En arte popular hay talleres y talleres. Decir taller de arte popular es al que ocurren hombres y mujeres, de diversas edades, laboriosos y amantes de la cultura y de las tradiciones del lugar donde habitan. El espacio del taller tiene tres dimensiones: el espacio físico (el lugar donde se ubica), el diseñado (o transformado por sus usuarios) y el vivido (las interacciones entre sus usuarios). El taller se constituye en el lugar físico-social, diseñado y transformado donde sus actores enfilan hacia la creación artística de diversa índole, tangible o material e intangible o inmaterial. Es menester definir qué es el arte popular o qué no es. Para esto último es posible partir de las ideas de Esteban Krotz (Cinco ideas falsas sobre “la cultura”, Antología sobre culturas indígenas y populares, t. I, México, CONACULTA, 2004). Sólo tomamos la idea compuesta por una frase, y enseguida la relacionamos con el factor taller popular.
“Se puede tener o no tener cultura: todos los seres humanos, por definición, tienen cultura”. El taller en arte popular es un lugar donde todas las personas son susceptibles de recibir una formación técnica y estética, instrumental y metodológica. Desarrollar conocimientos transmitidos por instructores, tiene un campo de acción hasta en el cambio de actitud del individuo. El taller forma cultura, la modifica en quien la recibe. Es un proceso de adaptación y aprendizaje que depende del tiempo de práctica, la habilidad de quien ejecuta el conocimiento que recibe, entre otros factores.
“Hay una jerarquía natural entre culturas. La cultura humana no es una; es polifacética”. No hay una cultura “alta” y una “baja”. Un taller en arte popular material o inmaterial, es parte de un conjunto de talleres donde no existe una jerarquía establecida. Hay cantera, plata, textil, madera, vidrio, arcilla, pintura y otros materiales. Al momento de ser utilizados, entran en apropiación en los sujetos que los trabajan. La igualdad, para desvanecer esas posibles categorías de calidad, es la terminación de una pieza concreta (artesanal, por ejemplo). En ella hay una calidad única: manifestación de una cultura material. Las categorías de identidad aplicables (belleza, pertenencia de un grupo, expresión de una sociedad o de una cultura local, estatal o regional, etcétera) son otras.
“Hay culturas ‘puras’ y ‘mezcladas”. Lo puro no está en la mezcla y está no es pura. Los talleres de arte popular se erigen como entidades en diversidad de ideas y combinación de habilidades y elementos propios y extraños. La finalidad es que en un taller de esta naturaleza, se puedan llevar a cabo prácticas que permitan a sus integrantes apropiarse de conocimientos que los lleven a la practicidad. La mezcla de conocimientos transmitidos por un instructor y el procesamiento de estos por quien los recibe, posibilitan la identificación de características propias. Las etiquetas están por doquier: devienen de las mezclas de conocimientos. Talleres hay que pueden ser reputados de buenos, porque son concretos; otros, pueden ser otro tanto, aunque su conformación sea ecléctica. Los talleres experimentales son otra cosa. La experiencia sin plan “a” y “b” puede funcionar en etapas de refinamiento o definición de técnicas y de resultados. Esto quiere decir que la experiencia puede ser desalentadora al principio, pero gratificante al final (luego de varias etapas o intentos hacia una producción satisfactoria).
“Los recintos propios de la cultura son los museos, los teatros y las bibliotecas”. Son solo algunos. Los espacios de la cultura son múltiples. Uno de ellos son los talleres de arte popular, donde se trabaja, se procesa, se crea, se aprenden y difunden las ideas variadas de la cultura popular. El taller literario, teatral, plástico, artesanal desarrolla su propio concepto como recinto cultural. Es en él donde se producen y reproducen por más de una voz (la aportación inteligente de los talleristas) y una acción (el talento y técnica, manual o mental de ellos mismos). Hay en ese espacio social la proyección de sus personajes de cultura popular, connotados o no, reconocidos o no. El taller, recinto cultural por excelencia, se compone de espacios superpuestos y reconoce la importancia intrínseca de las luchas sociales en las que se enmarca la producción del espacio adaptando la aportación de H. Lefebvre (The Production of Space. Oxford, Blackwell, 1991).
“La existencia de la cultura depende del Estado”. El Estado no es toda la Cultura nacional. En el espacio del taller de arte popular se desenvuelve una cultura propia que en muchas ocasiones se genera sin la tutela del Estado. Éste infiere de vez en vez con programas, recursos, apoyos, becas, políticas determinadas en materia cultural, etcétera. Pero la creación de los talleristas se puede dar de manera independiente y sus resultados suelen llegar a ser mejores que en otros espacios sustentados totalmente por el Estado. ■
*Miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Responsable del proyecto Centro de Investigación y Experimentación en Arte Popular de Zacatecas