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viernes, 3 mayo, 2024
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José Agustín, Jung y la contracultura (Apuntes sobre la imaginación onírica y la vida soberana)

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Por: SIGIFREDO ESQUIVEL MARÍN •

La Gualdra 605 / José Agustín / In Memoriam

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Conocí a José Agustín a fines de los noventa en una presentación, decir lo conocí es una exageración, más bien lo vi y expresé mi admiración irrestricta por su obra. Era una tarde verano, hacía calor, él estaba cansado, con el rostro sudoroso, un poco harto de todo el ajetreo. Apenas alcanzó a responder el saludo cuando más gente lo abordó para que firmara algún libro. En cuanto pudo se perdió en medio de la multitud. Al día siguiente me lo encontré solo caminando meditabundo. Pensé en acercarme, pero desistí de mi “arrebato de fan adolescente inoportuno” porque lo veía disfrutando el paseo por el centro de Zacatecas. Yo llevaba bajo el brazo El matrimonio entre el cielo y el infierno de William Blake y, en ese entonces, leía algo sobre Jung y los sueños. Digo esto porque en el 2003 leí un artículo suyo publicado por la revista Textos titulado “Forever Jung” y ahí habla de su admiración y relectura del discípulo herético de Jung durante más de treinta años y también muestra conocer profundamente al poeta visionario Blake.

Pude haber conversado sobre la imaginación onírica, la conciencia ampliada y el universo del inconsciente y el pensamiento oriental, temas que le interesaban al maestro y a mí también y que expresé de forma balbuciente en mi primer libro Imágenes de la imaginación (México, Tierra Adentro-FLM, 2006). Nunca se dio ese encuentro y ahora me acerco por medio de estas breves notas al maestro y onironauta de la imaginación radical. La magia de la literatura hace posible los encuentros más descabellados, utópicos e imposibles.

Después del Estridentismo, la Literatura de la Onda o Movimiento de la Onda que surge en México en la década de los sesenta, es quizá una de las vanguardias mexicanas más audaces e innovadoras. Si el Estridentismo abre la puerta y las ventanas de la mansión literaria a la modernidad estética e industrial, la Onda es un movimiento cultural subversivo o contracultural que se inscribe en la cúspide de la revuelta mundial del 68 y la contracultura americana y europea, pero lejos de repetir los moldes y modales o modas de importación, le imprime un sello propio absolutamente original que responde al contexto, habla y entorno cultural juvenil del México citadino. Y aunque hay antecedentes importantes en Novo, Revueltas y Fuentes, quizá por primera vez la ciudad real –sin filtros– aparece como epicentro de la creación. Hasta antes de la Onda –como bien han dicho Ignacio Trejo Fuentes y otros cronistas urbanos, la vida cotidiana y el universo cultural de los jóvenes mexicanos eran asignaturas pendientes en las letras mexicanas y si aparecían era de forma marginal, subalterna y elíptica. 

La literatura de la Onda por primera vez hace de los jóvenes, su mundo cultural, lenguaje y sexualidad temas y problemas centrales de la creación literaria, de ahí que se pueda decir que las obras de autores como José Agustín, Gustavo Sainz y Parménides García, entre otros, han ampliado el campo literario en México introduciendo la vida cotidiana y el lenguaje de los jóvenes en el sagrado canon. Claro está, la crítica literaria y los escritores consagrados, en su mayoría, reaccionaron con enérgica virulencia contra esos “aprendices de escribanos” taquimecanógrafos de la oralidad citadina, pero como responde con justeza José Agustín en el epílogo a El rey criollo de Parménides García (Booket, 2003): 

 

Es evidente que los críticos tienen todo el derecho que nos les guste este tipo de literatura, pero eso no significa que los textos no valgan. Los gustos no son patrones de calidad literaria. Como a fin de cuentas había que argumentar, aunque fuese de mala gana, se decía que el lenguaje no era literario, pues era una réplica del lenguaje oral, pero al parecer finalmente se ha comprendido que el uso del habla coloquial, si es parte de una estrategia artística, como en el caso de Parménides García, representa un trabajo elaborado y que ni remotamente se queda en una taquigrafía del habla oral.

 

Quizá en defensa de los argumentos de José Agustín, que valen tanto sobre sí como sobre su compañero de ruta Parménides García, habría que mencionar al mismísimo Jorge Luis Borges que en Arte poética refiere que las grandes obras literarias son aquéllas donde el truco o artificio literario apenas resulta perceptible y cuya naturalidad y frescura hacen que a través de la obra literaria respire la vida misma sin más. La gran audacia de la literatura de la Onda consiste en dejar que la vida cotidiana de los adolescentes y jóvenes pueda atisbarse en la creación artística en este país.

 

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Regresemos al ensayo de José Agustín “Forever Jung” porque nos permite entender que su búsqueda va más allá de la rebeldía antiautoritaria y el rechazo de todos los convencionalismos y formas sociales conservadoras. En concordancia, sería mejor decir, en sincronía con la contracultura americana y el movimiento Beat, se trata de una afirmación de la autonomía y una búsqueda de la imaginación onírica mediante la ampliación de la conciencia y exploración radical de una subjetividad humana cósmica. El interés por las drogas y las formas alteradas de conciencia va más allá de la rebelión juvenil contra el orden imperante, pues tiene como finalidad la exploración del universo onírico que se sustrae a la conciencia racional cotidiana. 

Para José Agustín, Jung representa uno de los investigadores pioneros más audaces en adentrarse en el universo onírico entre los abismos de la psicología, la espiritualidad y la poesía. Es uno de los mayores arqueólogos del submundo del inconsciente humano. Entre Freud y Jung, José Agustín toma partido por el último. Sin reserva, también comparte sus intereses por el pensamiento oriental, el budismo, el taoísmo, el Zen, yoga y meditación. Escribe el gurú de la Onda:

 

Jung fue un científico duro en cuanto al rigor, y por eso es tan valiosa su incursión en lo religioso, lo espiritual y lo esotérico, ya que siempre estuvo anclado en la comprobación y despejó estos caminos de toda charlatanería y pseudomagia. Investigó los símbolos, los mitos y los sueños con una mente lúcida, desapasionada, cultísima, y los interpretó con un lenguaje claro y exacto. Además es un pionero de la investigación de la psique y uno de sus grandes cartógrafos. Aunque muchos dicen que en los comienzos de este milenio el psicoanálisis va de salida, yo pienso que las propuestas de Jung apenas se empiezan a entender y valorar. Nació en el siglo XIX y vivió sesenta años del XX pero sin duda es un avanzado del nuevo eón (“Forever Jung”, Textos, Sinaloa, UAS, 2003, p. 15).

 

Jung ejemplifica –para José Agustín– un adelantado de nuestro tiempo que permite repensar por entero la condición humana desde la imaginación onírica como epicentro de la autocreación soberana y libre. Y la vida y la obra del autor de las obras geniales De perfil y Se está haciendo tarde, entre otras, estuvieron guiadas por la búsqueda junguiana de la exploración de los abismos de nuestra condición fronteriza. Quizá ahora, desde el cielo infinito de la creación esté sonriendo el maestro y diga, no está del todo mal, mientras sonríe con su mirada juguetona asemejando el gesto antisolemne de Ganesh. O tal vez muera de aburrimiento bostezando por tantos elogios y canonizaciones y prefiera tomarse una siesta en el más allá. 

En todo caso, José Agustín y la literatura de la Onda han ampliado el campo y el canon literario y lo que ahora es moneda corriente y lugar común fue un día signo de letra escarlata en México. Y esto hace de las obras de José Agustín y compañía obras clásicas: se han vuelto patrimonio cultural nacional de toda la gente. Han democratizado no sólo la literatura sino la cultura juvenil, ya forman parte del legado colectivo anónimo. Las letras de Café Tacuba y La Maldita Vecindad así lo ratifican.

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Zacatecas, 1973. Ensayista. Docente investigador universitario. 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_605

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