Las elecciones en las que hoy los Estados Unidos participarán, definirán no sólo los próximos cuatro años de su futuro, sino mucho más allá de sus fronteras, el por venir de un modelo de gobierno que durante más de doscientos años ha significado un referente para el mundo. No quiero ignorar las críticas siempre válidas a su historial de intervencionismo y las negativas consecuencias de su hegemonismo en nuestra América Latina, pero tampoco detenerme en ellas, pues ése no es el objeto de este análisis, baste este renglón para hacer patente la atención que presto a dicha postura.
En su extraordinario texto Cómo mueren las democracias los académicos Steven Levitsky y Daniel Ziblatt describieron como ese engranaje extraordinario de instituciones, reglas y actores que alguna vez fue la democracia angloamericana fue perdiendo poco a poco valores que le permitían funcionar y aproximándose al peligroso punto en el que se encuentra ahora, tal como se encontró en 2016. La diferencia entre aquel punto y éste está en que entonces el experimento era eso: una oportunidad para experimentar qué podría suceder sí se abría la puerta a un outsider con intenciones de limpiar el pantano. La realidad es que el pantano terminó saturándose con toda la basura que el supuesto limpiador trajo consigo.
Sin embargo, este argumento descansa en un análisis más o menos racional y por supuesto, liberal. Hay que entender y atender que los votantes del hoy presidente de los Estados Unidos, Donald J. Trump tienen años viendo la vida pública a través del cristal de las emociones, mismas que los han llevado a la polarización. Por eso, aunque es evidente que el republicano ocupante de la Casa Blanca es corrupto, mentiroso e irresponsable en grado máximo, su base sigue siendo leal e incluso, está quizá más convencida que nunca que es el tipo de liderazgo que deseaban hace rato ya.
Los propios autores de Cómo mueren las democracias explicaron muy bien las consecuencias de la polarización para la democracia: La polarización puede despedazar las normas democráticas. Cuando las diferencias socioeconómicas, raciales o religiosas dan lugar a un partidismo extremo, en el que las sociedades se clasifican por bandos políticos cuyas concepciones del mundo no solo son diferentes, sino, además mutuamente excluyentes, la tolerancia resulta más difícil de sostener.
Por eso, en este punto, lo único cierto es que el día de hoy en las elecciones que enfrentará el vecino norte, todo puede pasar. Aunque los significados de cada resultado serán distintos.
La elección de Biden significará una oportunidad para la reconciliación sin perder la ruta rumbo a la constante revolución que se ha hecho necesaria para sobrevivir al contexto actual. El vicepresidente de la era Obama es un actor profesional, con carácter forjado en la experiencia y la trayectoria. Su perfil es una apuesta inteligente de la tarea política para reconstruir y rescatar a la política.
En cambio, la reelección de Trump será el ahondamiento de la polarización, no solo en los Estados Unidos, su discurso maniqueo, simplista e irresponsable ha encontrado un eco siniestro en el mundo, en detrimento del progreso. Y aunque parece difícil que se dé: todavía se mueve.
Habrá que estar atentos, además a las horas y días por venir. En esos minutos todavía habrá mucho por decidirse.
Posdata local: Conocí ya hace algunos años a la Doctora Norma Julieta del Río, justamente en el contexto del trabajo a favor de la transparencia y la rendición de cuentas. Sé por experiencia propia de su capacidad, tenacidad, liderazgo y eficacia. Su selección como Comisionada del INAI no es sino una consecuencia natural de estos atributos, que seguro estoy, llevará al pleno de dicho órgano constitucional autónomo, volviendo a poner la tarea realizada en Zacatecas en materia de transparencia, muy en alto. Como amigo, pero particularmente como actor en la materia de transparencia y rendición de cuentas, no me queda sino reconocer la atinada decisión del Senado de la República y felicitar una vez más a quien honor merece en su labor.
@CarlosETorres_
