que cambiamos cada cierto tiempo en nuestros perfiles? ¿Qué es lo que presumimos? ¿A quién?
—¡Corta, maldita sea! —le dije a mi capitán, cuando tuvimos que soltar a algunos niños—. ¡Córtame la pierna derecha!, ¡córtamela!
Los niños habían escapado de las jaulas. La tripulación había reventado en cada uno de sus corazones no sólo a un pólipo colosal, sino a varios, al mismo tiempo, muchos pulpos en múltiples direcciones. Los tambores comenzaron a sonar. Alguien nos dijo, imagina: «Siéntate como sultán entre las lunas de Saturno…», «No puedo dormir, de nuevo no…», «No hay nada que haya jamás escrito…»; tómate el tiempo necesario, ármate de valor y distínganlo: el pulpo en su tinta atascado en la garganta, sin dejarte pronunciar palabra alguna.
—¡Sáqueme el ojo, duele! —en lo hundido, frente a los niños y los pulpos gigantes, ahí no había más raíces—. ¡Sácamelo! ¡Por favor!
Era la única novela que quise publicar. Nuevamente se amplió la lista de pecados, los pulmones se nos fueron quemando con lentitud. Me preguntaron, entonces, todos, ¿cuántos son los Kraken que hemos escondido? This time where he pushed the tongue… Nos fuimos encontrando… That was a laugh… Se rieron de nosotros cuando les conté la existencia del Kraken, de su hermoso tamaño, similar a una isla, similar al silencio de la mesa cuando almorzamos, o en una junta de profesores y padres de familia. Éramos un espejo. Éramos pura llama entre los niños perdidos y los tripulantes. Vimos a los pulpos romper navíos como si de un juguete se tratara. A fucking chest-buster! Para los valientes decididos a luchar, y escuchamos, I’m in love with you, but I’m not in all your business.
—Veinte años es mucho tiempo para hacer trabajar a una mula —dijo el capitán.
—No, en eso no se equivoca —respondí, casi con el agua en las narices.
La noche comenzó a revolverse con el sol. La tripulación comenzó a ordenar a los niños, los armaron de los pies a la cabeza. Tomaron los cañones, izaron la bandera. En su interior, Daniel llevaba todavía siempre el recuerdo de su amigo. Éramos lo menos importante. El capitán ya nos daba por vencidos. Ellos se acercaron con lentitud, traspasaron las olas, extendieron sus tentáculos. ¿Qué era lo que podíamos hacer?
—Llegó el momento… —ordenó el capitán—. Si no estás listo, enséñame el diario.
—¿Y qué hago con él? —pregunté, temblando ante los pulpos.
—Pues quémalo.
La ficción es cuando uno mira hacia la forma improbable como obtuvo algo y dice: «Yo lo supe todo el tiempo», en lugar de decir: «Yo tenía la ilusión de… y trabajé y tuve suerte en algunas cosas». Escribir nuestras propias historias lleva a la arrogancia, como apuntó Ryan Holiday, pues, tan solo pequeñas cosas pueden afectar el futuro.
Sentimos la vida y el movimiento que nos rodea, y la belleza universal; las mareas que van y vienen con una diligencia incansable, bañando las hermosas playas y meciendo las algas púrpuras de las amplias praderas del mar en las que se alimentan los peces […].
Todos los pulpos tienen la capacidad de amar y crear un vínculo mejor que los humanos. Ahora, pregúntese, ¿cuál es el tamaño de ese cariño perdido en el Kraken? Aquella misma noche lo supe, quizá el Kraken siempre fui yo; la falta de discreción, el equilibro ausente, la empatía equidistante. No puedes salvar a todo el mundo. No puedes obligarlos a estar. Pero lo que sí puedes conceder, como lo descubrimos, es que el problema del Kraken se simplifica a la torpe e ínfima vanidad del ser humano, y en eso, no somos muy capaces, claramente, de aceptar que los problemas del otro jamás nos pertenecen. Encender las antorchas para el combate, extender la mano, regarnos la cara con el mar, esperar, luchar, vivirlo: … de ello, muy pocos logran salir ilesos.
Soy Daniel Sibaja y llevo un parche en el ojo, estoy listo, con mi tripulación y mis niños, para enfrentarme a cualquier ser mítico del mar; anótelo, y cuestione: ¿de qué inmensidad y rareza es ese pulpo adentro de su corazón?
* Mérida, México, 1997.