El alto el fuego en Gaza es, en primer término, una buena noticia. El fin inmediato del terror y el sufrimiento de los gazatíes como consecuencia de la barbarie imperial-sionista abre una ventana complicada para la reconstrucción y el alivio humanitario, por supuesto. En el marco de un genocidio despiadado y que muchos sectores de la política y la sociedad civil israelíes querían prolongar, una pausa acompañada de alivio es esencialmente una buena noticia.
Pero los matices emergen al instante cuando se valora el acuerdo: en primer lugar, porque no aborda las causas de fondo de la violencia sionista contra los palestinos; en segundo lugar, porque hay razones para ser pesimistas con el cumplimiento. El caso libanés arroja luz (o, más bien, oscuridad) al respecto de esta última perspectiva. Tras el alto el fuego firmado por Israel y Hezbolá, el gobierno de Netanyahu vulneró hasta en cien ocasiones las cláusulas… en apenas dos semanas.
En relación al primer elemento, quizá sería conveniente partir de una impugnación de vocabulario: más que de un alto el fuego, el acuerdo con Hamás selló la suspensión temporal del genocidio. Esta es probablemente la reflexión más cruda que cabe hacerse sobre aquella “victoria” que se arrogan simultáneamente los sionistas Joe Biden y Donald Trump y que celebran acríticamente la esfera mediática europea. Afirmar esto no es exagerar, ni siquiera corresponde a una compleja idea del campo del antiimperialismo; supone, meramente, el reconocimiento de lo que las élites políticas de Israel reconocen.
Ni Netanyahu, ni buena parte del arco político israelí han renunciado a la colonización, a la limpieza étnica ni a la narrativa imperial del Gran Israel. Es más, el acuerdo ha de leerse también en clave interna, como parte de un movimiento táctico de Netanyahu para recalibrar fuerzas y anotarse el “logro” de recuperar a los rehenes israelíes; constituye una decisión en una difícil coyuntura atravesada, eso sí, por la radicalización general del discurso público en Israel.
El carácter coyuntural ⎻a las puertas del inicio del segundo mandato de Donald Trump⎻ del acuerdo y la innegable variable táctico-política son, por sí mismos, argumentos de peso para poner en observancia el futuro inmediato del acuerdo. Pero, además, no es necesario sino una simple mirada a la historia colonial en la región y a la particular violencia imperial de Israel contra los palestinos durante décadas para entender el fondo de la cuestión.
La propia resistencia antiimperialista palestina y el devenir de la política en Israel han estado ligados irremediablemente al sostenido incumplimiento de acuerdos por parte de Israel; sin ir más lejos, los Acuerdos de Oslo. Desde siempre, pero en mayor medida con la actual aritmética política que refuerza a los sectores mesiánicos y a la ultraderecha en general en Israel, la decisión de agredir (o no) a los palestinos fue, es y será táctica. No hay ningún tipo de convencimiento entre las élites políticas sionistas de convivir con los palestinos, por lo que toda tregua es volátil.
La limpieza étnica de Gaza y el robo de tierras en Cisjordania siguen gozando de un carácter de consenso de Estado en Israel, y eso no lo cambia este alto el genocidio. Por supuesto, el acuerdo no incorpora ninguna garantía a largo plazo para los palestinos, así como la comunidad internacional seguirá negándosela casi con total probabilidad. Incluso aunque Israel cumpla escrupulosamente los tiempos estipulados para la paz en esta fase del genocidio, nada asegura a los gazatíes que las operaciones no se reanudan en tres meses, un año o dos décadas.
Es absolutamente ingenuo plantear el acuerdo de enero de 2025 como algo cercano a un fin de la violencia, pues el Estado israelí se nutre necesariamente en sus fundamentos de las agresiones contra los palestinos. La política israelí no tiene pretensiones de convivencia con los palestinos, a quienes considera el “hecho maldito” del Gran Israel. Por el contrario, los 467 días de genocidio iniciados por Israel tras el 7 de octubre han desnudado el carácter barbárico de su Estado, no solo por el qué ha hecho sino por el cómo sus ministros y legisladores hablaban abiertamente de planes para la colonización y el exterminio.
Europa y Estados Unidos han oído a los líderes israelíes y han visto al Estado sionista actuar. Saben perfectamente que la naturaleza de la tregua es táctica y que ningún convencimiento del sionismo se ha visto alterado. Y, aun así, van a seguir consentir que Israel sea su particular sheriff en Oriente Medio. Si el acuerdo se cumple, pasarán los años y, paradójicamente, todos estarán retrospectivamente en contra del genocidio del 2023-2025. Si Israel reanuda sus operaciones en Gaza, volverán a hacer la vista gorda.
Artículo publicado originalmente en
https://www.diario.red/articulo/editorial/tregua-gaza-cuando/20250120065855041435.html?fbclid=IwZXh0bgNhZW0CMTEAAR0eJdvwvHegrfguXfKCU4Zmw5ZbKWGHhOohYbsO0rnPy-FE3L1aWtRNxII_aem_UDsACEezK3nEYmqAcgxkzA