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martes, 16 abril, 2024
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‘La Ventana’, de Carlos Sorín

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Por: CARLOS BELMONTE GREY •

La Gualdra 467 / Poesía / Cine / Desayuno en Tiffany’s, mon ku

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Se acerca la temporada de festivales internacionales -de hecho, ya empezó con el de Rotterdam hace dos semanas- cuyo inicio es con la Berlinale, uno de los tres grandes mundiales (Cannes y Venecia le siguen). Se están planeando muestras locales y proyecciones retrospectivas del 2020. Y todo ello desde lo online, pensarlo de manera física es aún muy arriesgado -acaso Cine Latino de Toulouse forma parte de esos aventureros-.

Pero antes de entrar en esa ola festivalera y de estrenos cinematográficos quiero hablarles de una película que data ya de hace 13 años. Una película que llevaba en mi computadora desde hace 7 años, dentro de una carpeta que tengo en mi escritorio llamada “Pelis”. En ella voy poniendo películas que debo de ver por el trabajo o para preparar alguna clase, que me han recomendado o que se me han retrasado de festivales. Ahí hay un par que por razones bobas he postergado el visionaje. Pero por fin, hace 5 días vi una de ellas, una Argentina.

La ventana, de Carlos Sorín. La había postergado porque de Sorín conocía El perro y me había provocado un cierto agobio este cine de la nostalgia de nuestra vida personal; de ese que te hace pensar en qué te has convertido y en qué podrías haber sido.

La ventana es aún más dura. Las últimas 24 horas de un hombre mayor con problemas respiratorios y del corazón. Un hombre de letras en una casona de la Patagonia. Un hombre cuya espera es poder volver a ver al hijo partido hace años a Europa y tomar con él una botella de cava guardada especialmente para la ocasión.

La ventana es el último paseo de ese hombre en los campos, pero sentir que ya sus pulmones no pueden respirar profundamente el aire de la Patagonia porque están cansados. Tener que acostarse en las yerbas porque a pesar del aire limpio le falta el aire, y no tener fuerza para levantarse por sí solo.

La ventana es tratar de afinar un viejo piano cuyas cuerdas no pueden ser afinadas ni reparadas sino cambiadas. Lástima que el cuerpo y la vida no puedan tener esa misma solución.

La ventana del cuarto principal da hacia el campo. El día transcurre -lo mismo que la película- en el despertar, desayunar, vestirse, salir a la sala y pedir al afinador de pianos “me alcanza el bastón y me ayuda, por favor”, prepararse para el paseo, caminar, fatigarse y ser traído de vuelta a casa y al cuarto. La vuelta del hijo y descorchar una botella de cava que no tiene más gas y que ya él, el hombre mayor, no puede beber porque le hace daño. Y cerrar los ojos.

La ventana son 85 minutos de duración para contar un día; en el cine de la narración clásica (elipsis y transiciones de tiempos por días) un día es poco tiempo para tantos minutos. El tiempo se percibe distinto, con más o con menos vértigo. Aquí, en La ventana, ya no hay prisa.

Terminé de verla y envié un audio a un colega argentino y también profesor de la universidad, exiliado de la dictadura desde hace más de 40 años y cuya afición además de los estudios lingüísticos es la literatura latinoamericana y francesa, me dijo: “Yo no tengo ningún reparo en emocionarme y llorar frente a quien sea, en un autobús o frente a los alumnos. Si la emoción es legítima es bueno vivirla, lo peor es cuando atraviesas la existencia negándola y ocultándola”. Gracias, don Guillermo.

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_467

 

 

 

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