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jueves, 18 abril, 2024
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Chile desde la distancia. La cordillera de los sueños, de Patricio Guzmán

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Por: SERGI RAMOS •

■ El filme es el tercer y último episodio de su trilogía que inició con Nostalgia de la luz (2010) y prolongó con El botón de nácar (2015)

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El cineasta chileno Patricio Guzmán presentó fuera de competición La cordillera de los sueños, el tercer y último episodio de su trilogía que inició con Nostalgia de la luz (2010) y prolongó con El botón de nácar (2015). Los tres documentales parten del mismo postulado creativo: explorar un espacio del territorio chileno, íntimamente asociado a un elemento físico, para buscar en él las huellas del tiempo que marcaron la historia de Chile, y en particular el periodo que él retrató en su obra magna La batalla de Chile, el gobierno de Salvador Allende y su traumático final con el golpe de estado y la dictadura de Augusto Pinochet, que para él supuso el exilio.

Última parada
En Nostalgia de la luz, Patricio Guzmán recorría el desierto de Atacama, cruzando en su investigación distintos momentos de la historia de Chile que apenas aparecían o habían sido borrados de la historia y de la memoria del país, como la explotación obrera en la minería en siglo XIX, pero sobre todo los desaparecidos de la dictadura, detenidos, ejecutados y enterrados en este territorio. El botón de nácar, a partir de una reflexión sobre el océano y el agua, viajaba hasta el extremo opuesto del país, la Patagonia, para seguir las huellas de los indígenas patagones, su aculturación y posterior desaparición, y cruzarlas con las de los detenidos desaparecidos en sus aguas.

La cordillera de los sueños acomete un tercer recorrido para llevarnos hasta la cordillera de los Andes. A partir de este espacio, y cómo en las películas anteriores, Guzmán interroga la historia y la memoria de su país. Pero esta vez se asoma más explícitamente a su propia memoria, anclada en el tiempo pretérito de la infancia, a partir de su condición de exiliado, que le mantiene en una representación del pasado que le impide reconocerse en la imagen, o los olores, que le ofrece el Chile del presente.

La cordillera aparece sobre todo como un espacio olvidado e incluso ignorado por los chilenos y el propio realizador. Para entenderlo, Guzmán empieza entrevistando a artistas y en particular a escultores, que tallan sus bloques de piedra y le otorgan una dimensión simbólica. Pero la densidad granítica de la cordillera parece resistírsele a Guzmán como objeto de estudio, y parece suscitar un cambio de enfoque.

Mirador de las ruinas
Las imágenes de una erupción volcánica sirven de puente para evocar el golpe de estado, como un eco del bombardeo del Palacio de la Moneda y evocar el pasado y su propio trabajo como creador de memoria fílmica, volviendo de manera reflexiva sobre su propia obra en lo que se intuye como un balance de su propia carrera. Para abrir su propia visión de exiliado, utiliza el trabajo de Pablo Salas, un cineasta del interior, archivista audiovisual de la historia de la oposición y su represión y que conecta también con ese Chile del presente que parece escapársele.

Por el camino, Guzmán parece haber abandonado la cordillera, desplazándose hacia Santiago. Pero en la ciudad se alzan otras cumbres, la de las ruinas ocasionadas por las políticas neoliberales. Entre ellas, se encuentra la casa donde Guzmán pasó su infancia. Desde la cima, Patricio Guzmán ha podido contemplar el Chile de hoy y el del ayer, propio y extraño, y contemplar el futuro, quizás, con un atisbo de desencantada esperanza.

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