La Gualdra 622 / Cine / Festival de Cannes 2024
El realizador griego Kostis Charamountanis presentó su primer largometraje en la sección paralela Acid del Festival de Cannes, que da visibilidad al cine independiente.
Esta ópera prima se presenta como una comedia veraniega en las costas de la isla de Poros, en Grecia. Las vacaciones de Babis y sus hijos gemelos, Konstantinos y Elsa, ocultan un proyecto secreto: que los hijos vuelvan a reencontrarse con su madre biológica, que huyó de casa cuando ellos eran pequeños. Sin embargo, el realizador convierte esta potencial trama dramática en una disparatada farsa.
Eterna juventud
Los gemelos se pasan el día entre travesuras y bromas que recrean el espíritu de los gags burlescos del cine mudo con una dosis importante de escatología. En esta reflexión sobre la familia desestructurada, sus gamberradas permanentes reflejan una complicidad íntima, que se extiende además a otros jóvenes con los que se van cruzando en sus paseos por la isla, creando una comunidad improvisada e ingenua que nada tiene que ver con el mundo de los adultos.
La utilización de un inusual formato de imagen cuadrado refuerza esta impresión intimidad entre los dos jóvenes adultos, imitando el 16 mm o incluso el 8mm de las películas domésticas veraniegas. Este formato deja en un fuera de campo el paisaje marítimo de postal y pone en su centro a los dos personajes. También contribuye a situar la película en un tiempo histórico indefinido, anclado en un pasado que parece no avanzar. Sólo el perreo queer de Konstantinos indica una inscripción en el presente.
La banda sonora, mezcla de ópera y de clásicos veraniegos, más o menos reversionados y distorsionados, funciona como otro elemento burlesco, al ser utilizada a contrapelo para ilustrar situaciones poco relucientes.
Crisis matrimonial y descarrilamiento
Sin embargo, a partir de la mitad del filme, la farsa va tornándose más oscura y dramática. La mirada se desplaza hacia los padres, que hasta entonces desempeñaban un rol menor, para retomar la cuestión inicial de la crisis del matrimonio y de la familia. Pero no sólo se trata de un desplazamiento del punto de vista, sino que la propia película, en su materialidad fílmica, empieza a dar tumbos y a descarrilar.
En una secuencia onírica, ilustrada con imágenes documentales de la fauna submarina, el padre cuenta de manera alucinada la separación con su mujer. En lo que sigue, es la propia forma cinematográfica la que sufre un sinfín de manipulaciones cuando se revelan las masculinidades tóxicas paternas, utilizando numerosos recursos, como el rebobinado o la interrupción del movimiento de la imagen. Esta expresión de violencia, a la vez trágica y absurda, conduce a reconsiderar las responsabilidades respectivas en la crisis de la pareja y el abandono de los niños, exacerbándola desde lo grotesco.
Kyuka se confirma como una fresca y ligera aproximación a la crisis familiar y a la salida de la adolescencia, no exenta de un regusto amargo.